
El que fuera guionista de Million Dollar Baby, en su segundo trabajo para la pantalla grande -tras varias experiencias en el mundo de los telefilms- se apunta al juego de Robert Altman y monta su particular Vidas Cruzadas. Una película coral, ambientada en la impersonal Los Ángeles y que, al igual que en el título de Altman, mezcla en su historia a varios personajes los cuales, durante su metraje, acabarán coincidiendo directa o indirectamente a través del azar y la casualidad, factores éstos que cobrarán un protagonismo especial.
Crash empieza con un accidente de tráfico. En éste se ven implicados una mujer oriental y una pareja de detectives del cuerpo de policía de la ciudad, en el momento en que se dirigían al escenario de un crimen. A partir de ese punto, el film inicia un largo flash-back trasladando su acción al día anterior al suceso. Y es allí en donde empieza a apuntalar su alambicado y consistente guión, preciso como un instrumento de relojería y construido de manera cerebral y concisa.

Al igual que en la olvidada (y remarcable) Grand Canyon de Kasdan, Haggis se centra en la violencia que invade las calles de Los Angeles. El racismo está presente a todos los niveles. El conflicto racial no sólo es cuestión de blancos y negros. Orientales, árabes y espaldas mojadas también se ven inmersos en esa surrealista vorágine plagada de rencores, desconfianza y odio. La mala leche concentrada al cien por cien. Una amalgama de intransigencias que de manera inevitable desemboca en el caos de la violencia. O, a la inversa. Tanto da. Y Clash expone esa dualidad con toda claridad.
El malestar personal se extrapola de manera errónea. Y sus personajes lo demuestran con total claridad. Es más fácil escupir al primero que se cruza en nuestra camino que purgar en silencio nuestros propios problemas. El pez que se muerde la cola. La bofetada iniciada por una estupidez se convierte en mil bofetadas sucesivas a un sinfín de rostros desconocidos. El efecto dominó: todos están inmersos en él y nadie es capaz de romper la cadena.

Teniendo en cuenta su crudo desarrollo, su final resulta un tanto acomodaticio. Un hecho perdonable, construido casi a propósito para no cargar demasiado las tintas.

No dejen escapar este título. Consejo de Spaulding.
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