21.8.06

Doble sesión

Sábado por la tarde. El bochorno de Barcelona invita a quedarse en casa, ante el televisor y con el aire acondicionado a todo meter. Una ocasión ideal para viajar hasta el pasado con ayuda del DVD y recuperar uno de esos desaparecidos programas dobles de los viejos cine de barrio, de los de refrigeración estilo Carrier, olor a palomitas y ambientador de baratillo. De aquellos en los que, en el intermedio, colgaban el cartelito de “esmerado servicio de bar en el hall”. Y para ello no encontré una mejor opción que dar un repaso a dos películas. Un dos en uno. Una fórmula seriada que antaño tuvo una acogida magnífica.

El Tigre de Esnapur y La Tumba India. Una detrás de la otra, con un mínimo descanso para ir al esmerado servicio de bar. O sea, a la nevera, para servirme un refresco con mucho hielo y poder seguir con las aventuras propuestas por un ya mayor Fritz Lang en su retorno a Alemania, tras una fructífera y larga etapa en los EE.UU. De hecho, las cintas se filmaron entre la India y su país natal, lugar que escogió para rodar todos los interiores y construir unos atractivos y exhuberantes decorados.

Dos films de aventuras totalmente dependientes el uno del otro. Dos films que, en muchos aspectos, influyeron en la obra de cineastas posteriores. Sin lugar a dudas, Steven Spielberg, para afrontar Indiana Jones y el Templo Maldito, aprovechó muchas de las ideas -tanto narrativas como escenográficas- vertidas por Lang a lo largo de ambos títulos.


Por lo dicho anteriormente, resulta muy difícil (por no decir imposible) juzgar las dos películas de manera independiente, pues cualquiera de ellas no tendría sentido sin la existencia de la otra. Por ejemplo, la primera entrega, El Tigre de Esnapur, termina justo cuando la pareja de amantes protagonista, una bailarina hindú y un arquitecto alemán, están a punto de morir tras una tormenta de arena en pleno desierto. Ese es el momento en el que una voz en off avisa que el destino de esos personajes quedará totalmente resuelto en su continuación, La Tumba India.

Ambas películas están basadas en una novela de aventuras de Thea von Harbou. Una novela que ya se había adaptado para la gran pantalla, con anterioridad, en los años 20 y 30. Por tercera vez en su carrera, Fritz Lang abandonó la fotografía expresionista en blanco y negro que tanto caracterizó a su cine y experimentó a fondo con el color. Y precisamente, gracias a esa fotografía, consiguió efectos visuales realmente impresionantes, mostrándose como un verdadero perfeccionista. No hay una sola imagen, en todo el metraje, en la que no combine, de manera soberbia, las diferentes tonalidades y colores utilizados. Visto hoy en día, ese tratamiento colorista y la peculiar escenografía utilizada resultan de lo más avanzado y original.

Por tratarse de un film de aventuras, no se trata de una historia simple y vacía. Es un ingenioso y valioso entretenimiento en el que se mezcla un poco de todo, empezando por el exotismo que marca a ambos productos. Bailarinas sensuales, aguerridos aventureros, hindúes perversos, un grupo de leprosos a punto de convertirse en terribles zombis y un nutrido muestrario de animales feroces, son algunos de los personajes que se pueden encontrar a lo largo y ancho de las dos entregas. Amor, comedia y horror. Fritz Lang no se olvidó de nada en la construcción de sus films. Y, por si fuera poco, monta una conspiración palaciega, de mucho cuidado, para destronar a un maharajá con cara de Harrison Ford y con la piel pintarrojeada de marrón; conspiración en la que se barajan malos rollos familiares, innumerables conflictos de intereses, celos y cierto regusto perversillo por el sádico arte de la tortura.


A pesar de sus grandes y numerosos aciertos, también he de decir que a El Tigre de Esnapur le cuesta bastante entrar en materia, pues se pierde en detallarnos en exceso las riquezas y lujos del palacio hindú en el que se alojan, como invitados, la bailarina Seetha y el arquitecto alemán Harald Berger, extralimitándose asimismo en las danzas de la muchacha y el retrato del inicio del romance de ambos. La aventura, el misterio y la intriga empiezan demasiado tarde. Pero cuando lo hace, lo hace a saco y con todas las consecuencias. El momento ideal para crear un particular coitus interruptus cinéfilo y dejar al espectador colgado hasta su siguiente entrega, mediante un final que no duda en homenajear a otro the end antológico, el de King Vidor para Duelo al Sol, en el que dos amantes, al borde de la muerte y tumbados en el suelo, hacen un último esfuerzo físico para juntar sus manos.

Una película llena de escenas inolvidables y ya clásicas dentro del género, con un protagonista masculino erróneo y soso (Paul Hubschmid) y con un par de bellezas femeninas a tener en cuenta: la prusiana Sabine Bethmann y la norteamericana Debra Paget. La primera, rubia y guapa, es de aquellas mujeres que habría querido Hitchcock -en sustitución de Grace Kelly- para su cine: la preciosidad occidental por excelencia; la segunda, morena y sensual, es la tentadora bailarina hindú ideal para representar una de las escenas más eróticas del cine de Lang: la de la danza de la serpiente; una danza que, sin lugar a dudas (y teniendo en cuenta la época en que se estrenó), debió dejar a más de uno sin aliento.

El Tigre de Esnapur y La Tumba India. Dos en uno. Un divertimento kitsch y único al que, de todos modos, el paso de los años ha dañado en algunos (pocos) aspectos ya descritos con anterioridad. En cambio, en otros, logra ser más actual que el cine más vanguardista. La escena con los leprosos encerrados en las catacumbas, intentando darle un pellizco a las nalgas de Sabine Bethmann, o la citada danza de la serpiente erecta, son un buen ejemplo de ello.

Y para que tomen buena nota del baile, les dejo la parte más interesante de la escenita de marras en el YouTube. Espero no se embrutezcan al igual que el reptil.

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