28.2.05

¿Warner Bros o Warner Bush?

Últimamente la Warner no está muy fina que digamos. Nada fina. Para empezar, se negó a distribuir internacionalmente Million Dollar Baby, por considerarla una película de poco interés. A eso se le llama ojo clínico. Por tal razón, Filmax es la que se ha hecho cargo de llevarla hasta nuestras pantallas.

Ayer, sin ir más lejos, llegó hasta mí Outlook, como caída del cielo, una carta escaneada. Un escrito que Warner Bros ha dirigido a todas las salas exhibidoras españolas con motivo del estreno de la película Constantine y que, en tono prepotente y amenazador, dicta una serie de normas a los responsables de dichas salas para evitar cualquier tipo de pirateo de la misma.

La verdad es que el texto resulta ciertamente desagradable. No es de extrañar que, por su culpa, haya cierto malestar en el sector de la exhibición. ¡Cómo si los de la Warner no supieran que ciertos títulos, por no decir la mayoría, llegan al Top Manta ibérico semanas antes de su estreno!

Lean por si mismos, aunque les aconsejo que pinchen sobre los documentos colgados a continuación para agrandar un tanto la imagen. Vale la pena.

El día después: 4 imágenes son más que suficientes




27.2.05

Oscar: La noche más larga

Pues nada, que estamos ya en la antesala de los Oscar. Justo en un día en que la actualidad cinematográfica y, en concreto, el de los premios ha cobrado actualidad, pues ayer mismo se concedieron los Razzie, los César y los Independent Spirit Awards. O, lo que es lo mismo, los anti-Oscar, el cine francés y el independiente. Para no malgastar energías transcribiendo esos premios (¡por Tutatis, qué pereza!), les he linkado con otras páginas en las que ya se ofrece esa información.

Por otra parte, notificarles que la encuesta que colgué la semana pasada ya ha dado una película ganadora, bastante por encima de las otras candidatas. Million Dollar Baby, con un 45% de los votos, se alza como la posible ganadora del Oscar esta noche. El Aviador (30%) queda en segundo lugar, seguida de un empate entre Descubriendo Nunca Jamás (9%) y Ray (9%) y relegando a la última posición a Entre Copas, una de las triunfadoras en la gala de los Spirit Awards.

Ahora sólo me queda descansar un poco, pues como cada año, desde hace un par de décadas largas, pienso seguir la ceremonia en directo. Pueden pensar que es una tontería, una ñoñería. Pero yo me lo paso bien. Pura chafardería. Me encanta convertirme en un cotilla durante una noche. O sea, como cada año, me iré a cenar en compañía de mi mujer y de un amigo en común, con el que siempre seguimos la misma ceremonia. Hoy tocan calçots, un plato típicamente catalán, concretamente de Tarragona. Una especie de cebolla alargada e inmensa que te deja perdido y enguarrado. Delicioso. Y, cómo no, un buen filete. Y todo regado con un buen vino, a la salud del pedantillo protagonista de Entre Copas. Y luego una larga noche ante el televisor, con nuestra particular porra improvisada pocos minutos antes de empezar la ceremonia. Un ritual estúpido pero que me encanta.

Aquí no voy a jugar a eso de las previsiones, ni mucho menos. Los que siguen esta página, conocen de sobras cuales son mis preferidas y las que pienso pueden obtener el premio. Ahora sólo cabe esperar y desearle (aunque sea un tópico) la mejor suerte del mundo a Alejandro Amenábar y a Nacho Vigalondo, un bloguero de pro que ha llegado a los Oscar gracias a su cortometraje 7:35 de la Mañana. Por cierto, aquellos que aún no lo han visto, podrán hacerlo esta misma noche, en el programa especial de Canal + anterior a la ceremonia, La Noche de los Oscar en Canal +, que se emite de 00.00 a las 02.00 horas.

Sólo una premonición. Creo que este año van a haber premios para todos los gustos y todos los colores. O no. Consultaré ahora mismo con Juan Dámaso.


premios para todos los gustos

26.2.05

Ellos también hicieron publicidad (IX): Nadiuska

De nombre real Roswicha Bertasha Smid Honczar. Llegó a Barcelona, a principios de los 70, procedente del frío y con su exótica belleza nos calentó a todos, pues rápidamente se convirtió en uno de los principales mitos eróticos de nuestro país. Sus pechos fueron los primeros que se descubrieron del todo ante millones de españolitos sedientos de sexo. Realizó casi un centenar de películas, de esas de las que ya nadie se acuerda, e incluso llegó a ser la madre de Jorge Sanz en Conan el Bárbaro.

Ella tampoco dudó en dejarse tentar por la publicidad. Y, amante de la provocación como era, optó por anunciar una marca de calzoncillos muy popular por aquel entonces.

Con los años se eclipsó su estrellato. Ahora, a los 53 años de edad, tras largas temporadas mendigando por las calles y hurgando en los contenedores de basura, está encerrada en un centro psiquiátrico.

¡Qué rápido los encumbramos y qué rápido nos olvidamos de ellos! Y no es ni ha sido el único caso, pues varios similares vienen a mi memoria...

25.2.05

Almodóvar de 2 en 2 (y VII): En esta ocasión 3. Y 2 Oscars

Almodóvar llega a su fín. Al menos en lo que se refiere a esta serie de posts dedicados a su persona y a su filmografía. En este caso serán tres los films a repasar. Sus últimos tres títulos de su carrera. Y sus dos Oscars.

Todo sobre mi madre (1999)

Por fin le llegó, gracias a este título, el codiciado Oscar a manos de Pedro. Desde ese día, nuestro engreído realizador, seguro que ha tenido mejores sueños, a pesar de seguir ansiando más y más premios. La verdad es que, en muchos aspectos, se trata de uno de los mejores trabajos del Almodóvar de los últimos años.

La película se centra en el personaje de Manuela, una enfermera, que dejará provisionalmente su residencia de Madrid para trasladarse a Barcelona, ciudad en la que intentará encontrar a su ex marido, tras dieciocho años de separación, para comunicarle la muerte accidental de su hijo en común. En su empeño por localizarlo colaborará un particular grupo de mujeres: una monja embarazada y seropositiva; un travestí un tanto peculiar; una actriz soberbia y su amante lesbiana y heroinómana.

