19.10.06

"Abuelita, ¡qué dientes más poco afilados tienes...!"

Cada vez me interesa menos el cine de animación realizado con la ayuda de la informática. Desde que con la inmejorable Los Increíbles se llego a la cima del género, todas las compañías que se dedican a ello (Pixar incluida) no dan pie con bola. Algunos productos pueden estar mejor o peor acabados que otros, o incluso tener un estimable número de gags más o menos potables en su haber, pero a la mayoría se les nota una falta de ingenio ciertamente preocupante.

La Increíble ¡Pero Cierta! Historia de Caperucita Roja es un buen ejemplo de ello. La cinta, realizada y escrita en comandita por Tony Leech y los hermanos Cory y Todd Edwards, parte de la idea de destrozar al mítico cuento infantil de Caperucita Roja. La propuesta, en un principio, parece prometer, ya que la idea es buena. Y mucho más cuando da la impresión de tratarse de un producto dirigido en especial al público adulto más que al infantil (o, al menos, así es como la han vendido). Pero nada: más de lo mismo. Los cuatro guiños de siempre a títulos populares de los últimos años (Matrix incluido, por supuesto) y alguno que otro, mucho más sutil, dedicado a clásicos de toda la vida, tal y como ocurre con un velado homenaje a Al Rojo Vivo, son su máximo exponente de originalidad.

La película se inicia con el conocido final del cuento de Caperucita Roja, cuando ésta llega a casa de su abuelita y el lobo está suplantando a la anciana metido en la cama de ésta. “Abuelita, que ojos más grandes tienes”; “abuelita, que manos tan peludas tienes”... A partir de aquí, la historia toma un camino diferente. Aparte de entrar en escena la abuelita de marras, también lo harán un leñador desorientado y un sinfín de coches policiales patrullados por animalillos de toda clase. El plácido hogar de la viejecita se acaba de convertir en el teórico escenario de un crimen, lugar en el que se podría encontrar un buscado ladrón de recetas de galletas quien, con sus hurtos, está arruinando a los habitantes del bosque. Los cuatro implicados en el suceso, cada uno por separado, darán su particular visión de los hechos vividos, desde el momento en el que la pequeña heroína de la capa roja partió de su casa hasta que llegó a la escena del crimen.


El lobo tendrá los ojos muy grandes y las manos peludas, pero les aseguro que, al igual que sus guionistas, sus dientes no están nada afilados. La mordacidad y la valentía a la hora de explorar vertientes más morbosas en la destrucción del mito de Caperucita, son totalmente inexistentes. El detalle de no colar ni una sola referencia sexual a la relación entre el lobo y la joven, dan mucho que pensar sobre la poca agudeza de sus responsables.

Todo cuanto ocurre en esta Caperucita se queda en el chiste habitual. Por ejemplo: a cada uno de los animales que pululan por la cinta (que son muchos y numerosos), se les dedica una mínima chanza que define el carácter propio de su especie. Así sabemos que, entre otros, los cerditos son unos glotones, el oso es un maleducado y el sapo es un ser viscoso e inteligente que subsiste gracias a sus lengüetazos. Toda una clase avanzada de ciencias naturales para los pequeños clientes de un parvulario. Mientras tanto, la paciencia del espectador resulta infinita, pues ésta es la típica película que, a pesar de sus escasos 80 minutos de metraje, parece no querer acabar nunca.

Después de los largos relatos individuales de Caperucita, el lobo, el leñador y la abuelita .-a modo y manera de interrogatorio policial-, la cinta entra en una especie de copia descarada (y en plan rural) de Los Increíbles, pues el trío de realizadores convierte al cuarteto protagonista en una especie de superhéroes dispuestos a dar caza al maligno ladrón de recetas; eso sí: siempre bajo los acordes de una jamesboniana banda sonora. La anciana abuelita también atiende por el nombre de Triple G (gGg, en claro homenaje al Vin Diesel de xXx y con un provocado alud de nieve incluido), ya que se trata de una mujer adepta (en secreto) a los deportes de riesgo (es de suponer que lo de las tres gés se debe a la inicial de la palabra geriátrico). Una versión yanqui y pasada de rosca de la esposa del ex Honorable Jordi Pujol, esa Marta Ferrusola que, con su moño bien colocado, perdía el oremus por darse unas vueltecitas a bordo de un parapente.

Si mi memoría no falla (que todo podría ser), el cuento original (como la mayoría de cuentos) era mucho más perverso y menos light que esta fallida visión desmitificadora.

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