23.1.05

Policías de Nueva York

No es del todo una solicitud formal, pero el otro día Flux lanzó al aire la posibilidad de hablar de algún título cinematográfico que no fuera capaz de adormecerla en su visionado. Llevo varios días barruntando qué le debe agradar a esa buena mujer. Mayor, japonesa, ciega, amante del buen cine, impulsiva... ¡Eureka! Nada mejor que un clásico. Pero un clásico atípico. Algo original, poco visto en los últimos años. De esos que no tengan muchos pases televisivos en su haber. Y al final, esta mañana, he dado en el clavo. Y, aparte, he tenido la oportunidad de disfrutarla como en la primera ocasión en que la vi. Para usted, Flux, en su aniversario. Felicidades. Y, como es obvio, para todo el resto, pues es un título que bien vale la pena recuperar. Aunque dificultoso, pues por lo que he podido indagar no está editado ni en DVD ni en VHS. Por suerte, hace un tiempo, tuve la oportunidad de grabarla en vídeo durante una emisión televisiva. Se trata de Brigada 21.

Estoy hablando de una de los mejores trabajos de un hombre portentoso, William Wyler. Un cineasta mayúsculo. Muchos títulos en su haber y muy pocas decepciones. Todo un artesano al que se tendría que reivindicar más a menudo, pues cuando alguien hace alguna referencia suya, parece que sólo hubiera dirigido Ben-Hur. Y, en realidad, tras ese nombre, se esconde un montón de películas incuestionables, pequeñas joyas cinematográficas como la que ahora nos ocupa, la citada Brigada 21.

La película está fechada en 1951, dos años después de haber realizado La Heredera. Su título original es Detective Story. De nuevo, como en multitud de ocasiones, nuestros traductores siguieron yendo totalmente a su bola. Pero esto es lo de menos, son problemas al margen de la producción. Basada en una obra teatral de Sidney Kingsley, Wyler reflejó a las mil maravillas la vida diaria en una comisaria de policía de la ciudad de Nueva York. Una comisaría destartalada, en cuyo interior trabaja un grupo de detectives manejando varios casos al mismo tiempo. Son seres de carne y hueso que, sin darse capones en la cocorota entre ellos, arrastran sus problemas personales durante su labor policial. Gente dura, acostumbrada a tratar con lo más ruin, lo más bajo.

Uno de esos tipos curtidos es el detective Jim McLeod. O, lo que es lo mismo, Kirk Douglas. Un deslumbrante Kirk Douglas que, con su entereza, logró componer todas las claves habidas y por haber para que entendiéramos al cien por cien la oscura mentalidad de ese policía. Todo lo negativo se junta en él: obsesivo, intolerante, vengativo, irascible, impulsivo, violento... Pero Wyler es sabio y no se ceba en él. Al contrario. Con su metódico dibujo, consigue que el espectador acabe encariñándose de éste pues, a pesar de esos múltiples rasgos un tanto fachendas, tras lo más profundo de ese ser, del tal McLeod, se esconde un hombre marcado en su infancia por los mismos defectos que ahora ostenta ante sus compañeros y los delincuentes a los que persigue.

Brigada 21 no reniega, en momento alguno, de su procedencia teatral. Todo ocurre entre las cuatro paredes de esa mugrienta comisaría, lugar por el que van desfilando todo tipo de caracteres. La bondad y la maldad se mezclan a cada golpe de guión. Eterno tema cinematográfico al que el realizador saca el máximo provecho en cada una de sus escenas y en las que, al mismo tiempo, intenta delimitar con una mínima frontera. ¿Dónde empieza la verdadera maldad? Y, analizándolas aisladamente, cada una de éstas escenas tienen su propio significado. Nada está puesto porque sí. Todo tiene su razón de ser. Así, cuando nos golpea con su crudo final, todo cobra sentido.

Cine negro en estado puro. Seres solitarios, amargados. Seres enamorados, aunque incapaces de entender a sus parejas. No es sólo una historia de detectives, como su título original indica. Es una historia humana. De amor, de desamor. Con un guión maravilloso. Emotivo, cruel, sensible. Sabe jugar con nuestros sentimientos. Los exprime. Y nos duele. Y, siendo una película con tipos duros, nos hace llorar. Un maestro este Wyler. Y William Bendix (vaya pedazo de secundario) intercede entre nosotros y el obcecado personaje de Kirk Douglas. Su Pepito Grillo particular. El único capaz de comprender la tortura mental a la que a diario se somete el detective Jim McLeod.

Y ya en esa época, a principios de los 50, la película fue capaz de exponer ciertos temas que aún hoy en día siguen siendo motivo de debate y sobre los que poco se ha avanzado. El aborto y el maltrato doméstico (eso que ahora se ha dado en llamar la violencia de género). Sin tapujos. A bocajarro. En unos tiempos en que todo el mundo sabía pero nadie se atrevía a hablar de ello.

Un clásico a recuperar. Blanco y negro. Diálogos inteligentes. Sorprendentes. Cine en estado puro. No es de extrañar que una serie televisiva de culto, como es ya Policías de Nueva York, se inspirase directamente en esta obra para crear las coordenadas que sustentan su éxito

Si yo tuviera un sombrero me lo sacaría ante el colosal William Wyler.

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