29.3.07

Un largo adiós

El Último Show es el legado cinematográfico de Robert Altman quien, pocos meses después de su rodaje, murió a causa de las complicaciones causadas por un cáncer en estado avanzado. Quizás es debido a esta razón por la que el cineasta, conociendo su pronta partida, realizara la película; una película premonitoria en muchos aspectos ya que, en ella, se habla de largas despedidas, de la muerte y en la que se nos recuerda, constantemente y aunque a muy pocos nos guste la idea, que todo tiene un principio y un final.

La cinta muestra el último espectáculo de A Prairie Home Companion, un espacio radiofónico ficticio (aunque basado en uno real) que, durante más de 30 años, cada sábado por la noche y desde el escenario del viejo teatro Fitzgerald de Minnesota, ofrecía su show musical en directo, a todo el país, a través de la emisora WLT. Se trata de un espectáculo anclado en el pasado. Un show tan entrañable como la propia película, en él que los músicos y cantantes actuaban en directo, de cara al público, al tiempo que se radiaba a través de las ondas hertzianas. Incluso las cuñas publicitarias se realizaban en directo, cantadas por el enigmático conductor del programa y acompañadas por su fiel orquesta, sin playback alguno. Una clara defensa de la artesanía con la que el propio Altman afrontó la mayoría de sus largometrajes y, sin lugar a dudas, un inmenso homenaje a la radio de antaño; a esa radio ingeniosa y trepidante que aún no tenía que luchar con las audiencias televisivas.

En El Último Show, la mayor parte de los integrantes del espectáculo ignoran que, en realidad, están ejecutando su postrera actuación para A Prairie Home Companion. Los tiempos han cambiado. La televisión arrasa con todo y el espectáculo que ofrecen ya no puede competir con las nuevas tecnologías. O eso es, al menos, lo que piensan los nuevos propietarios de la cadena radiofónica: el espectáculo debe morir esa misma noche. Y el simbólico teatro Fitzgerald será derribado para construir un parking en su lugar. El country dejará de sonar desde la WLT y sus protagonistas tendrán que buscarse otro modus vivendi.

Es cierto que El Último Show no es el producto más brillante de Robert Altman, aunque en él se puede apreciar lo mejor del cineasta. Se trata de una película elegante, emblemática, de un estilo muy personal, cosechado durante largos años por el autor de Vidas Cruzadas. En ella, Altman se mueve como pez en el agua, mezclando y remezclando una fauna humana tan atípica como afectuosa. La dirección de actores es excelente, al igual que las numerosas relaciones entre sus distintos personajes, entrando y saliendo de los camerinos y que, aprovechando los tiempos muertos antes de salir al escenario, desgranan sus envidias y ambiciones con una naturalidad excelente. Y allí, siguiéndolos por los pasillos y enfrentándose también a ellos sobre la escena, se encuentra la cámara del viejo Altman, el ojo indiscreto del espectador; una cámara sinuosa, de movimientos suaves y capaz de captar el mínimo detalle de todo cuanto acontece delante y detrás del entarimado del Fitzgerald Theater.


La comedia, la música y el melodrama se aúnan a la perfección. Todo está bien medido, controlado al cien por cien. Y, para desfacer el entuerto que supuso Quintet, su única incursión en el fantástico, se atreve a adornar su último film con una presencia fantasmagórica, angelical, que, enfundada en una gabardina blanca y con el bello rostro de Virginia Madsen, aterriza en plena representación del definitivo A Prairie Home Companion con la misión de acompañar a alguno de sus miembros en su viaje final. Un ángel de la muerte con el que Altman -conocedor de su oscuro futuro inminente y a través del último plano del film (en el que el cuerpo de Virginia Madsen se acerca al objetivo de la cámara hasta taparlo)- urdió el guiño más macabro de su dilatada cinematografía.

Puede que les ocurra como a mí y que, en un principio, les cueste entrar en la propuesta que ofrece El Último Show. Denle un cuarto de hora y déjense encandilar por esta historia mágica y musical. Disfruten con las miserias de las hermanas Johnson (un genial Meryl Streep y una Lily Tomlin que cada día me recuerda más a Rosa Maria Sardà), las únicas supervivientes de una estirpe de cantantes melódicas y religiosas; con la socarronería que desprenden Dusty y Lefty (maravillosos Woody Harrelson y John C. Reilly), un par de cowboys amantes de la música country y propensos a la aerofagia y, ante todo, no se pierdan la presencia de un inmejorable Kevin Kline quien, bajo el nombre de Guy Noir, da vida a un muy particular detective privado; el hombre encargado de la seguridad del show radiofónico y que podría ser el hermano bastardo del mismísimo inspector Clouseau.

El Largo Adiós de un rebelde que jamás se vio tentado por los envenenados lujos de Hollywood. Un film extraño, diferente y original. El particular Noises Off de Robert Altman, aquel teatral “por delante y por detrás” que adaptara Bogdanovich, hace unos cuantos años, en la divertida ¡Qué Ruina de Función!

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