11.11.05

Alea Jacta Est

Match Point, es el nuevo título de Woody Allen; ese título que muchos aseguran, de manera equívoca, ser totalmente distinto a toda la filmografía del realizador. Nada más falso que esa afirmación pues, nos guste o no, sigue teniendo todas las constantes de su cine. Hay variaciones. Mínimas, pero las hay. Y esos pequeños cambios se encuentran, ante todo, en su ambientación geográfica. Nueva York se convierte en Londres. Y la jet set neoyorquina deja paso a la aristocracia británica. Casi todo el resto sigue siendo lo mismo de siempre, a excepción de su brillante parte final.

Match Point tiene un poco de Hanna y Sus Hermanas y un mucho de Delitos y Faltas. De la primera recoge las relaciones familiares, con infidelidades y engaños entre los miembros de las mismas. De Delitos y Faltas, uno de los títulos más amargos y redondos de Allen, coge la parte más cínica y amoral. El caos de las relaciones humanas vuelve a ser observado desde las gruesas gafas de miope del director.

Un jugador de tenis, una pareja a punto de casarse y la hermana de su nuevo amigo. Entre esos cuatro personajes se desarrollará la historia. Las relaciones de pareja y las matrimoniales volverán a ser el eje central, al igual que en numerosos de sus anteriores films. Como en Interiores, September o Another Woman no hay casi concesiones a la comedia. Al menos, en esta ocasión, no ha jugado a ser Ingmar Bergman, lo cual hace que la película sea, por momentos, un poco más fresca que la plomiza trilogía citada.

La película avanza a ritmo cansino. Todo suena a ya visto. Casi no hay sorpresas. Allen se recrea en la descripción de sus personajes principales. Y lo hace bien, muy bien. Pero, por momentos, resulta excesivo y reiterativo en el análisis de sus protagonistas principales: un profesor de tenis un tanto trepa y arribista; dos hermanos (chico y chica), hijos de familia aristocrática y un tanto pedantillos y, por último, la novia del hermano, una atractiva y sensual norteamericana con ganas de triunfar en los escenarios. El universo alleniano habitual vuelve a estar presente, aunque sea con acento inglés. Una nueva vuelta de tuerca a los mismos temas de siempre. Incluso Londres, la ciudad, podría ser sustituida por el Nueva York de siempre, ya que tampoco cobra un protagonismo especial su ubicación geográfica. Una mera cuestión personal, por parte de Allen, para acercarse más al público que le adora. No en vano, su próxima cinta se realizará en Barcelona. En Europa están sus mayores seguidores.

Y cuando la película ya empieza a aburrir, Allen da un interesante cambio narrativo y de tercio. Un hecho crucial (aunque no sorpresivo) da un nuevo tono al producto. Patricia Highsmith y Alfred Hitchcock hacen su aparición en escena. No es mera casualidad: en Extraños en un Tren (la simbiosis perfecta entre la escritora tejana y don Alfredo), uno de los personajes principales es un jugador de tenis. Y es allí en donde Match Point se convierte en un título original y que, en parte, rompe un tanto con toda su obra anterior (a pesar de seguir conservando ciertos paralelismos con Delitos y Faltas).

De Hitchcock roba ciertos detalles policiales que recuerdan a algunos pasajes de Frenesí (no en vano, la cinta transcurría igualmente en Londres). Y, a través del mundo oscuro y enfermizo de Highsmith, se recrea en un proceso de desesperación que desemboca en una escena violenta muy poco corriente en el universo del director neoyorquino.

La suerte no tiene color ni tendencias políticas. Como muy bien cuenta en su prólogo, la pelota se decanta hacia un lado u a otro cuando roza la red durante un match de tenis. Eso puede favorecer a uno u a otro jugador. Todo depende de ello. Y en la vida ocurre exactamente lo mismo, como en el caso de Match Point. La pelota se pasa una buena parte de su metraje montada sobre la red, vacilante hacia que parte desplomarse. ¿Derecha o izquierda?. Y al final cae hacia el lado que favorece al realizador, pues su ingeniosa y calculada media hora final salva totalmente la mediocridad general que envuelve a la película.

Y eso sólo lo pueden hacer los genios.

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