1.8.06

Con la muerte en los tacones

Es innegable que muchos cineastas, incluso los más reputados y a lo largo de su carrera, han recurrido al referente del cine de Alfred Hitchcock para realizar alguna de sus películas. Otros, como en el caso de Jérôme Salle, también optan por utilizar el universo del orondo director británico para su debut en el mundo del largometraje. En algunas ocasiones lo hacen con resultados nefastos e incluso vergonzosos y en otras, como ocurre con El Secreto de Anthony Zimmer (la ópera prima del tal Jérôme Salle), logran homenajear con total frescura títulos ya tan míticos como Con la Muerte en los Talones.

Está claro que el film protagonizado por Cary Grant y Eve Marie Saint es el alma mater de El Secreto de Anthony Zimmer. Confusiones de identidad y un largo viaje en ferrocarril, así como la banda sonora de Frédéric Talgon -paralela al estilo inconfundible del maestro Bernard Herrmann-, acercan a esta película, con cierta desenvoltura, a esa mezcla de comedia e intriga que tan bien urdió Hitchcock a finales de los 50.

Anthony Zimmer no llega, ni mucho menos, a los niveles de genialidad de Con la Muerte en los Talones pero, sin embargo, resulta un film agradable de visionar. O, al menos, a mí me pareció un divertimento fresco, con ritmo, sin demasiada paja innecesaria para alargar la historia y con un the end inesperado y sorpresivo.

Quizás al realizador se le vaya la olla, en determinados momentos, por culpa de ese desmesurado exceso de homenajes al cine de Hitchcock, pues no sólo se contenta con hacer ese gran guiño al film antes citado. Tomen nota: abre la película recordándonos a Marnie, la Ladrona (una larga escena, compuesta de numerosos planos, siguiendo los tacones de una mujer andando y situada de espaldas a la cámara), mientras que la mayor parte de su ubicación geográfica transcurre en las calles y los lujosos hoteles de una Costa Azul que, de manera inevitable, nos transporta al Mónaco de Atrapa a un Ladrón. Pero Jérôme Salle hace todo ello con gracia y destreza, huyendo de los desmanes visuales y narrativos en los que a veces ha caído el propio Brian De Palma y, además, cuadrándolo perfectamente con el bien construido embrollo que se esconde tras la figura de un misterioso e invisible Anthony Zimmer; un Anthony Zimmer que, en el fondo, no deja de ser una clara alusión al George Kaplan que tantos quebraderos de cabeza provocó en su día al buenazo de Cary Grant.

Y aquí no acaban los homenajes de El Secreto de Anthony Zimmer, ya que su realizador no tiene reparo alguno en enfundar dentro de una sudadera azul, con capucha incluida, a Yvan Attal –su protagonista masculino-, obligándole a correr desesperadamente, con los pies descalzos, por las calles de la ciudad de Niza. De esta manera, Marathon Man, uno de los grandes thrillers de los años 70, también tiene su hueco en el enredo hitchconiano y cinéfilo al cien por cien propuesto por el director francés.

Quedan avisados de antemano: no se trata de ningún título que acabe pasando a la historia del cine en letras mayúsculas, ni mucho menos. Es, sin más, una película simpática y sencilla, cuya falta de pretensiones la hace aún más cercana y atractiva al espectador. Tan atractiva como la presencia, siempre interesante, de una ya madura y aún apetecible Sophie Marceau: esa particular Marnie que, con sus zapatos de tacón, nos encaminará a descubrir el verdadero secreto del enigmático Anthony Zimmer.

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