14.9.06

Ustedes lo han querido: LAS LOCAS AVENTURAS DE "RABBI" JACOB

Hubo una época en que Louis de Funes se convirtió en un fenómeno de masas. Película suya que se estrenaba, película que se convertía en un éxito popular. Un éxito un tanto inexplicable, pues la mayoría de los títulos en los que intervino (excepto en raras excepciones) eran productos bastante flojitos en los que lo único destacable se encontraba, precisamente, en el neurótico y nervioso personaje que el actor explotó en multitud de ocasiones. Las Locas Aventuras de "Rabbi" Jacob es un buen ejemplo de ello: un mal guión, una realización plana (para ser benévolo y no decir pésima directamente) y un sinfín de gags sin salsa alguna. El secreto, como casi siempre, estaba en el propio De Funes y su eterno personaje, tal y como ya resalté hace un tiempo con motivo del reestreno de Oscar: Una maleta, dos maletas, tres maletas (sin lugar a dudas, uno de los que mejor se conservan del cómico francés).


Nunca, hasta ahora, había visto la del rabino Jacob. En su época me negué a verla. Quizás, en esos días, tenía puestos mis objetivos progresistas en otras tareas que estaban totalmente distantes del mundo del humorista, aunque con el paso de los años y tras seguir su carrera, reconozco que (en su género) es un artista insuperable; al menos, ese histrionismo suyo tan particular ha acabado por engancharme. Nombrar el apellido De Funes, a estas alturas, ya es casi como citar un adjetivo calificativo. Ese hombre era único a la hora de gruñir y refunfuñar; un ser insolente y avaricioso: el claro ejemplo de empresario ultraderechista, racista y conservador, tal y como muy bien demostró en esta película de Gérard Oury, uno de los realizadores que estuvo a su servicio en más de una ocasión.

En Las Locas Aventuras de "Rabbi" Jacob, el estresado De Funes da vida a Victor Pivert (pivert, en español, significa carpintero), un adinerado empresario francés que, tras enterarse de la condición de judio de su chofer particular de toda la vida, entra en pleno delirio xenófobo. Por si este descubrimiento no fuera suficiente para amargarle el día, y justo después de despedir a su fiel empleado, se verá acosado, de manera fortuita, por un violento grupo de facinerosos palestinos dispuestos a terminar con su vida y con la del tipo que acaba de secuestrarle para utilizarlo como rehén. En resumidas cuentas: un hombre de negocios fachenda, gafe, torpe y refunfuñón, metido de lleno -sin él quererlo- en una intriga político-policial a nivel internacional. Un Con la Muerte en los Talones de tres al cuarto. Un falso culpable desquiciado al que no creerá nadie, ni su propia esposa: raptado, perseguido por terroristas y acusado erróneamente por la policía de dos asesinatos.

Lo políticamente correcto, en los 70, por suerte aún no estaba de moda. Podíamos estar peor que en la actualidad pero la gente, en ese aspecto, no estaba tan cargada de puñetas. Posiblemente ahora, a pesar de tratarse de un producto más que olvidable, no se habría tolerado tan bien como en su estreno, y la sencilla (e infantiloide) base argumental del propio Oury habría sido tachada de insolente y provocadora. Seguramente, el puñetitas de turno (que siempre los hay), hubiera puesto el grito en el cielo al ver caricaturizado a un tipo de derechas y antisemita como Pivert, bajo clave de comedia, disfrazado de rabino y colaborando, en perfecta armonía (aunque fuera para salvar el pellejo), con un judío y un palestino. Casi ciencia-ficción; psicodelia pura y dura. Pero en esos años -en los que el conflicto judeopalestino estaba tan candente como hoy en día-, el personal no buscaba tantas sutilezas estrambóticas como ocurre en nuestro avanzadísimo siglo XXI. Y, en el fondo, las intenciones de su guionista eran más conciliadoras que sarcásticas.


Las Locas Aventuras de "Rabbi" Jacob, a pesar de esa curiosa pincelada político-social encubierta, es una fallida comedia alocada, de las de mamporrazo y tentempié. De las de carreras, caídas y pastelazos. Vista hoy en día, tan sólo quedan los periódicos ataques de ira de De Funes y, ante todo, una situación graciosa y desorbitada que, ambientada en el interior de una fábrica de chicles, ha pasado a formar parte de la antología defunesca y, por extensión, a la del género de la comedia. En ella, Pivert y sus perseguidores caerán, repetidas veces, dentro de la marmita en la que se cuece la verdosa goma de mascar. Una tontería inmensa a la que, sin embargo, el cómico francés, con la ayuda de su exagerada mímica, supo sacarle un buen partido.

Personalmente, y como fan confeso de los momentos defunes más alterados, les he colgado un YouTube con una escena del film. En ella, dentro de un automóvil y parado ante un surtidor de gasolina, intentará llamar la atención de una pareja de policías motorizados para ser liberado de su raptor. Primero, mediante un sinfín de sus insólitas y grotescas muecas; luego, a través de la mímica más explícita para demostrarles que su apellido es el de Pivert (Carpintero en su doblaje, igual que el pájaro). Disfruten de la grandeza gestual de ese cómico: en ese aspecto, era de los mejores.

Y es que De Funes (a pesar de su pequeña estatura) era grande... al contrario que la mayoría de productos en los que intervino. Una lástima.

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