9.2.07

El milagro Rubik

La coletilla publicitaria de estar basado en un caso real y la presencia del (últimamente) irritante Will Smith, junto con su propio hijo pequeño (Jaden Smith), me hacían temer lo peor. Contra todo pronóstico, he de confesar que En Busca de la Felicidad me ha sorprendido. Puede tratarse de un trabajo previsible, cargado de la mayoría de tópicos existentes en este tipo de productos, pero está realizado con mucha elegancia y sentido del humor.

Ambientada a principios de los años 80, la película narra una fragmento de la vida de Chris Gardner, un hombre de color, de clase baja, casado y con un hijo de cinco años. Chris se gana la vida vendiendo un modelo especial de escáner óseo para hospitales y consultas médicas. El número de ventas es cada vez menor, lo cual conlleva que su situación familiar vaya cayendo en un estado de lamentable precariedad. Económicamente arruinado y a punto de ser expulsado del apartamento que tiene alquilado en San Francisco, acarreará con su pequeño cuando su mujer les abandone para irse a trabajar a Nueva York. Un cubo de Rubik y un accidentado trayecto a bordo de un taxi obrarán el pequeño milagro: abrirle las puertas para un futuro más prometedor... a pesar de que varios obstáculos, casi infranqueables -antes de llegar a la meta soñada-, empezarán a cruzarse en su camino.

El american dream por enésima vez en pantalla, pero en esta ocasión con un agradecido aire a lo Frank Capra. Mezcla, de manera pertinaz, la comedia con el melodrama; el humor con la emotividad. Todo está colocado en su justa medida ya que, en su debut en el cine norteamericano, el realizador italiano Gabriele Muccino, ha intentado no cargar las tintas en ninguno de los dos aspectos citados. Sus toques de comedia son moderados, aunque inteligentes (y sin lugar alguno para la astracanada) y, al mismo tiempo, rehuye abusar de los más lacrimógenos, a pesar de que, en el fondo, en este tipo de películas, acaba siendo condición sine quanum el poseer una escena en la que el espectador pueda soltar sus lagrimillas con total tranquilidad, tal y como me ocurrió a mí en su fragmento final. Y les puedo asegurar que lloré a gusto, casi a moco tendido.

Es innegable que En Busca de la Felicidad está montada para el lucimiento total de su protagonista, un Will Smith que, nominado al Oscar por su brillante interpretación, se mueve como pez en el agua a través de uno de los personajes mejor escritos y desarrollados de su carrera. Gracias a su Chris Gardner -ese gafe que, de la noche a la mañana, se ve durmiendo en la calle y al que le otorga un carisma ciertamente entrañable-, el actor hace olvidar otras facetas suyas bastante más deplorables y apayasadas, al tiempo que muestra una excelente química con su propio hijo, una figura que, siendo imprescindible para el desarrollo del film, no llega a molestar nunca, al contrario de lo que ocurre con otros pequeñajos repelentes que se pasan el día dando la tabarra desde la gran pantalla. Es más: aparte de resultar una gozada verlos actuar juntos, Steve Conrad (el guionista) les ha servido un regalo en forma de relación paterno-filial cinéfila ya que, en una escena que transcurre en los lavabos de una estación de tren, se aproxima sutilmente al universo fantástico y evasivo que, en La Vida Es Bella, construyó Roberto Benigni para que su hijo afrontará su encierro en un campo de concentración como un mero juego.

La tercera en discordia es Thandie Newton, Linda, la esposa de Will Smith y madre del pequeño Christopher en la cinta; una actriz que nunca me ha convencido en absoluto y que, en los últimos años, aparece hasta en la sopa. Aún no sé qué valores le han encontrado a esta chica, pero lo que sí es cierto es que, su papel en el film, es tan odioso que -a mi entero parecer y por primera vez en su carrera- por fin le han encontrado un rol idóneo para ella.

Un producto dinámico; dos horas de proyección que pasan en un abrir y cerrar de ojos; un largometraje muy pensado y estudiado para el gran público. La clara demostración de que el cine comercial (por muy estandarizado que sea) no está reñido con la calidad. Y todo ello gracias a poseer ese regusto a cine clásico, del de antes, del de toda la vida y al servicio de un film que, machacando en parte su esperado happy end, pone de manifiesto la cantidad de pobreza y de sin techos que causa la sociedad capitalista.

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