8.11.04

Verano del 2004

Diecisiete años después de haber coincidido en Nadine, una olvidable aunque entretenida comedia de Robert Benton, Jeff Bridges y Kim Basinger vuelven a encontrarse en un título de características totalmente distintas a las del primero, The Door in the Floor (Una Mujer Difícil), una irregular adaptación de una novela dramática de John Irving llevada al cine por un tal Tod Williams.

No es la primera vez que el particular mundo de John Irving ha sido transportado al cine, con resultados más o menos satisfactorios. Un buen ejemplo de ello son El Mundo Según Garp y Las Normas de la Casa de la Sidra. En The Door in the Floor nos acerca al cerrado mundo de un matrimonio, un tanto snob, traumatizado por la muerte accidental de sus dos hijos y que, para paliar esa ausencia, han decidido tener a una niña. Ésta, sin embargo, no será aliciente suficiente como para evitar que la pareja acabe desmoronándose. Ante esa situación de inminente rotura, él, un escritor famoso de cuentos infantiles, propondrá a su esposa una separación temporal a modo de prueba, aprovechando las vacaciones estivales. En la vida de esa pareja en crisis aparecerá un joven adolescente que, contratado por el marido para ayudarlo en las correcciones de su nueva obra, acabará convirtiéndose, involuntariamente, en un fiel empleado todo terreno para las ansias más impensadas del matrimonio.

La película de Tod Williams tiene momentos increíblemente magnéticos, sobre todo en su primera hora, cuando desgrana los problemas de comunicación que existe en el matrimonio protagonista o la meticulosa descripción de dos personajes marcados por un brutal golpe, como sin lugar a dudas supone la muerte de dos hijos. Sin olvidarnos tampoco de ese acercamiento a Verano del 42 a través de ese pasaje masturbatorio e iniciático, cómico y sentimental, del personaje interpretado por el joven Jon Foster. Pero, aparte de esos detalles narrativos, lo más sobresaliente de este film se encuentra en Bridges y Basinger. Hacía mucho tiempo que Jeff Bridges no había aparcado su disfraz de Starman como en esta ocasión, en donde demuestra su total sobriedad interpretativa a la hora de abordar el personaje de Ted Cole, un tipo cínico, bohemio y bebedor. Y Basinger, Kim Basinger, una Basinger como nunca había visto desde L.A. Confidential y capaz aún, a su edad, de enseñar su bello cuerpo desnudo sin recurrir a ningún tipo de dobles. Toda una gran creación la de la entristecida Marion Cole, una mujer derruida, atrapada en el recuerdo, que sólo recupera sus ganas de vivir gracias a la presencia de ese muchacho elegido por su esposo.

La película resulta real, triste y emotiva hasta que, inesperadamente, un hecho distorsionante rompe esa controlada historia. A partir de ese momento, la locura está servida. Incluso Jeff Bridges decide volver a disfrazarse de Starman durante unos minutos. Todo se desenfrena. La gran labor narrativa y melodramática mantenida hasta ese punto se vienen abajo en cuestión de segundos. Nada cuadra y The Door in the Floor, por instantes, se convierte en El Hotel New Hampshire, una de las más astracanadas visiones de los peculiares relatos de John Irving. Suerte que un monólogo del propio Bridges, rememorando el accidente en el que perecieron sus hijos, nos devuelve a la más cruda realidad. Una escena comparable a aquella en la que un hastiado Marlon Brando, en El Último Tango en París, recriminaba su vida en común al cadáver de su propia esposa.

Un film desigual y fallido, cargado de buenas intenciones y de momentos radiantes que, debido a su inadecuado toque de desvarío, destroza un tanto lo que podría haber sido un excelente y melancólico análisis sobre la amargura que supone cualquier tipo de sentimiento de culpabilidad.

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