Todo Sobre Mi Madre posee una realización ciertamente impecable y llena de recursos narrativos visuales e imaginativos. Esa salida de un túnel oscuro para desembocar en una iluminada Barcelona, por ejemplo, fue la manera en que Almodóvar reflejó el paso de la tristeza y la depresión de Manuela a la esperanza que le podría abrigar un cambio de aires, así como diversos guiños (y paralelismos) de toda índole a una de las obras cumbre de Mankiewicz, Eva al Desnudo. Sin embargo, su guión resulta repetitivo, como casi siempre, retomando de manera cansina ese juego entre el melodrama a lo Douglas Sirk con algunos toques al más puro estilo de comedia transgresora, aquella que practicó en sus inicios como cineasta.

Al mismo tiempo, la cinta hace gala de un buen número de interpretaciones excelentes (de entre las que cabe destacar la de una madura y sorprendente Cecilia Roth), de las que tan sólo chirriaba (y bastante) la de Toni Cantó en la piel de un travestido.

Con este film, volvió a hacer un retrato de varias mujeres histéricas, un tanto forzado en ciertos aspectos pero de factura elegante y atractiva, del que valdría la pena anotar un curioso descubrimiento, el de Antonia San Juan, un travestí divertido sobre el que recaía la parte más humorística de la función. En otros films no almodovarianos, la tal San Juan demostró su poca validez como actriz, lo cual demuestra que Almodóvar es, indiscutiblemente, un buen director de actores.

Completaban el reparto otras caras habituales en el cine del manchego, como Marisa Paredes, Penélope Cruz y Fernando Guillén, añadiendo a su universo al gran Fernando Fernán Gómez y a una efectiva Candela Peña.

Hable con ella (2002)

Con este film se abre el periodo más decadente y oscuro en la filmografía del realizador. Se trata de una película ciertamente insoportable, de mal gusto y alarmantemente enfermiza, en la que se nos narran dos historias similares bajo dos puntos de vista diferentes, las de Benigno y Marco, un enfermero y un periodista, ambos atraídos por dos mujeres en estado vegetativo, una torera y una bailarina. Tanto el uno como el otro tendrán sentimientos muy distintos hacia ellas.

Perdiendo casi totalmente su sentido del humor (el poquito que le quedaba), la película se salva mínimamente gracias a la impagable interpretación del argentino Dario Grandinetti y al buen hacer (sorprendente, por otra parte) de Rosario Flores, en un rol corto pero consistente. La amanerada interpretación de Javier Cámara, en el papel del enfermero obsesivo y un tanto tarado, así como la descripción de este mismo personaje o la inserción de una especie de sueño chabacano y hortera, en el que uno de los protagonistas entra en el interior de la gigantesca vagina de Leonor Watling, son sus peores bazas.

A mí gusto, junto con Matador, es lo peor de lo peor en la carrera de Pedro Almodóvar. Incomprensiblemente le hizo conseguir su segundo Oscar, en esta ocasión como mejor guión original. Cosas de la vida. El mismo realizador, él solito y a través de sus palabras de agradecimiento, se acabó desacreditando del todo.

La Mala Educación (2004)

Realizada bajo las coordenadas del thriller más rocambolesco, cercana en parte al universo más patético del peor de los films de Brian de Palma, aunque desde una vertiente totalmente homosexual, éste es el último producto, hasta el momento, de Pedro Almodóvar.

Totalmente tamizada de toques gays y travestidos, narrada en espiral y en tres tiempos diferentes, en los que se mezclan la realidad y la imaginación de sus personajes, la cinta se pierde por esa obsesión del director en querer sorprender continuamente a través de una originalidad tan forzada como vacía. Un insoportable ejercicio de estilo en el que pretendía, sin conseguirlo, rizar el rizo cada cinco minutos.

La cinta nos plasma el reencuentro de dos jóvenes en el Madrid de finales de los años 70: un director de cine novato y un escritor frustrado, reciclado en actor. A los dos les une el pasado, ya que en su infancia estuvieron juntos en un colegio católico de internos. Marcados por unos hechos acaecidos en la escuela, decidirán llevar al cine una historia escrita por el segundo de ellos, tras la que se esconde una verdadera y perversa venganza.

La película no fue comprendida ni por el público ni la crítica, convirtiéndose en el gran fiasco de la carrera de Almodóvar. A pesar de sus ansias de renovación, al menos en cuanto a sus actores se refiere (ya que no recurrió a ninguno de sus típicos colaboradores anteriores, con la excepción de Javier Cámara), demostró una falta total de ideas y cierta manipulación a la hora de crear su guión.

¿Qué nos deparará este hombre en el futuro? Hagan sus apuestas.

24.2.05

Entre bostezos

Miles es un escritor frustrado, convencido de que jamás verá publicada su extensa novela (¿por qué, últimamente, en todas las películas "cultas" hay un escritor frustrado?). Ha visto cómo se desmoronaba su matrimonio y la única pasión que le queda es la de su amor por los vinos, la cual le ayuda a suavizar su soledad. Vaya, que es de esos tipos repelentes que, antes de dar el primer sorbito, hacen cuarenta y cuatro mil vaciladas con la copa para quedarse con el personal.

Una semana fuera de Los Ángeles, en los viñedos del Valle de Santa Ynez (California), es su máxima ilusión actual. Unas cortas vacaciones que piensa pasar en compañía de Jack, un viejo amigo de los años de Universidad, a punto de contraer matrimonio, que vivió su etapa de gloria personal cuando protagonizó una exitosa serie de televisión y que ahora se dedica a poner su cara en algunos spots publicitarios.

Éste es el punto de partida de la nueva cinta de Alexander Payne, el mismo de A Propósito de Schmidt y que, al igual que en la película protagonizada por un envejecido Jack Nicholson, se decanta otra vez por la morosidad narrativa. A Entre Copas le cuesta muchísimo arrancar. Payne se pasa la primera hora y pico de proyección filmando repetitivos diálogos entre los dos amigos sin que ocurra absolutamente nada. Ahora una cata de un vino modélico, añejo, sabroso; luego un poco de autoconfesión por la amargura que conlleva el personaje del escritor y, por si fuera poco, vuelta a las catas, cientos de catas y de marcas comerciales. Vaya, que pillando a sus dos personajes principales, Miles y Jack o, lo que es lo mismo, Paul Giamatti y Thomas Haden Church, daba para un post en esta página: "Ellos también hicieron publicidad: Paul y Thomas".

Miles, a pesar de su negatividad, es un hombre culto; lo demuestra con sus sibaritas catas y sus apreciaciones sobre el caldo. Jack es un tío muy básico y salido; ello queda claro con su poca sapiencia enológica y con sus constantes bromas sobre el sexo. De tan serio y torturado que pinta Payne al personaje interpretado por Giamatti, a veces parece que sea un tanto cortito y neurótico, a pesar de su inmensa sabiduría. Aunque le ocurre un tanto de lo mismo con el retrato de su amigo, el del lanzado Jack. ¿Una nueva revisitación de Dos Tontos muy Tontos, en versión colgada y con toque intelectual incluido?

