27.6.06

Psicotronía mejicana y enanos recargables

Hay días en que uno tiene la cabeza un poco espesa y no le apetece ver ninguna película que suponga un mínimo esfuerzo mental. Ese momento siempre coincide con la insistente petición del cuerpo por chutarse una elevada dosis de basura para seguir tirando palante. En definitiva: el instante ideal para repasar cualquiera de los numerosos títulos protagonizados por luchadores enmascarados. Los héroes mejicanos de la lucha libre nunca defraudan. Psicotronía pura, de la más dura. Psicotronía servida en bandeja de plata por Producciones Agrasánchez y Federico Curiel (uno de los realizadores habituales del género), tal y como ocurre en el caso de Los Campeones Justicieros.

Mil Máscaras, Tinieblas, El Médico Asesino y La Sombra Vengadora, capitaneados por el mítico Blue Demon, forman el grupo de Los Campeones Justicieros a los que hace referencia el título. Un grupo de peleones aguerridos, expertos en lucha libre y que dedican su tiempo libre a combatir el mal. En esta ocasión (su debut ante las cámaras como sociedad), invertirán sus fuerzas en derrumbar al pequeño imperio de un mad doctor que atiende por el nombre de Mano Negra. Bueno, lo del mote de Mano Negra es muy sencillo, ya que su mano izquierda es postiza y negra.

Por otra parte, lo de “pequeño imperio” no está escrito por azar ya que, el ejército del que se vale el villano, está formado por un numeroso conjunto de enanos a los que ha dotado, a cada uno de ellos y según sus propias palabras, "de la misma potencia que tendrían 10 atletas juntos". Para ello usa un complicado sistema, ingeniado por él, que consiste en introducir a los liliputienses, uno a uno, en el interior de una diminuta campana durante unos segundos. Al salir de las misma y tras una nímia explosión, su estatura seguirá siendo la misma, pero su fuerza será inigualable. A partir de ahí el delirio está servido.


Lo primero que planea, para jorobar a Blue Demon y su tropa, es secuestrar a las novietas de los cinco luchadores, antes de que éstas puedan llegar a competir en un concurso de misses aztecas. El perverso proyecto implica encerrarlas en unas cabinas individuales y clionizarlas para, posteriormente, hacerles un lavado de cerebro con la intención de que se conviertan en agentes al servicio de las superpotencias enemigas del país. Complicado y estrambótico.

Como era de esperar, Blue Demon pillará un cabreo de mucho cuidado cuando descubra los propósitos maléficos del pérfido Mano Negra. Y más teniendo en cuenta que ha pillado a sus guapas compañeras. Junto con sus colegas, pondrán manos a la obra para intentar el rescate de las chicas. El problema de dar con la guarida del rufián no será tan difícil como se temía en un principio. Ese es un problema que se resolverá tan sólo con la ayuda de viejos recortes de diario que, de manera inexplicable, señalan el lugar preciso en donde el criminal trama sus fechorías: el típico laboratorio, lleno de probetas y aparatitos espectaculares y cutrones que sueltan sonidos como piiing y puuunch sin parar.

Pero todo no será tan simple como esperaban nuestros héroes, ya que recibirán varias palizas de órdago por parte de los liliputienses titánicos. Debido a que a los pequeños soldados, tras varios minutos de lucha, se quedan sin las baterías otorgadas por la campana, Mano Negra ideará una solución más duradera que la inicial. Al no haberse inventado aún las pilas Duracell, les instalará unas pulseras autorrecargables en sus muñecas; una pulseras que, de todos modos, dejarán de surtir efecto cuando los Campeones Justiceros descubran que pisoteándolas anulan todas sus propiedades.


Nuestros héroes, fondones y llenos de michelines, habrán de enfrentarse a numerosos peligros antes de poder salvar a sus muchachas. Tendrán que usar sus distintos transportes en diversas ocasiones; cada uno tiene el suyo propio y jamás se plantean ir a un mismo lugar en un único vehículo: dos motos, dos automóviles y un Meari son sus tesoros más preciados. En contra, sus enemigos, poseen un cochambroso automóvil goldfingeriano, dotado de peligrosos gadgets para desbaratar los propósitos de Blue Demon y sus amigos.

Luchas bajo el mar (filmadas en una piscina y con un acuario con peces de colores situado entre los actores y la cámara); saltos con y sin paracaídas desde una avioneta destartalada; persecuciones automovilísticas en carreteras de curvas... Igual que Operación Trueno, pero a lo pueblerino. Y sobre todo muchos enfrentamientos, cuerpo a cuerpo, con los enanitos salvajes. Alguno de éstos, de vez en cuando, sale volando por los aires tras un encontronazo con los heroicos enmascarados: curiosamente, en ese lanzamiento de pértiga humana, la víctima liliputiense, en su recorrido aéreo y posterior caída, siempre se convierte en una especie de muñecote de goma totalmente elástico. Cosas de los efectos especiales del maestro Federico Curiel, tal y como ocurre en una electrizada escena en la que el apreciado La Sombra Vengadora es desestabilizado, brutalmente, con la ayuda un gas soporífero que surge del micrófono de su teléfono, tras atender una llamada nocturna: un efecto visual un tanto brutote y de estar por casa.


Entre tanta locura y desmelene, no podía faltar la mujer pérfida y roñosa. Ella es Elsa Cárdenas, una fémina habitual en este tipo de productos y que, durante muchos años, vivió de putear a gente como Santo o Blue Demon. Macizorra, pechugona y celulítica, en los 70, la tal Cárdenas encadiló al público mejicano con sus curvas y sus delanteras, al tiempo que, con sus malas artes, provocaba numerosos quebraderos de cabeza a los luchadores enmascarados.

No busquen lógica alguna a Los Campeones Justicieros. Al igual que otros productos por el estilo, se trata de basura en estado puro, reciclada en celuloide. Si son asíduos a este tipo de películas, sabrán de lo que estoy hablando. Si por el contrario nunca han visto un film de este estilo, ahora es el momento apropiado para hacerlo. Descubrirán una manera (básica) de hacer cine. Un cine ideal para ver con un grupo de amigos (gamberros) dispuestos a disfrutar y reír. Muchas comedias actuales querrían obtener el mismo número de carcajadas espontáneas que aún siguen obteniendo estos enmascarados mejicanos.

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