24.2.05

Entre bostezos

Miles es un escritor frustrado, convencido de que jamás verá publicada su extensa novela (¿por qué, últimamente, en todas las películas "cultas" hay un escritor frustrado?). Ha visto cómo se desmoronaba su matrimonio y la única pasión que le queda es la de su amor por los vinos, la cual le ayuda a suavizar su soledad. Vaya, que es de esos tipos repelentes que, antes de dar el primer sorbito, hacen cuarenta y cuatro mil vaciladas con la copa para quedarse con el personal.

Una semana fuera de Los Ángeles, en los viñedos del Valle de Santa Ynez (California), es su máxima ilusión actual. Unas cortas vacaciones que piensa pasar en compañía de Jack, un viejo amigo de los años de Universidad, a punto de contraer matrimonio, que vivió su etapa de gloria personal cuando protagonizó una exitosa serie de televisión y que ahora se dedica a poner su cara en algunos spots publicitarios.

Éste es el punto de partida de la nueva cinta de Alexander Payne, el mismo de A Propósito de Schmidt y que, al igual que en la película protagonizada por un envejecido Jack Nicholson, se decanta otra vez por la morosidad narrativa. A Entre Copas le cuesta muchísimo arrancar. Payne se pasa la primera hora y pico de proyección filmando repetitivos diálogos entre los dos amigos sin que ocurra absolutamente nada. Ahora una cata de un vino modélico, añejo, sabroso; luego un poco de autoconfesión por la amargura que conlleva el personaje del escritor y, por si fuera poco, vuelta a las catas, cientos de catas y de marcas comerciales. Vaya, que pillando a sus dos personajes principales, Miles y Jack o, lo que es lo mismo, Paul Giamatti y Thomas Haden Church, daba para un post en esta página: "Ellos también hicieron publicidad: Paul y Thomas".

Miles, a pesar de su negatividad, es un hombre culto; lo demuestra con sus sibaritas catas y sus apreciaciones sobre el caldo. Jack es un tío muy básico y salido; ello queda claro con su poca sapiencia enológica y con sus constantes bromas sobre el sexo. De tan serio y torturado que pinta Payne al personaje interpretado por Giamatti, a veces parece que sea un tanto cortito y neurótico, a pesar de su inmensa sabiduría. Aunque le ocurre un tanto de lo mismo con el retrato de su amigo, el del lanzado Jack. ¿Una nueva revisitación de Dos Tontos muy Tontos, en versión colgada y con toque intelectual incluido?

La aparición de dos mujeres, Maya y Stephanie, romperá un poco la falta de nervio en su narración. La cinta, entonces, parece prometer algo más. Pero sigue igual, aunque potenciando aún más esa neura por plasmar las catas de vino, pues Maya (lo mejor del film, gracias a la bellaza madura y la moderación de Virginia Madsen), al igual que Miles, es una apasionada por los vinos. Vuelta de nuevo a citar y mostrar numerosas marcas de caldos californianos, entre diálogos un tanto pedantes y hedonistas y situaciones plúmbeas y aburridísimas. El bostezo está asegurado. Y sigue sin pasar nada, pues lo poco que nos cuenta lo sabemos desde los cinco primeros minutos de proyección.

Curiosamente, cuando falta media hora para acabar, Payne parece descubrir que no nos ha contado nada nuevo desde que empezó y decide, incomprensiblemente, romper un poco todos los esquemas anteriores. Las catas y comidas de coco quedan un tanto arrinconadas (aunque, sin embargo, presentes) y opta por darle un aire de comedia un tanto astracanada a la historia. Y es allí en donde mis bostezos se convirtieron en sonoras carcajadas, pues consigue un par o tres de gags ciertamente buenos, de gran comedia. O quizás, simplemente, me reí con tantas ganas debido al tedio que hasta ese momento me había ofrecido.

La verdad es que muy poca cosa me ha llamado la atención de este film. Me he quedado con la misma impresión con que me dejó A Propósito de Schmidt: mucha paja, mucha reiteración en sus temas, pero poca consistencia. Un quiero y no puedo que se queda a medio camino de todo. Ni siquiera su estilo de filmación me gustó, pues la utilización descarada del vídeo digital se nota en sus poco cuidadas imágenes.

Dos toques de comedia ingeniosos, una Virginia Madsen espléndida y una magnífica banda sonora, compuesta por Rolfe Kent, cercana a algunos de los antiguos trabajos de Dave Grusin (como Enamorarse o El Cielo puede Esperar), son lo más destacable de un producto tan parsimonioso como, en parte, irritante.

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