La aparición de dos mujeres, Maya y Stephanie, romperá un poco la falta de nervio en su narración. La cinta, entonces, parece prometer algo más. Pero sigue igual, aunque potenciando aún más esa neura por plasmar las catas de vino, pues Maya (lo mejor del film, gracias a la bellaza madura y la moderación de Virginia Madsen), al igual que Miles, es una apasionada por los vinos. Vuelta de nuevo a citar y mostrar numerosas marcas de caldos californianos, entre diálogos un tanto pedantes y hedonistas y situaciones plúmbeas y aburridísimas. El bostezo está asegurado. Y sigue sin pasar nada, pues lo poco que nos cuenta lo sabemos desde los cinco primeros minutos de proyección.

Curiosamente, cuando falta media hora para acabar, Payne parece descubrir que no nos ha contado nada nuevo desde que empezó y decide, incomprensiblemente, romper un poco todos los esquemas anteriores. Las catas y comidas de coco quedan un tanto arrinconadas (aunque, sin embargo, presentes) y opta por darle un aire de comedia un tanto astracanada a la historia. Y es allí en donde mis bostezos se convirtieron en sonoras carcajadas, pues consigue un par o tres de gags ciertamente buenos, de gran comedia. O quizás, simplemente, me reí con tantas ganas debido al tedio que hasta ese momento me había ofrecido.

La verdad es que muy poca cosa me ha llamado la atención de este film. Me he quedado con la misma impresión con que me dejó A Propósito de Schmidt: mucha paja, mucha reiteración en sus temas, pero poca consistencia. Un quiero y no puedo que se queda a medio camino de todo. Ni siquiera su estilo de filmación me gustó, pues la utilización descarada del vídeo digital se nota en sus poco cuidadas imágenes.

Dos toques de comedia ingeniosos, una Virginia Madsen espléndida y una magnífica banda sonora, compuesta por Rolfe Kent, cercana a algunos de los antiguos trabajos de Dave Grusin (como Enamorarse o El Cielo puede Esperar), son lo más destacable de un producto tan parsimonioso como, en parte, irritante.

23.2.05

Dogma (y polla) a la catalana

Entré de manera accidental. No era mi intención ver Amor Idiota, la nueva película de Ventura Pons. Por muchas razones, empezando por la soberbia que se esconde tras ese director catalán, un hombre engreído y convencido de ser el mejor realizador, no sólo de Catalunya, sino de todo el país. Y es que, en muy pocas ocasiones, sus películas me han convencido en absoluto. Es más, sus comedias iniciales me daban pena y su cambio hacia el melodrama más intimista me aburrió. Todas esos detalles me habían inducido a pasar de la película.

Nunca digas nunca jamás. Eso está claro. Ayer por la tarde, dispuesto a degustar alguna que otra película de la cartelera actual, tuve que acabar eligiendo Amor Idiota, por cuestiones de horarios y temas familiares que tenía que resolver un par de horas después. Ningún título me cuadraba dentro de mi limitado horario. Solo esa, la del Ventura. "Pues nada", me dije, "haz de tripas corazón y a soportarla". Sólo me reconforté pensando que hoy le podría dar una caña terrible a ese realizador soberbio y convencido de ser la voz cinematográfica de Catalunya.

Y la verdad, me acabé cabreando conmigo mismo por prejuzgar un producto que, al fin y al cabo, no está tan mal como esperaba. Está claro que prejuzgar es feo, pero a todos nos gusta. Y lo seguiré haciendo, siempre que después, como en este caso, sepa rectificar (pues eso es de sabios, según dicen).

Amor Idiota es la historia de una obsesión, la de un tipo solitario, Pere-Lluc, un idiota integral (según sus propias palabras) que, traumatizado por la inesperada muerte de su mejor amigo, acabará colgándose por la visión de una mujer casada, hermosa y tentadora, pero imposible para él. Sin dejarse vencer ante la ignorancia que ella le demuestra en sus encuentros, iniciará un acoso silencioso siguiéndola a todas partes, buscando tan sólo un pequeño retazo de esperanza que le deja acercarse a ella.

La película está basada en la novela homónima de Lluís-Anton Baulenas y, para su adaptación cinematográfica, Ventura Pons ha optado, en parte, por seguir las atípicas normas dictadas desde el decálogo Dogma, empezando por la utilización de una temblorosa e histérica cámara en mano. He de reconocer que, en sus primeros quince minutos, me saco un tanto de quicio esa opción, pero al final acabé comprendiendo que era la mejor elección para seguir los actos de un tipo inquieto y de reacciones inesperadas, las de un idiota con todas las de la ley.

La cinta funciona por ese disfuncional tratamiento que hace de una historia en parte perversa y obscena, de sexo sucio (tal y como lo define su protagonista), de decisiones inmorales (y absurdas) y con muchos puntos de contacto con Bilbao, otra película catalana que llevó el morbo al límite del abismo. De todas maneras, Ventura Pons no llega tan lejos como Bigas Luna en su ópera prima. Es más sutil y esa sutileza, en ocasiones, le aleja de la morbosidad que hubiera sido necesaria en ciertas escenas en donde el sexo toma vertientes salvajes y perturbadoras.

En cuanto a los actores, poca cosa a destacar. Tanto ella, Cayetana Guillén Cuervo, como él, Santi Millán, salvan correctamente sus respectivos roles, sin demasiada ampulosidad ni histrionismos innecesarios. Y cada uno habla su lengua materna, mezclándose, en total armonía y sin desafinar, el castellano y el catalán, creando, con ese bilingüismo natural y típico de Barcelona, cierto halo de realidad que aún hace más atractivo el producto. Lástima, de todas maneras, de ese afán exhibicionista de Santi Millán que, a la mínima de cambio, no duda en absoluto en enseñar su miembro viril; vaya, su polla, para ser más claros. Es más, a los cinco minutos de proyección (y un poco sin venir a cuento), el pene del Millán, en primerísimo plano, se acaba mezclando con la carne hervida del caldo, lo que en casa llamamos la carn d'olla. Y la verdad, tanta polla, a lo largo de la película, se me acabó atragantando.

