12.2.05

La muerte de un viajante

Un cáncer, complicado con una neumonía y problemas de corazón, se ha llevado al neoyorquino Arthur Miller, el que fuera aclamado mejor dramaturgo del siglo XX por el Royal National Theatre de Londres. Podría hablar largo y tendido sobre la vida y obra de ese autor, uno de los más reputados escritores de todos los tiempos. En mi mente se acumulan varias de sus obras. La angustiosa La Muerte de un Viajante, los numerosos paralelismos entre la tristemente célebre Caza de Brujas del senador McCarthy y Las brujas de Salem o, sin ir más lejos, su excelente guión de Vidas Rebeldes para John Huston.

También podría ir de pedantillo y hacer notar las influencias de Ibsen en toda su obra o enumerar algunas comparaciones de su trabajo con el de Norman Mailer, otro magnífico escritor de su generación. Habría para llenar folios y folios referenciando las excelencias de Miller pero, en este caso, voy a ser breve y citar, tan sólo y como homenaje póstumo, la mayor proeza y la más envidiada en su tiempo de ese ser mayúsculo: el haberse follado, durante cinco largos años, a Marilyn Monroe, la más preciada de todas.

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