24.10.04

Atrapa a un ladrón

La riviera francesa debe ser un escenario ideal para retiro de viejos ladrones de guante blanco, sofisticados en sus golpes. John Robie “Gato”, el personaje interpretado por Cary Grant en la excelente Atrapa a un ladrón, eligió ese enclave para disfrutar su jubilación, aunque lo sacaron de ese descanso una serie de robos basados en su clásico estilo. No hace mucho, Neil Jordan, con El Buen Ladrón, recuperó a ese John Robie, el sofisticado ladrón, para maltratarlo duramente, haciendo de su jubilación un verdadero infierno y otorgándole un nuevo nombre, el de Bob. Bob, a secas. Y ese nuevo nombre es debido a que, en realidad, se trata de un remake (bastante libre) de Bob le Flambeur, un título de uno de los grandes del cine negro francés, Jean-Pierre Melville. El Buen Ladrón la pueden recuperar ahora gracias a su edición en DVD, una película que, por otra parte, no tuvo (inmerecidamente) mucha repercusión en taquilla.

Bob es Nick Nolte. Un Nolte sublime, atractivo, magnético, como casi siempre. Bob había sido un mago en eso de los golpes perfectos. Bob vive de tiempos pasados, gastando su vieja fortuna en oscuras partidas de póker y en el jaco que se inyecta a menudo en sus venas. Bob ha cambiado la adicción del robo por la adicción al caballo. Y nunca mejor dicho lo del caballo, porque Bob acaba jugándose lo poco que le queda en una maldita carrera de caballos. Y lo pierde. Sólo le queda en casa un atractivo cuadro de Picasso (que lo ganó en Pamplona, según cuenta, en una apuesta con el propio pintor), un amigo magrebí al que tiene en alta estima y una joven menor de edad, prostituta y heroinómana, a la que acaba de retirar de las calles. Bob es buena persona y se preocupa por las almas perdidas. Y aunque sus creencias religiosas son mínimas, inexistentes, querría ser como el buen ladrón, aquel que ocupó la cruz a la derecha de Jesucristo para alcanzar el cielo lo más fácilmente posible. La propuesta de un nuevo golpe le hará cambiar sus previsiones de futuro. El lugar: el Casino de Montecarlo, horas antes del popular Grand Prix. Bob piensa que ya es hora de arreglar su vida ya que, como el mismo dice, a cierta edad, el futuro disminuye y el pasado aumenta. Al menos, que ese futuro cortito sea más como el previsto por el John Robie de Cary Grant.

Con El Buen Ladrón, Neil Jordan ha urdido una trama ciertamente atractiva y, en parte, sorpresiva. Es de esos títulos que van cambiando, a golpe de guión, el devenir de todos sus personajes. Sin ir más lejos, y a pesar de lo que uno pueda prever -viendo la fauna de personajes perdidos que inunda la primera parte de su proyección-, la película, poco a poco, va convirtiéndose en un film optimista. En donde los malos no son tan malos y los buenos tampoco son tan buenos. Tanto unos como otros cumplen con su cometido, y Nolte, el sublime Nolte, se gana al espectador gracias a su gran creación, perfectamente definida, la de un tipo humano, de gran corazón y cínico para con aquellos que no quieren admitirle en sociedad, como con ese policía gabacho (Tchéky Caryo), obstinado en encerrarle de por vida y con el que acepta, de buena manera, su rol de perseguido, jugando a eso tan típico del gato y al ratón. Y sin rechistar, ninguno de los dos.

Y, amparándose de nuevo en lo de El Buen Ladrón, su título bíblico, para urdir su perfecto golpe definitivo, contará, entre sus planes, con la presencia necesaria de un delator, un Judas que le ayude en sus propósitos. A partir de allí, el guión (del propio Neil Jordan), empieza a recordarnos a los de la filmografía de Mamet, en donde nada es lo que parece y en los que cambia el rumbo de la historia a cada momento. A pesar de su previsibilidad (personalmente pillé el teórico final inesperado con bastante antelación), todo le cuadra a Jordan a la perfección. Y es que el hombre, por suerte, aún sigue ejerciendo con esa sobriedad de estilo (aunque suavizado con el paso de los años) que le caracterizó en anteriores films. De hecho, éste entronca directamente con la compacta Mona Lisa, por el género negro al que indudablemente pertenece, e incluso con Juego de Lágrimas, por el ambiente marginal en el que se desarrolla.

El Buen Ladrón, un modesto titulo a recuperar en la filmografía de un hombre al que siempre recordaré por su más que estimable Michael Collins, una de las mejores visiones cinematográficas sobre el conflicto irlandés.

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