En definitiva, contra todo pronóstico, Amor Idiota es un trabajo correcto, con más aciertos que defectos, pues su historia engancha, retratando con cierta estilo (aunque sea copiado del Dogma) una historia enfermiza, en la que la pasión y el sexo cobran un fuerte protagonismo. Tan sólo por criticar algo, citar la abusiva utilización de la voz en off del protagonista, trivial en la mayor parte de ocasiones, así como esas cargantes ansias de Pons (como en la mayoría de sus productos) de vendernos Barcelona, visualmente hablando, desde el punto de vista más turístico, de revista de agencia de viajes, así como su desmesura en mostrar los restaurantes y bares de copas nocturnos de la ciudad que el realizador debe frecuentar más a menudo.

22.2.05

La tormenta de hielo

Me resistí a verla en su estreno. Me negué en redondo. Y es que El Día de Mañana no prometía nada bueno, y más teniendo en cuenta que su principal responsable, Roland Emmerich, ese alemán reconvertido en yanqui, emulo en desgracia de Spielberg y que, posteriormente, se pasó al cine de catástrofes, ya me puso de los nervios con ese gigantesco despropósito que significó Independence Day. Suerte que después Tim Burton, con Mars Attacks, reconvirtió, en plan gamberro, la parida marciana del realizador de El Secreto de Joey, ese otro engendro en el que salía un fantasma que era el vivo retrato de Jordi Pujol.

El otro día vi el DVD de El Día de Mañana en casa de un amigo. No pude resistirme a la tentación de pedírsela prestada. Ese subconsciente masoquista y recóndito que todos escondemos (en mayor o menor medida) me la jugó de nuevo. La pillé de su estantería dispuesto a enfrentarme a lo peor de lo peor. El sábado por la tarde, después de comer y con un cafelito entre pecho y espalda, enchufé el reproductor de DVD y coloqué la susodicha película en él. Y me la trague toda, enterita, con una estoicidad sin parangón. Y, vistos los resultados, no me equivoqué en mucho de mis previsiones iniciales. Y es que este tipo, el Emmerich (no mi amigo, el que me dejó la peli, pobre hombre), es un inútil de mucho cuidado

Con El Día de Mañana vuelve a sus andadas habituales a través de un exageradísimo presupuesto. Lo normal en él, vaya. Mucho lujo y muchas hostias pero, al final, caca de la vaca. Como en Independence Day, pero en lugar de con alienígenas, con terribles y asoladores desastres climatológicos. Todo muy bien adornadito, con varias localizaciones geográficas, cuidados efectos especiales y un montón de actores pululando por la pantalla. O actorcetes, mejor dicho, pues supongo que la poca pasta que se ahorra del presupuesto lo hace contratando estrellas ya estrelladas (como Dennis Quaid) o chavalines de futuro incierto, como Jake Gyllenhaal (el de la sobrevalorada Donnie Darko, para ponerles en antecedentes).

La historia cuenta como un climatólogo, incomprendido por todo el mundo, vaticina una nueva Edad de Hielo por culpa del calentamiento del planeta que afectaría, sobremanera, a los países del Norte. Como era de esperar, nadie creerá en esa especie de Montes de Oca (¿quién va a seguir las predicciones de un tío con cara de borrachín, como el Quaid?), aunque todos acabarán recurriendo a su sapiencia cuando empiecen los primeros y devastadores efectos de la hecatombe gélida. Los japos pringan primero, mientras en Escocia, la bajada en picado de las temperaturas deja a unos cuantos totalmente congelados, como las barritas de merluza Pescanova. Dicen que en España no hay problema. Estamos en el Sur y para Emmerich, como para el presidente Bush, el Sur es el Tercer Mundo, en su totalidad. Y parece que el deshielo es sabio y respeta a los más pobretones. Menos da una piedra.

Algo se cuece sobre Nueva York. Bueno, más que cocerse, se hiela. Una ola gigantesca está a punto de arremeter contra la ciudad de los rascacielos. Y el hijo del Quaid, el Donnie Darko ese con cara de atún restreñido, está en ella para competir en un concurso de su escuela, una especie de Cesta y Puntos a nivel estatal. Y el Quaid en Washington, asesorando al vice-presidente del país (que es un tío muy tozudo). Ni corto ni perezoso, enterado de la desgracia que se cierne sobre NY, el aguerrido Montes de O'Quaid, a pesar de la helada mortal y acompañado por sus dos mejores colegas, partirá en el rescate del hijo pródigo, aunque acaben haciendo casi la mitad del recorrido a pie a partir de un percance sufrido en Philadelphia; o sea, la distancia habida entre Barcelona y Andorra, pero multiplicada por dos. ¡Eso es un héroe, sí señor!.

Delirante. Ridícula. Patética. Es una lástima que unos efectos especiales tan perfectos (esa es una evidencia difícil de negar) acaben arropando y dándole forma a un producto tan penoso. Aparte de estos, el resto de la proyección es como Terremoto. O peor, que ya es decir. Basura pura, en estado de putrefacción. Pero basura millonaria, al fin y al cabo. Todo manido, trillado. Siempre pringa algún buenazo y, como en todas estas, también se nos habla del amor paterno-filial (aunque sea a distancia y a través del teléfono), de la solidaridad entre las víctimas y de la entereza de espíritu para sobrellevar ciertas catástrofes con gallardía, guapura y elegancia, aunque en ese momento se encuentren con el agua al cuello. Y a punto de congelarse de un momento al otro.

Atención a su parte final, pues allí se encuentra una falsísima alabanza hacia los países del Tercer Mundo que logrará erizarles los pelos; de piel de gallina, se lo aseguro. Vale la pena ver toda la película, de cabo a rato, para llegar al punto que acabo de citar. De juzgado de guardia. No cuento más para no chafarles el producto, aunque se lo merecería y les ahorraría un esfuerzo inútil. A veces, a ciertos directores, les tendría que dar vergüenza aquello que hacen. Y el Emmerich es uno de ellos.

21.2.05

¡Traed vuestros muertos!

Como han podido observar, hoy han aparecido cuatro nuevos tránsfugas. Van cayendo en tropel y un servidor casi no tiene tiempo material para irlos actualizando. Y, en esta ocasión, como en otras muchas, han sido algunos de ustedes los que me han avisado de esas nuevas adquisiciones.

Ya saben: si se enteran de alguno que ha querido pasarse al otro lado, me lo comunican. Y me hacen un gran favor en el caso de que se me haya escapado.

Pues dicho lo cual, y en espera de su ayuda, me pondré a vociferar cual Eric Idle en Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y Sus Locos Seguidores: “¡Traed vuestros muertos!”

Ustedes lo han querido: KARAKTER

Se estrenó en España con mucho retraso. Y casi de tapadillo, aprovechando los calores estivales. Llegó medio año después de que le hubiera sido otorgado el Oscar a mejor película de habla no inglesa de 1998. Se trata de Karakter, una producción holandesa, realizada por Mike Van Dier, un hombre procedente del mundo del teatro quien, con este trabajo, desbancó de la carrera por la estatuilla al film español que competía en esa misma edición, la estimable Secretos del Corazón de Montxo Armendáriz.

