14.2.07

Babel

El francés Michel Gondry es un tío curioso. Su cine es extremadamente peculiar y arriesgado. Tal y como demostró en su ingeniosa ¡Olvídate de mí!, la narración lineal no le va en absoluto y le encanta mezclar la realidad con las divagaciones propias de la mente humana. Y, de hecho, eso es lo que ha vuelto a plasmar en su nueva película, La Ciencia del Sueño; cinta en la que baraja el devenir diario de un joven con los muy imaginativos sueños de éste.

La Ciencia del Sueño no es un producto tan redondo como su precedente, la citada ¡Olvídate de Mí! ya que, comparado con éste y debido a sus numerosos puntos de contacto, la sorpresa de la originalidad inicial ya no existe. Al mismo tiempo, su planteamiento es mucho más sencillo, lo cual compensa con su cuidadísimo aspecto visual, sobre todo en aquellos momentos en los que Gondry retrata la imaginería que se desprende de los múltiples sueños de Stéphane Miroux, su personaje principal. Quizás la ausencia en el guión del surrealista estilo de Charlie Kaufman le haya permitido, al realizador, centrarse con más atención en el dibujo de las visualizaciones oníricas que no en los laberínticos vericuetos de la mente, tal y como ya hizo en el film protagonizado por Jim Carrey.

Aparte de esa envidiable imaginación que desprende, la película abriga una nueva manera de afrontar una comedia sentimental pues, en este caso, rompe con los patrones tradicionales del género al verse totalmente desenfocada y trastocada por la mente esquizoide del joven Stéphane; un joven que, por motivos familiares, regresa de México para instalarse en el parisino apartamento que le vio nacer. Allí conocerá a Stéphanie, una vecina de su mismo rellano que acabará convirtiéndose en la musa de sus sueños y de sus obsesiones.

De todos modos, ese aire de comedia que domina toda la proyección, esconde, en realidad, el inmenso drama de la enfermedad mental. Es tal la identificación de Stéphane con sus propios delirios que, cada día que pasa, le cuesta más poderlos desgranar de su entorno real. Tan grande será esa concordancia que, al igual que al espectador (al que Gondry sitúa a la perfección en el lugar de su protagonista), le acabará resultando imposible saber el verdadero estado en el que se encuentra. ¿Sueño? ¿Realidad? El subconsciente va a su aire y no se deja atrapar así como así.

Gael García Bernal está magnífico, espléndido, insuperable; a veces tierno, otras puro esperpento. Él es ese joven imaginativo, desquiciado y a veces ingenuo que, por razones geográficas y lingüísticas, se expresa en tres idiomas distintos: español, inglés y francés. Bastantes problemas tiene ya con sus fantasías oníricas que, al unísono, deberá enfrentarse con su particular Torre de Babel (imprescindible, en este aspecto, su visión en versión original subtitulada). Quijotesco en sus locuras y alucinadas, en lugar de luchar contra ruedas de molino, lo hará con sus propios compañeros de trabajo, con su madre y con la mujer de la que se ha enamorado; una mujer a la que ama por recordarle a su propio padre muerto.

Una propuesta relevante, original, emotiva y, a pesar de su extravagancia narrativa, en nada pretenciosa. Ese cambio paulatino de la comedia a la tragicomedia (ideal para mostrar los efectos de la desincronización mental de una persona), es sencillamente sublime.

Ni en sueños se la dejen escapar.

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