9.2.05

Lloviendo piedras

La verdad es que, por tratarse de una ópera prima, La Suerte Dormida es un film excelente. Se me pasó por alto en su estreno y el otro día, a través de Canal +, pude recuperar un dignísimo producto español que destaca muy por encima del resto de producciones nacionales de los últimos años.

Su directora, la guionista Ángeles González Sinde, para su debut tras la cámara, se dejó arropar mimosamente, desde la producción, por Gerardo Herrero, para ofrecer un producto ciertamente emotivo. Emotivo y duro, sin falsos artificios ni trampas narrativas, de esos que, al igual que con el último título de Eastwood, se ven con un nudo en la garganta por su ácida veracidad.

No es cine de entretenimiento, ni mucho menos. Es cine de calidad. De altísima calidad, de una autora comprometida en afrontar desde su cine la vida tal y como viene. De cara, sin segundas lecturas ni presupuestos millonarios. Tan sólo una historia bien trazada y unos actores maravillosos son recursos más que suficientes como para atraparnos y sensibilizarnos con su narración.

Con La Suerte Dormida su realizadora no ha jugado a ningún tipo de innovación cinematográfica. Sólo se ha limitado, de manera inteligente, a recurrir al cine que más conocemos, el norteamericano, para adaptar, a nuestro modo de ser y a la manera de ver y entender la vida, una de esas historias clásicas en las que un abogado, desencantado y sin futuro, se aferra a un caso imposible con la única esperanza de redimirse y, de paso, derrocar a un Titán invencible. Como en Erin Brockovich, A Civil Action o Legítima Defensa, el último Coppola, pero como muy de aquí, más nuestro, contado desde las entrañas, sin lujos ni exageraciones.

En este caso el abogado es ella, Amparo, una mujer amargada y derrotada que, tras un trágico suceso familiar, ha dejado de ejercer la abogacía para trabajar, como administrativa, en una gestoría. Quiere olvidar, pero la muerte del hijo de unos conocidos, debida a un accidente laboral, despertará en ella sus sentimientos más recónditos, apareciéndosele de nuevo esos fantasmas del pasado que, desde hace tres años, no la dejan dormir en paz. Su mejor terapia será desempolvar la toga e, intuyendo sombras oscuras detrás de ese accidente, defender los intereses de los padres de ese chico, a pesar de tener que enfrentarse con un corporativismo empresarial y político indestructible, como el cemento armado.

Y todo la investigación, llevada a cabo para dejar al descubierto las necedades que se esconden tras esa muerte, no es más que una pura excusa argumental, hiriente, para retratar el dolor de una mujer resentida que, por culpa de un duro mazazo que ha afectado a su existencia, ha ido acumulando un odio visceral (y, en parte, comprensible) para con todos aquellos que la rodean, incluido su propio padre, un personaje bonachón, cariñoso y entrañable.

La Suerte Dormida es una película de sentimientos, de miradas, de palabras esquivas. De golpes difíciles de superar. Del lado más gilipollas de la vida. Habla de la estupidez absurda de la muerte. De los sentimientos de culpabilidad arraigados. Del odio. Del amor. De la suerte y de la desgracia, cogidas de la mano como dos hermanas viciosas, tentando el destino de cada uno de nosotros y de nuestros seres más próximos, los más queridos. Una película que explora en lo más profundo de nuestra emotividad. Y nos hace vibrar al son acompasado de ese proceso de superación que sufre Amparo, su protagonista.

Si los americanos, para contar este tipo de historias, de manera mucho más descafeinada, cuentan con gente de cierta entidad, como Julia Roberts o John Travolta, aquí aún vamos más lejos y tenemos a la gran Adriana Ozores, que ríanse ustedes de ella, pues esta mujer les da mil y una vueltas a la pareja citada. Adriana es Amparo, la actriz idónea para meterse en su piel pues, con sus múltiples registros interpretativos y desde una perspectiva totalmente sobria, afronta magistralmente uno de esos papeles que, con el tiempo, acaban marcando la carrera de un actor. Y es que a esa gran dama del cine español la tendríamos que valorar aún mucho más de lo que en realidad la valoramos.

Un film recomendable, sin fisuras, con escenas antológicas, como la de la disputa entre Amparo y su padre, un mesuradísimo Pepe Soriano, ese argentino que un día descubrimos por aquí haciendo de Francisco Franco en Espérame en el Cielo. Y no sólo eso, ya que éste es un producto cabal, de principio a fin, sin un sólo cabo suelto. Y lo mejor de todo, dirigida directamente al estómago y al cerebro.

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