La cinta, tras la que se esconden claros retazos dickensonianos, tanto por los contornos sociales a los que recorre como por su melodramático guión, nos muestra el intrincado laberinto que tendrá que recorrer un joven adolescente, hijo de una mujer soltera, para que un déspota aguacil, solitario y bastante fachenda, acabe reconociendo su verdadera paternidad. Ambientada de manera minuciosa en la ciudad de Amsterdam de principios del siglo XX y cuidando hasta el último detalle como el más grande de los perfeccionistas, hay momentos en que Diem parece transportarnos al Londres ideado por Carol Reed para su maravillosa adaptación de Oliver Twist. Pero en ésta no hay números musicales, ya que sólo pilla la parte más oscura y sombría de esa estética. Pero eso sí, el hombre, hace bailar a todos sus personajes al son de la música que más le apetece tocar: la de la perversión humana, la del putear por putear, por el simple placer de causar malestar y dolor a los de su mismo género. Es por ello que centra toda su atención en la distante relación entre un padre maligno y un hijo con ganas de venganza. Y Karakter es eso: el juego pérfido establecido entre esos dos seres que, en el fondo, están maltratados por su propia soberbia. Y, en ese aspecto, la cinta tiene mucha fuerza, tanto como la de sus propias y sorprendentes imágenes, plasmadas gracias a una sinuosa cámara en busca de las desgracias y maquinaciones de ese par de personajes, incapaces de ponderar, tanto el uno como el otro, que están rodeados de más gente. El egoismo más embrutecido, vaya.

No contento con recrearse con las miserias y desgracias a las que enfrenta a sus personajes, el realizador holandés parece disfrutar y relamerse con la desmesura con que afronta los pasajes más comprometidos de su película, sin caer nunca en el ridículo y ponderando, en todo momento, la dureza de su argumento. Un argumento que mezcla un poco de todo en su sabroso (fuerte, casi explosivo) potaje, de manera acertada: pobreza, hambre, pederastia, enfermedad, desamor y soledad. Y, para suavizar tanta amargura, no duda en darle cierto toque de fábula moral a su historia, como si se tratara de un cuento. Como el Cuento de Navidad de Dickens, pero sin Navidad ni fantasmas. Aunque más que tacharla de fábula moral sería más apropiado tildarla de fábula amoral, en la que, aparte de ese par de seres desarraigados, deambulan un sinfín de secundarios dignos del film más surrealista de Fellini.

Apoyado fuertemente en la dirección de actores (no en vano Van Diem proviene de ese ambiente), consigue de sus dos principales protagonistas un par de interpretaciones soberbias: la del joven Fedja Van Huêt (de increíble semblanza física con Robert Downey Jr.), en el papel del hijo resentido, y la de Jan Decleir (una estrambótica mezcla entre Robert Mitchum, Michel Piccoli y Fernando Guillén), quien da vida a un padre cruel y sin escrúpulos.

Si algún pero tuviera que encontrarle a este título sería en la bajada de ritmo que hace aparición en su última media hora, y más teniendo en cuenta que se trata de un trabajo que se inicia con un ritmo frenético al que consigue mantener durante casi la totalidad de su metraje: un par de horas ciertamente sorprendentes.

20.2.05

Reflexionando

He pasado todo el fin de semana reflexionando y eso me ha dejado sin fuerzas para colgar algún post en el que tuviera que hacer funcionar demasiado la cabezota.

Y he llegado a un par de conclusiones. En cuanto a la posible solución para salvar los comments de HaloScan que mueren a los 4 meses de ser editados, he decidido dejarlo tal cual. Todo tiene un principio y un final. Y los comments, como el resto de cosas, tampoco van a ser imperecederos.

Y la otra conclusión es que, indiscutiblemente, Million Dollar Baby ganará el Oscar a mejor película. O no.

Seguiré dándole a la cocorota.

19.2.05

Ellos también hicieron publicidad (VIII): Chicho

El hijo del desaparecido Narciso Ibáñez Menta, Narciso Ibáñez Serrador Chicho, también cayó en la tentación de la publicidad. Era la época en que su millonario concurso Un, Dos, Tres... Responda Otra Vez triunfaba en la Televisión Española (pues, en esos tiempos, sólo había una), mucho antes de que se convirtiera en una caricatura de sí mismo. Eran los inicios de la tele en color en nuestro país. Y allí estaba él, el creador de Don Cicuta y sus secuaces, el descubridor de Kiko Ledgard. Y, como estribillo, un consejo impresionante: no compre su televisor sin Thom ni son.

En su haber, y entre otras incursiones televisivas, contaba también con una serie mítica que atemorizó a toda una generación, Historias Para No Dormir, sin olvidar sus dos largometrajes cinematográficos, el gótico La Residencia y el contundente ¿Quién Puede Matar a un Niño?. Siempre quiso ser el Alfred Hitchcock latino, pero se quedó, tan sólo, en el padre de la calabaza Ruperta.

18.2.05

La punta del iceberg

Él estaba allí. Todo ese corpachón gigantesco, sólo, en medio de la sala de proyección privada de su gran mansión. Con tres pasos torpes, pues a sus pequeños pies les costaba soportar el peso de su voluminoso propietario, se acercó a su mullido butacón de piel, enfocado directamente a la gran pantalla. Se derrumbó en él, pues hacía tiempo que no se sentaba delicadamente. Su peso le obligaba a derrumbarse. Su peso y su pedantería egocéntrica.

Para enviar su voz al interior de la cabina de proyección pulsó un botón adherido a su butaca:

- Wondorf, ¿qué película tiene hoy?

La débil voz de Wondorf sonó trémula e insegura por los altavoces de la sala:

- Una producción polaca. Los Aledaños del Ciruelo Sombreado.

- Vaya título - susurró el voluminoso- ¿De quién es?

- De Anchoviovski Krimatolawski, el mismo que dirigiera Las Vituallas del Olivar.

- Wondorf, ¿recuerda qué dije, hace años, de esa película? - preguntó el gordo espatarrado en su mullido butacón-. Refrésqueme la memoria.

Él era el gran crítico. El mejor considerado en su especie. Él marcaba los cánones y todos los otros se guiaban por estos. Era referencia mundial. Y ahora, mientras esperaba el dictamen de su proyeccionista y secretario particular, se estaba hurgando sus dientes y muelas con un palillo.

- Ya he recuperado su fantástica crítica de hace seis años para el Vatycinien - contestó Wondorf a través de los altavoces.

