30.9.04

La Enfermerita, el Penado y el Alcaide

Manolo Matji es un hombre de cine. De irregular carrera, aunque con dos hitos remarcables en su haber. De esos que, en nuestro cine patrio, hacen historia. Por una parte se alzó como uno de los productores, junto con Fernando Colomo y Miguel Ángel Bermejo, de una de las comedias más innovadoras de los 80, Ópera Prima. Y, por otro lado, en colaboración con Mario Camus y Antonio Larreta, adaptó maravillosamente, para la pantalla grande, Los Santos Inocentes, la inmortal novela de Miguel Delibes.

En su faceta como director no cosechó grandes éxitos, aunque tuvo una buena acogida (no muy merecida, por cierto) con La Guerra de los Locos, una historia ambientada durante la Guerra Civil y protagonizada por un grupo de enfermos mentales escapados de un psiquiátrico.

Ahora, desde Horas de Luz y contando con un brillante y prometedor prólogo (violento y conciso), ha decidió contar la historia real de Juan José Garfia, un tipo que actualmente está cumpliendo en prisión una condena de cien años por haberse cargado a balazos, de manera irracional, a un par de policías y a un civil en 1987. Más que intentar descifrar las claves de ese homicidio, Matji se ha centrado en la relación sentimental que el reo inició con una funcionaria de prisiones, Marimar, enfermera del centro en el que estaba recluido, y de paso -supongo que como coartada crítica- en denunciar los malos tratos en los centros penitenciarios.

Al no profundizar en absoluto en la personalidad del tal Garfia, y sin mostrar, ni de soslayo, los extraños motivos por los que una bella muchacha (madre soltera, ¡con tres hijos!) se pueda colgar de un asesino desalmado, todo lo que expone Horas de Luz me suena a falso, a forzado. Por mucho que se ampare en un caso verídico, siempre hay unas razones concretas para actuaciones tan difíciles de entender. Y estos motivos no aparecen por ninguna parte, por mucho que se esfuercen, en sus respectivos papeles, la espléndida pareja protagonista (lo mejor del film, sin duda alguna, junto con su impactante inicio), un Alberto San Juan de prodigiosas miradas y una atractiva Emma Suárez.

Todo lo que hace referencia a los malos tratos y a las torturas en los centros penitenciarios, aparte de resultar light, huele a políticamente correcto. Nadie le podrá criticar el que no haya tocado el tema, pero ha sido con pies de plomo, para salvar el tipo; sin entrar a saco en la denuncia y convirtiendolo, finalmente, en un penoso canto al discutible uso de las penitenciarias como centros de rehabilitación y reinserción, entendiendo ambas palabras en todo lo amplio de su terminología.

Y todo ello sin ceñirnos en el personaje del Chincheta, un alcaide furibundo y vengativo que, ante el cambio radical de conducta del rebelde y violento Garfia, opta también por convertirse en su benefactora hada madrina.

Ver para creer.

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