8.8.06

Los USA en zona rusa

Hacía tiempo que me apetecía ver un Woody Allen más fresco y simpático que el de los últimos años. Un Allen que se acercara a aquellos divertimentos con los que nos deleitó en sus inicios como realizador; menos serio y más coñón. Al final, gracias a ese invento de la mula he podido cumplir mis deseos y, aparte de descubrir un entretenido film del autor, he podido recuperar el único título de éste que jamás se ha podido ver en España: Don’t Drink the Water (No Bebas el Agua).

Cosa extraña en Woody Allen, la película está realizada directamente para televisión y, en su filmografía, está situada entre otros dos productos igualmente frescos e ingeniosos, Balas Sobre Broadway y Poderosa Afrodita. De hecho, Don’t Drink the Water es la segunda versión que se hace sobre la obra teatral homónima del propio Allen. La primera, dirigida por Howard Morris, se estrenó en nuestro país con el título de Los USA en Zona Rusa y, en realidad, se trataba de un producto bastante flojo e irregular que destacaba, sin embargo, por algunos toques del guión co-escrito por el primerizo autor en 1969, justo el mismo año en que acababa de debutar tras la cámara con la delirante Toma el Dinero y Corre.

Es de suponer que, debido a la desigual adaptación de su obra en el film de Morris, el humorista decidió, a principios de los 90, retocar y actualizar su libreto original, escribiendo un nuevo guión para dirigirlo e interpretarlo el mismo en pantalla. Consciente de que se trataba de un trabajo menor dentro de su brillante trayectoria, decidió exhibirlo directamente en televisión. Y esa es una de las desgracias por las que jamás ha llegado a ser proyectado (y, misteriosamente, nunca editado en vídeo ni DVD) en nuestra piel de toro.

La película no es nada del otro mundo, pero resulta ciertamente agradable. La trama está ambientada en los años 60, en plena Guerra Fría, mientras que toda la acción de la misma transcurre en el interior de una Embajada Norteamericana en medio de un país imaginario y comunista en el centro de Europa. A esa embajada llegarán, buscando refugio, tres de los miembros de una familia americana en viaje turístico por el lugar, los Hollander, quienes, por un malentendido, han sido acusados de espionaje. El matrimonio Hollander (Woody Allen y Julie Kavner) y su hija Susan (Mayim Bialik) se convertirán en la mayor pesadilla del joven e inepto Axel Magee (Michael J. Fox), quien, accidentalmente, ocupa el cargo de embajador en ausencia de su propio padre, el verdadero titular de la plaza.

Don’t Drink the Water no oculta, en ningún momento, su origen teatral. Pero ello no supone problema alguno, ya que Allen le impregna un ritmo muy especial a su gracioso guión, reservándose para él el papel más relevante del film, el de Walter Hollander, un tipo ególatra, maniático y quejica cuya única preocupación es saber que narices estará haciendo su socio con el negocio que tienen a medias en Nueva Jersey: una empresa de catering cuya especialidad es moldear pasteles de carne, en forma de novios, para banquetes nupciales. Y en la piel de ese tipo histriónico, que además odia la comida europea, el actor se siente como pez en el agua, bordando a la perfección a uno de esos eternos personajes que le han acompañado a lo largo de toda su carrera.

Al igual que en sus largometrajes más apreciados, el cineasta puso un cuidado especial a la hora de elegir el resto del casting, consiguiendo de todo su plantel de actores un trabajo impresionante, siempre al límite del histrionismo pero sin caer jamás de lleno en él: desde Michael J. Fox (en su primera y última incursión en el cine del director norteamericano) al altísimo Edward Herrmann. De todos modos y de entre todos ellos, querría destacar en especial la labor de un divertidísimo Dom DeLuise; un actor en general cargante pero que, en esta ocasión, consiguió hacer maravillas con el papel que le tocó en suerte. En Don’t Drink the Water, DeLuise encarna a un sacerdote del país que, huyendo del régimen comunista, lleva más de seis años albergado en la embajada de los EE.UU., dedicando el tiempo allí recluido en practicar varios juegos de ilusionismo–a cual más patético y ridículo- para convertirse en mago.

Don’t Drink the Water, sin serlo, su mueve a ritmo de vodevil. Numerosos personajes entran y salen de las estancias del edificio protagonista. Políticos, militares, diplomáticos, chefs de cocina y hasta incluso un jeque árabe -con su numeroso séquito de esposas a cuestas-, desfilarán ante la cámara para poner aún más de los nervios a un acalorado e irascible Woody Allen siempre a punto de explotar.

Si no la han visto y les gusta el cine del autor de Annie Hall, no lo duden ni un minuto: echen mano de la mula. A la Sociedad General de Autores que les den por ahí. No se trata de piratería alguna, pues tratándose de una película de uno de los directores norteamericanos más valorados en Europa, bien tendrían que habernos proporcionado, de una manera u otra, la posibilidad de conocer con anterioridad este trabajo. ¿Tanto es pedir un solo pase televisivo o una edición en DVD del mismo?

Lo dicho: que les den morcilla al Teddy Bautista y a sus continuas amenazas.

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