- Hágame un resumen, para ponerme en antecedentes - ordenó el crítico.

- Película maravillosa. Obra maestra indiscutible. Difícil para el público. Metáfora sin par de la sinrazón y el despotismo. Deudora de los primeros films de Pesivakiek Putavski, aunque con cierto toque pastoril. Una de las maravillas más bellas del mundo.

- Vaya, veo que me gustó - asintió el máximo pontífice del Séptimo Arte -. Proyécteme la nueva de este hombre... ¿Me dijo que su título era La Sombra de la Ciruela en el Peldaño, verdad? ¿Sueca?

- Más o menos, señor.

- Pues, ¿a qué espera?, venga. Conéctela ya, coño.

Dicho y hecho. Las luces de la sala se apagaron y, en la pantalla, aparecieron las primeras imágenes. Un ciruelo y un labriego mirándolo. Los acordes musicales de una arpa empezaron a acompañar los títulos de crédito sobre la imagen bucólica del labriego y el ciruelo. Un gran fundido en negro. Nuestro obeso crítico se había quedado dormido durante las más de dos horas y media de proyección. Wondorf, el sufrido proyeccionista y hombre de confianza, se la había tenido que tragar toda, de cabo a rabo. Y se había aburrido como nunca en su vida. Era el film más pedante e insoportable que jamás se había tirado en cara. Llevaba casi 30 años trabajando al servicio del gran profeta del cine actual y estaba acostumbrado a ello.

Las luces de la sala se encendieron y, con ellas, volvió a abrir los ojos el gigantón petulante. Su voz volvió a atronar en la cabina de Wondorf:

- No ha estado mal la película, ¿verdad, Wondorf?

Siempre lo mismo. El gordinflón se quedaba frito y Wondorf tenía que fingir que no se había dado cuenta de ello.

- Maravillosa, señor - mintió, como siempre durante esos casi 30 años.

- Dígame, Wondorf... a usted, ¿qué le ha parecido?

- Única en su género. Sutil. Entrañable. Fascinante. Llena de dobles lecturas. Axioma de axiomas. El zenit de la cinematografía polaca. Una obra de culto. Referencia de futuros títulos.

Wondorf mentía y mentía, como de costumbre. Cuanto más mala y pedante le parecía una película, le decía a su amo que se trataba de lo más grande jamás filmado.

- Gracias Wondorf. Puede retirarse. Voy a escribir la crítica para mañana.

Y así lo hizo nuestro hombre, como cada día durante las últimas tres décadas. Estaba en la cumbre. Y lo seguiría estando por muchos años. Al día siguiente se publicó en Vatycinien. Y todos los sabios del mundo, antes de mojarse ante la nueva película del vanagloriado Krimatolawski, darían un vistazo a la imponderable visión crítica del voluminoso dormilón

A las dos semanas, una prestigiosa revista francesa sobre el mundo del cine, Les Libretons du Pantalleta, aseguraba que Los Aledaños del Ciruelo Sombreado era la obra cumbre del cine, mientras que Pablo Culturetas, desde el periódico El Universo, destacaba la inteligencia con que su realizador había tramado una historia llena de axiomas dentro de otros axiomas. Y así, crítica fabulosa tras crítica fabulosa, gracias a las diarias venganzas de Wondorf, el mundo vio como bodrios como éste eran premiados en los Festivales más insospechados.

Y María Asunción García Ponferrosa, de 54 años de edad, soltera y portera del inmueble número 324 de la calle Puruleza de una pequeña ciudad de provincias española, el día que fue al cine a verla y con toda la razón del mundo, se cagó en la puta madre que parió a los críticos que le habían aconsejado esa bazofia.

17.2.05

Almodóvar de 2 en 2 (VI): De remodelaciones, escritoras y ex policías

Kika supuso un fracaso comercial y crítico tan grande que Almodóvar se decidió a buscar otro tipo de historias que, en parte, le ayudaran a desmoldear ese universo tan compacto y repetitivo que se había creado. Renovó sus argumentos, aparcó un tanto ese ambiente gay y femenino tan característico de su firma e, incluso, buscó rostros nuevos que dieran un aire distinto a sus proyectos. Pero la cosa tan sólo quedó en eso, pues, como verán, La flor de Mi Secreto no acabó de funcionar en absoluto, mientras Carne Trémula sólo contentó a los que, hasta ese momento, no habían creído jamás en su cine. Y es que él, siguiendo con su tradicional ego por las alturas, hubiera querido que todos le siguieran alabando, sin deserciones de ningún tipo.

La flor de mi secreto (1995)
Siguiendo con la etapa más oscura y menos inspirada de su carrera, el realizador intenta huir de sus típicos ambientes y situaciones, recreándose en un retrato femenino, construido con cierta delicadeza pero lleno de poros por todas partes, el de una mujer frustrada en su matrimonio con un militar adúltero, con vocación de escritora y que acabaría descubriendo el verdadero amor de su vida en la persona de un periodista del diario El País.

Un melodrama rosado y pesado que daba la impresión de estar sacado, directamente, de las páginas de Corín Tellado, con pocos alicientes cinematográficos y dirigido de manera tan plana como académica.

Lo mejor de la aburridísima propuesta se encontraba en las buenas intenciones (fallidas) de nuestro Pedro en cambiar un tanto de tercio, abrirse a nuevos temas y renovar un tanto su particular fauna, así como en el inmejorable trabajo interpretativo de sus principales protagonistas. Marisa Paredes e Imanol Arias repetían en el mundo del director, mientras que Juan Echanove entraba en él por primera y última vez, reservando para las sempiternas Chus Lampreave y Rossy de Palma los cuatros chistes típicos y habituales en sus producciones.

Carme Elías y el bailarín Joaquín Cortés se estrenaban, al igual que Echanove, al lado de Almodóvar.

Carne trémula (1997)
Decidido a seguir aún un tanto distanciado de sus temáticas habituales y desmarcarse un tanto de esas connotaciones homosexuales que, durante una buena temporada, habían sido la fuente principal de inspiración de la mayoría de sus títulos, el director manchego, con Carne Trémula, urde uno de sus filmes más correctos junto con ¡Átame! y Todo Sobre Mi Madre, aunque, en esta ocasión, se le fue un tanto la mano al utilizar una narración en exceso melodramática, quedando todo ello como muy pasado de rosca.

