9.3.05

Todo lo que siempre quiso decir sobre el sexo y nunca se atrevió a confesar

Parece ser que la moda actual en Hollywood es la del biopic. Pronto vamos a acabar hasta el gorro de tantas biografías, apelotonadas una encima de la otras como esas rebajas de ropa que, de vez en cuando, nos ofrecen los grandes almacenes. En parte, eso de recurrir a la vida de un famoso o, en su defecto, a la de un personaje conflictivo y/o mordaz, es un truco ciertamente fácil, como lo de acabar haciendo remakes de viejos films exitosos en su época. Y ello, desgraciadamente, es la demostración más clara y palpable de que el ingenio y la originalidad se están perdiendo en Hollywood. Pocos de los últimos biopics estrenados han sido productos mínimamente brillantes, excepto en el caso reciente de De-Lovely (debido, ante todo, a su atípica puesta en escena). Y esa falta de brillantez es el principal defecto que denota Kinsey, la última película de Bill Condon, un tipo con el apellido ideal para hablarnos de la conflictiva vida de Alfred Kinsey, un hombre dedicado al estudio del sexo en todas sus vertientes.

El tal Alfred Kinsey era un biólogo entusiasmado con el estudio de una especie muy concreta de abejas que, dando clases de biología en la Universidad de Harvard, decidió, marcado por su dura infancia al lado de un padre puritano y exigente, investigar profundamente el mundo del sexo a través de miles de entrevistas a personajes anónimos. Corrían los años 40 en los Estados Unidos y Hoover arremetía contra presuntos comunistas en plena Caza de Brujas. Fue el momento menos idóneo para que Kinsey y sus estrechos colaboradores sacaran a la luz pública el libro que contenía los resultados de su largo trabajo de investigación, La Conducta Sexual del Hombre.

Kinsey, la película, se compone de dos partes muy concretas. Una, la más estimulante y curiosa, es la que nos da a conocer su relación con el pequeño equipo creado para realizar las entrevistas a gente anónima y la recreación en pantalla, por defecto, de algunas de estas encuestas; unas bajo el punto de vista de la comedia y otras a través de una mirada ciertamente amarga y cruda, como la de la confesión, por parte de un pederasta, de haber violado a casi trescientos menores de edad. En ese aspecto la película funciona, alterna perfectamente la comedia con el melodrama e incide, de manera emblemática, en la influencia de esa ardua tarea encuestadora en la vida matrimonial del propio Kinsey, así como en el peso psicológico que supone -tanto para él como para sus ayudantes- esa acumulación de secretos oscuros archivados en sus mentes; un poco como le ocurría al sombrío personaje protagonista de La Memoria de los Muertos, ese montador de vidas ajenas para su posterior homenaje póstumo.

La otra visión de la película de Condon se centra en la respuesta negativa con la que los sectores más reaccionarios y moralistas recibieron el libro de Kinsey y las trabas que pusieron, ciertos grupos denominados cínicamente culturales, para que no se llegara a publicar un segundo volumen bajo el título de La Conducta Sexual de la Mujer. Y esta parte, la que a priori prometía ser la más interesante, está trazada de manera dispersa y sin profundizar en absoluto. Una lástima.

Kinsey se muestra como una película formalmente académica, pero en realidad no es más que un producto repetitivo, un tanto aburrido y que se sustenta, aparte de en esas referencias sexuales, casi continuas, en el buen hacer de todos sus protagonistas, mereciendo una mención aparte los brillantes trabajos de Liam Neeson y Laura Linney.

Hay que aplaudir, de todas maneras, la valentía de sus responsables a la hora de embarcarse, de manera tan abierta, en un proyecto en el que el sexo forma parte imprescindible del producto, y más teniendo en cuenta que éste es un momento histórico en el que la sociedad norteamericana parece encerrarse, de nuevo, en ese puritanismo rancio que les están inculcando sus propios gobernantes. Un poco como las tortugas: avanzando por la parte del culo.

No hay comentarios: