14.2.05

Ustedes lo han querido: DEMONS

Lamberto Bava tras la cámara y Dario Argento en tareas de producción son los principales responsables de Demons, uno de los films más aclamados por los fervientes seguidores del gore esperpéntico y de aquellos títulos terroríficos en los que se acumulan más despropósitos que buenas intenciones. Y Demons es un buen ejemplo de ello.

La cinta nos muestra la noche infernal que vivirán un grupo de personas que, al azar, habrán sido invitados a una sesión de preestreno en el Metropol, un desconocido cine en las afueras de una gran ciudad. Nadie sabe cual va a ser la película a proyectar y nadie desconfía del extraño tipo semienmascarado que, abordándolos por la calle, les ha convocado a la misma. Pero lo de entrar de gañote a un local, sin tener que soltar ni un céntimo, es condición humana y, ante esa posibilidad, pocos planteamientos previos se harán los allí citados. Y esa avaricia innata se acaba pagando.

Una máscara demoniaca, entre otros extraños enseres espeluznantes, adorna la antesala de la platea, en claro homenaje al título ya clásico del papá del Lambertito, Mario. Esa máscara de la cual cuenta la leyenda que aquel que se la ponga se convertirá en un diablo peludo y sanguinario. Pero como la gente no cree en esas tonterías, siempre hay algún palurdo que transgredirá la prohibición y se la acabará encasquetando. Y ese elegido no podía ser otro que un putilla negra, siempre bajo esa estricta regla del cine más basurero en la que está bien escrito que las putillas de color serán las primeras en pringar.

Y, una vez acomodados los invitados en sus respectivas butacas, empieza la película sorpresa. Como era de esperar, se trata de una de miedo, de esas de sustos, como las que hacía el papá de Lamberto, pero en peor. Muy mala, como las del propio Lamberto. En pantalla unos adolescentes tontainas descubren una lápida llena de polvo. Son aguerridos, poco temerosos de Dios. Uno de ellos, con la manita, limpia el polvo que la cubre para poder leer la inscripción. Nostradamus. Esa es la palabra. ”¿Nostradamus?”, se pregunta una de las chicas. Por si no nos ha quedado claro, uno de sus compañeros vuelve a citar el nombre, Nostradamus. La chica no sabe quién es y, para confirmarlo, suelta la gran pregunta a sus colegas. “¿Era un cantante de rock, verdad?”. La respuesta, cínica e inteligente, viene dada por uno de los muchachos. “No mujer... se trata de una marca de vinos”. Mientras este inteligente chiste retumba en el cine, unos de los espectadores se revuelve incómodo en la platea, pues tras él se encuentran, haciendo ruido y fumando porros, la putilla de la máscara, su amiga y el macarra de ambas. El Trío de la Bencina. El espectador inquieto espeta, cabreado: “¡Putas, siempre hay putas!”. Gran diálogo, sí señor.

La historia no es que avance mucho más que ese fragmento de guión citado. La putilla empezará a sufrir una extraña transformación demoniaca, paralela a la de uno de los protagonistas de la cinta proyectada, que la convertirá en un monstruo sin parangón. O sea, se metamorfoseará en una especie de Michael Jackson descolorido y purulento que, a base de mordiscos y arañazos a sus congéneres, irá expandiendo una especie de virus vampírico e infernal, creando con ello una numerosa (y patética) legión de zombis hambrientos que, mediante arremetidas hacia los aún no infectados, irán multiplicando la nueva y diabólica especie. Y todo ello sin explicación alguna. Todo ocurre porque sí, porque al Lamberto Bava le dio la gana de que ocurriera de esa manera. A la tremenda.

Los vivos, aquellos que no quieren convertirse en Michael Jackson, intentarán huir del cine. Pero, ¡maldición!, todas sus posibles salidas habrán sido tapiadas en el tiempo récord de cinco minutos. ¡Qué gran brigada de profesionales de la construcción!. El terror claustrofóbico acaba de empezar. No contentos con tener toda una diversa fauna de personajes en el interior de ese local, y en plena explosión de horror, cuatro nuevos personajes, llegados directamente de la calle, podrán entrar como invitados de excepción para unirse a la fiestecita. Y es que esos cuatro nuevos no podían faltar. Únicos en su especie, los farloperos de turno, de vocabulario chungo y cortitos de entendederas. El cocainómano más barriobajero inimaginable. Para entendernos claramente: la antítesis de Frank Sinatra.

Y entonces, con todos los ingredientes metidos allí a saco, el gore más barato hará su aparición: cueros cabelludos descerrajados como cual tapa de sardinas en lata; deditos mohosos descuartizados; vomitonas verdosas y decapitaciones de todos los colores. Un festival de mal gusto, sabroso y exquisito para los paladares más surrealistas pues, en medio de tanto delirio descoyuntado, una motocicleta ruidosa y un gigantesco helicóptero harán su aparición. Allí, en medio de la platea de un cine, como la cosa más normal del mundo. Y usted, espectador, a tragar, que se trata sólo de cinco días.

Muchos han dicho que se trata de una obra cumbre, que gracias a ella Robert Rodríguez se sacó de la manga lo de Abierto Hasta el Amanecer. Podría ser, pues no es de extrañar viendo el carrerón posterior del Rodríguez. De todas maneras, quiero suponer que quienes valoran Demons son los cuatro cachondos de turno, los gamberros del lugar. Mucho me cuesta entender que se le puedan encontrar valores cinematográficos a éste producto, pues en su desmadre de violencia y sangre no existe lógica alguna y todo transcurre amparándose en un montaje desmembrado y sin ningún tipo de coordinación, saltando de un escenario a otro sin excusas argumentales válidas. Todo muy básico. Y muy penoso, al fin y al cabo.

Aquellos que no la hayan visto nunca, mejor ahórrensela. Tal cual. Y si alguna vez lo intentan, háganlo en compañía de más gente. No es por el miedo, pues eso no asusta de ninguna de las maneras, sino porque visionarla sólo es una pérdida de tiempo total y aún les puede defraudar más. Es uno de aquellos títulos que en grupo se puede llegar incluso a disfrutar, por el cachondeo que comporta la película en sí misma.

Y no se olviden de apuntarse a la moralina: no vayan a un sitio que no les apetece tan sólo porque es de gorra... al final lo acabarán pagando muy caro.

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