El film nos narra la historia de un ex policía que tuvo que abandonar el cuerpo por culpa de un suceso violento, en el que se vió envuelto al lado de su compañero, durante una fría Nochevieja y que le dejó postrado en una silla de ruedas durante el resto de su vida. Uno de los implicados en el hecho, tras salir de prisión habiendo cumplido una condena de dos años, se reencontrará con el antiguo agente y su nueva esposa, la chica por la que él siempre había estado obsesionado. Un explosivo e inusual triángulo amoroso marcará el reencuentro de estos dos personajes.

Ambientada, en su parte inicial y a modo de flash-back, en los años 60, lo más destacable de ésta inusual producción se encuentra en sus buenas intenciones, su perfecta realización y, ante todo, en el buen hacer de Javier Bardem quien, por primera (y última) vez en una película de Almodóvar, deslucía con su soberbio trabajo la sosería innata de Liberto Rabal. Francesca Neri, Penélope Cruz, Pepe Sancho y Ángela Molina completan uno de los repartos más atípicos en su filmografía.

Como curiosidad, vale la pena resaltar que el citado Bardem, en esta cinta, ya interpretaba a un parapléjico. ¿Sería una premonición o una broma maliciosa del destino?

16.2.05

Típico y tópico... a pesar de todo

Durante una semana y media, más o menos, han tenido colgada una encuesta muy peculiar para descifrar que personaje será el más palurdo durante la ceremonia de entrega de los Oscar. Los resultados hablan por sí solos:

Con un 29% de los votos, Matt Damon.
Con un 17%, otra vez Matt Damon.
Con un 20%, de nuevo Matt Damon.
Y en lugar destacado, con un 34% de las votaciones escrutadas, Matt Damon.

Con lo cual, queda claro que el más paleto de esa noche, para los lectores de este blog, será Ben Affleck.

A petición popular, o sea, del inefable Sark (aka Jónatan), hoy tienen colgada una nueva encuesta. Uno de esos sondeos que todos decimos odiar a rabiar pero que, en el fondo, nos encantan. Es sobre Oscars y posibles ganadores. Lo típico, vaya, para no perder estúpidas costumbres. Allí la tienen, a su derecha, en la columna grisácea, en el mismo sitio que ocupaba la anterior.

Que ustedes apunten bien.

15.2.05

El crepúsculo de los Dioses

Vidas Rebeldes fue concebida como una especie de regalo de Arthur Miller a su esposa, Marilyn Monroe, pero el malvado destino quiso que ese guión fuera adaptado para la pantalla grande justo el año en que estos acababan de divorciarse. Y es que, en el fondo, ello no deja de formar parte de esa leyenda maldita, casi kafkiana, que envuelve a una de las películas más sombrías y crepusculares de John Huston.

Clark Gable participó en la película a pesar de no encontrarse muy bien de salud. Un infarto hizo que jamás pudiera asistir el estreno de la misma.

Marilyn Monroe estaba en plena depresión, enganchada a las anfetaminas y al alcohol. Moriría por una sobredosis de pastillas sin acabar su siguiente film, Something's Got to Give.

Montgomery Clift aceptó formar parte de ese rodaje a pesar de estar, como Marilyn, pillado por todo tipo de estupefacientes, alcoholizado y fuertemente traumatizado por su latente homosexualidad y por su enfermiza salud desde que, en 1957 y durante la filmación de El Árbol de la Vida, sufriera un accidente automovilístico que le acabó marcando de por vida. Tras el rodaje de Vidas Rebeldes, aún participó en cuatro películas más, entre ellas la muy interesante Vencedores o Vencidos, hasta que en 1966, a los 45 años de edad, su secretario particular y amante, Lorenzo James, lo encontrara muerto y desnudo encima de su cama. La autopsia, a pesar de los distintos rumores sobre su defunción, certificó que fue debida a un ataque al corazón.

Ese halo catastrófico, de manera morbosa, siempre ha jugado en favor de la película de John Huston ya que, en el fondo, esos grandes actores, en la peor de sus épocas, se estaban interpretando a sí mismos. Y Huston, supongo que de manera inconsciente, estaba dejando, al mismo tiempo, un gran legado cinematográfico, pues con Vidas Rebeldes se encuentra también el final de una manera muy concreta de hacer cine, justo cuando el star system de los grandes estudios estaba a punto de desmoronarse

Poco hay que contar de la película. De hecho, en ella, se esconde la historia de seis personajes solitarios y desengañados en sus ambiciones, aferrados a un pasado que, como ellos, hacía ya tiempo que se había eclipsado. Ninguno de ellos quiere reconocer su decadencia personal. Ellas, Roslyn e Isabelle, o lo que es lo mismo, Marilyn Monroe y Thelma Ritter, viven amargadas por sus fallidas relaciones sentimentales. Ellos, Gay, Guido y Perce (Clark Gable, Eli Wallach y Monty Clift) son viejos vaqueros sin oficio ni beneficio, pues su antiguo negocio ya no es rentable y malviven a salto de mata. Gay añora seguir cazando caballos salvajes, a Guido sólo le apasiona su afición por las avionetas y Perce subsiste a base de maltratarse el cuerpo en denostados rodeos. Y todos, del primero al último, encontrarán un nexo de unión en común, pues ninguno de esos cuatro hombres podrá resistirse a la tentadora presencia de Roslyn, la exhuberante rubia desvalida y temerosa.

La cinta, vista años después de su estreno, ha perdido parte de su fuerza inicial e incluso, en ciertos aspectos, puede dar la impresión de ser un producto desangelado. Algunas de sus escenas ahora nos suenan a improbables, a demasiado exageradas, así como las interpretaciones un tanto desmelenadas de Monty Clift y de la propia Marilyn, en contraposición a la de un sobrio y elegante Gable, ese viejo cowboy amante de la libertad que le otorgan los grandes espacios abiertos, su verdadero hogar, tal y como confiesa, en varias ocasiones, a lo largo de la proyección.

Una cinta con perdedores, de aquellas que le encantaba rodar a John Huston, pesimista al cien por cien, llena de puertas que se cierran para no volverse a abrir jamás. Un producto mítico en donde los haya, aunque sólo sea por la presencia de esos tres monstruos cinematográficos, los cuales, a buen seguro, deberían ser totalmente conscientes, durante su rodaje, de que ellos también estaban cerrando un ciclo de cine tan apasionado e irrepetible como sus propias vidas.

Recuperándola el otro día, me vino a la memoria la primera vez que la vi. Fue en televisión. Era yo muy jovencito, debería tener unos doce años y no entendí mucho la historia que me contaban. Pero, a pesar de ello, he de confesar que, en aquella ocasión, me enamoré por primera vez. Allí estaba ella, la MUJER, con mayúsculas, Marilyn Monroe. Nunca antes había visto nada igual. Mis padres me contaron que había muerto, que se había suicidado. Esa noche dormí poco y mal, pues no pude sacarme de mi cabeza la turbadora imagen de esa mujer tan bella y con la mirada más triste que jamás hubiera visto.

