29.8.06

Crónica de una muerte anunciada

United 93 es una de las propuestas cinematográficas más sólidas de esta temporada. Y lo es por muchos aspectos, no sólo por ser una crónica al detalle de lo que supuso esa terrorífica hora y media de vuelo, para los pasajeros de uno de los cuatro aviones secuestrados el tristemente célebre 11 de setiembre de 2001. La historia se centra, en concreto, en el vuelo 93 de la United Airlines, el último de los cuatro en estrellarse; aquel sobre el que, en su día, hubo rumores de todo tipo, ya que incluso se llegó a especular con la probabilidad de que éste fuera abatido por un caza norteamericano.

Su director, el británico Paul Greengrass, tras haber dirigido la temblorosa e irregular secuela de El Caso Burne, cambia de estilo y nos propone un film distinto y más personal. La estructura de United 93 es la de un reportaje. En él no hay protagonistas concretos ni personajes más destacados que otros. En ese aspecto, se trata de un trabajo coral. Una cinta llena de caras anónimas y distantes para el espectador, lo cual evita, de manera consciente, que éste pueda identificarse en exceso con cualquiera de los pasajeros secuestrados. La cámara se muestra fría y distante, en todo momento, con ellos; incluso hace un tercio de lo mismo con los miembros del comando terrorista. Es por esa razón que, en la elección de los actores, se buscaron caras desconocidas y, a poder ser, alejadas del mundo de la interpretación: psicológicamente, la dificultad para familiarizarse con ellos hace más creíble la posibilidad de estar ante un reportaje verídico.

Filmada casi en tiempo real, Greengrass se muestra meticuloso en la plasmación de los hechos, ya que en momento alguno va más allá de la mera fotografía del suceso. Fiel al tono documental elegido, no emite ningún criterio sobre lo que está ocurriendo en pantalla. Expone el fatal episodio tal cual. No le interesa entrar en divagaciones políticas. De ello ya se encargó la prensa y la opinión pública, durante varios años, tras del terrible atentado. El realizador sabe que cada cual tiene su propia opinión formada desde hace tiempo. Él sólo quiere dejar bien claro su papel de cronista. Y les puedo asegurar que, vistos los excelentes resultados, lo ha conseguido.

No sólo coloca su cámara en el interior del avión secuestrado, pues United 93 se mueve en varios frentes distintos. También intercala la tensión vivida, en tierra, por los distintos controladores aéreos civiles e introduce, en la acción, los acelerados movimientos de un grupo de militares de elite intentando tomar medidas drásticas para evitar que la catástrofe aún fuera mayor. Aquí, en este punto, es cuando Greengrass abandona un poco su posición de simple cronista y adopta una papel más crítico con los gobernantes norteamericanos pues, en repetidas ocasiones, hace hincapié en la impotencia de esos hombres al intentar, en vano, comunicar con el presidente de los Estados Unidos. Él era el único que podía dar el visto bueno definitivo a ciertas decisiones militares de envergadura. Y él, ese individuo que a duras penas sabe utilizar unos prismáticos, ese fatídico 11-S, estuvo desaparecido durante varias horas.

El ritmo de la película es frenético. La cámara salta de un escenario a otro; de un personaje a otro. Muestra el terror de todos los implicados –directa o indirectamente- en el suceso y rehuye, con una maestría indiscutible ante un tema tan doloroso como éste, cualquier atisbo de buscar la lágrima fácil en el espectador. Jamás se ceba en la indiscutible emotividad de un grupo de gente inocente y, al mismo tiempo, consciente de que su muerte está muy próxima.

United 93 tiene pasajes ciertamente escalofriantes y muy bien resueltos. El desconcierto de los controladores cada vez que en sus radares desaparece un avión, o los rostros y el silencio de estos tras descubrir que uno de los vuelos secuestrados acaba de estrellarse contra una de las dos torres de World Trade Center, son algunos de los momentos más crudos y perfectamente narrados del film. Por no hablar de la reacción de estupor de ese grupo humano tras la segunda torre caída, o el posterior descubrimiento de que otros dos aviones se dirigen, respectivamente, hacia el Pentágono y la Casa Blanca.

La firmeza con la que Paul Greengrass ha construido este relato es muy difícil de superar. Les aseguro que se trata de una película sin desperdicio alguno. ¿Se imaginan el horror de viajar en un avión secuestrado y enterarse que las torres gemelas han caído?

Pronto veremos el tratamiento de Oliver Stone ante el mismo tema. Las comparaciones, aunque feas, serán inevitables.

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