Hay películas únicas e irrepetibles y ésta, a pesar de sus defectos, es una de ellas.

14.2.05

Ustedes lo han querido: DEMONS

Lamberto Bava tras la cámara y Dario Argento en tareas de producción son los principales responsables de Demons, uno de los films más aclamados por los fervientes seguidores del gore esperpéntico y de aquellos títulos terroríficos en los que se acumulan más despropósitos que buenas intenciones. Y Demons es un buen ejemplo de ello.

La cinta nos muestra la noche infernal que vivirán un grupo de personas que, al azar, habrán sido invitados a una sesión de preestreno en el Metropol, un desconocido cine en las afueras de una gran ciudad. Nadie sabe cual va a ser la película a proyectar y nadie desconfía del extraño tipo semienmascarado que, abordándolos por la calle, les ha convocado a la misma. Pero lo de entrar de gañote a un local, sin tener que soltar ni un céntimo, es condición humana y, ante esa posibilidad, pocos planteamientos previos se harán los allí citados. Y esa avaricia innata se acaba pagando.

Una máscara demoniaca, entre otros extraños enseres espeluznantes, adorna la antesala de la platea, en claro homenaje al título ya clásico del papá del Lambertito, Mario. Esa máscara de la cual cuenta la leyenda que aquel que se la ponga se convertirá en un diablo peludo y sanguinario. Pero como la gente no cree en esas tonterías, siempre hay algún palurdo que transgredirá la prohibición y se la acabará encasquetando. Y ese elegido no podía ser otro que un putilla negra, siempre bajo esa estricta regla del cine más basurero en la que está bien escrito que las putillas de color serán las primeras en pringar.

Y, una vez acomodados los invitados en sus respectivas butacas, empieza la película sorpresa. Como era de esperar, se trata de una de miedo, de esas de sustos, como las que hacía el papá de Lamberto, pero en peor. Muy mala, como las del propio Lamberto. En pantalla unos adolescentes tontainas descubren una lápida llena de polvo. Son aguerridos, poco temerosos de Dios. Uno de ellos, con la manita, limpia el polvo que la cubre para poder leer la inscripción. Nostradamus. Esa es la palabra. ”¿Nostradamus?”, se pregunta una de las chicas. Por si no nos ha quedado claro, uno de sus compañeros vuelve a citar el nombre, Nostradamus. La chica no sabe quién es y, para confirmarlo, suelta la gran pregunta a sus colegas. “¿Era un cantante de rock, verdad?”. La respuesta, cínica e inteligente, viene dada por uno de los muchachos. “No mujer... se trata de una marca de vinos”. Mientras este inteligente chiste retumba en el cine, unos de los espectadores se revuelve incómodo en la platea, pues tras él se encuentran, haciendo ruido y fumando porros, la putilla de la máscara, su amiga y el macarra de ambas. El Trío de la Bencina. El espectador inquieto espeta, cabreado: “¡Putas, siempre hay putas!”. Gran diálogo, sí señor.

La historia no es que avance mucho más que ese fragmento de guión citado. La putilla empezará a sufrir una extraña transformación demoniaca, paralela a la de uno de los protagonistas de la cinta proyectada, que la convertirá en un monstruo sin parangón. O sea, se metamorfoseará en una especie de Michael Jackson descolorido y purulento que, a base de mordiscos y arañazos a sus congéneres, irá expandiendo una especie de virus vampírico e infernal, creando con ello una numerosa (y patética) legión de zombis hambrientos que, mediante arremetidas hacia los aún no infectados, irán multiplicando la nueva y diabólica especie. Y todo ello sin explicación alguna. Todo ocurre porque sí, porque al Lamberto Bava le dio la gana de que ocurriera de esa manera. A la tremenda.

Los vivos, aquellos que no quieren convertirse en Michael Jackson, intentarán huir del cine. Pero, ¡maldición!, todas sus posibles salidas habrán sido tapiadas en el tiempo récord de cinco minutos. ¡Qué gran brigada de profesionales de la construcción!. El terror claustrofóbico acaba de empezar. No contentos con tener toda una diversa fauna de personajes en el interior de ese local, y en plena explosión de horror, cuatro nuevos personajes, llegados directamente de la calle, podrán entrar como invitados de excepción para unirse a la fiestecita. Y es que esos cuatro nuevos no podían faltar. Únicos en su especie, los farloperos de turno, de vocabulario chungo y cortitos de entendederas. El cocainómano más barriobajero inimaginable. Para entendernos claramente: la antítesis de Frank Sinatra.

Y entonces, con todos los ingredientes metidos allí a saco, el gore más barato hará su aparición: cueros cabelludos descerrajados como cual tapa de sardinas en lata; deditos mohosos descuartizados; vomitonas verdosas y decapitaciones de todos los colores. Un festival de mal gusto, sabroso y exquisito para los paladares más surrealistas pues, en medio de tanto delirio descoyuntado, una motocicleta ruidosa y un gigantesco helicóptero harán su aparición. Allí, en medio de la platea de un cine, como la cosa más normal del mundo. Y usted, espectador, a tragar, que se trata sólo de cinco días.

Muchos han dicho que se trata de una obra cumbre, que gracias a ella Robert Rodríguez se sacó de la manga lo de Abierto Hasta el Amanecer. Podría ser, pues no es de extrañar viendo el carrerón posterior del Rodríguez. De todas maneras, quiero suponer que quienes valoran Demons son los cuatro cachondos de turno, los gamberros del lugar. Mucho me cuesta entender que se le puedan encontrar valores cinematográficos a éste producto, pues en su desmadre de violencia y sangre no existe lógica alguna y todo transcurre amparándose en un montaje desmembrado y sin ningún tipo de coordinación, saltando de un escenario a otro sin excusas argumentales válidas. Todo muy básico. Y muy penoso, al fin y al cabo.

Aquellos que no la hayan visto nunca, mejor ahórrensela. Tal cual. Y si alguna vez lo intentan, háganlo en compañía de más gente. No es por el miedo, pues eso no asusta de ninguna de las maneras, sino porque visionarla sólo es una pérdida de tiempo total y aún les puede defraudar más. Es uno de aquellos títulos que en grupo se puede llegar incluso a disfrutar, por el cachondeo que comporta la película en sí misma.

Y no se olviden de apuntarse a la moralina: no vayan a un sitio que no les apetece tan sólo porque es de gorra... al final lo acabarán pagando muy caro.