11.4.07

Padres e hijos

Dos años después de la edulcorada El Diario de Noa, Nick Cassavetes regresa a la dirección con un título totalmente opuesto a éste, Alpha Dog. Inspirado levemente en un caso real, el realizador -también guionista en esta ocasión- aprovecha para urdir un cruel retrato sobre la adolescencia más pija de Palm Spring centrándose, asimismo, en la influencia que los padres ejercen (directa o indirectamente) sobre sus hijos. Y todo ello lo hace a ritmo de thriller; de un thriller que en ningún momento esconde las influencias de películas como Dos Días en el Valle y, sobretodo, de la magnífica The Chumbscrubber, un producto que no se estrenó en España y que, por suerte, acabó siendo editado en DVD.

Mafias juveniles, narcotráfico, guerra entre bandas, sexo, violencia, un secuestro atípico y un mortal malentendido, son los ingredientes temáticos principales sobre los que se apoya Alpha Dog. Al igual que ocurría en la fallida Brick, los que manejan todo el cotarro son jóvenes casi impúberes pero, al contrario que ésta, no pretende ningún forzado homenaje al cine negro, pues el interés de Cassavetes reside en mostar, claramente, que los hilos que mueven las acciones de sus adolescentes protagonistas están manejados por sus propios padres. Para ello cuenta con la presencia (casi anecdótica) de un espléndido Bruce Willis, Sonny Truelove en el film, un traficante de marihuana que escuda su oficio utilizando a su hijo Johnny (un sorprendente Emile Hirsch) como camello principal; un joven totalmente independizado, con un numeroso grupo de chicos ejerciendo de sicarios a su servicio y dispuesto a montar cualquier pollo a la mínima de cambio. Un nuevo Tony Montana acaba de nacer.

Planteada como un falso reportaje, Cassavetes va intercalando pequeños fragmentos de entrevistas televisivas realizadas a los protagonistas del film. Ello lo hace de forma moderada, sin abusar en absoluto y con la intención de poner al espectador sobre la pista de lo que va a descubrir durante los siguientes minutos de proyección. Paso a paso, peldaño a peldaño, el cineasta va moldeando una tragedia cantada con cierta antelación. No quiere pillar a nadie por sorpresa. Y cuando llega ese momento, lo hace de manera un tanto surrealista, como si se tratara de un cuento infantil. Rompe la naturalidad y el realismo con el que ha esbozado todo el film para, en ese instante, darle un toque en extremo onírico a la situación: una noche azulada y estrellada, una montaña rocosa y tres personajes cara a cara. Conscientemente, la noche es una croma cantarina y la montaña un simple decorado de cartón piedra. Un modo curioso de suavizar un acto brutal.

Un film interesante; una manera distinta y original de contar una historia ya vista en varias ocasiones en la pantalla grande. Una crítica a una juventud vacía y sin aspiraciones; la de aquellos adolescentes que lo han tenido todo desde su más tierna infancia, y a los que no les interesa otra cosa que no sea su propio bienestar; un “bienestar” entre comillas, el único que han conocido desde pequeños y gracias a sus “estupendos” (también entrecomillados) padres. Drogas, alcohol, mansiones ultramodernas y automóviles de lujo: el confort de los villanos. No sólo la purria sabe empuñar un arma. Y ello lo demuestra perfectamente Nick Cassavetes en Alpha Dog.

Lástima de ese mazacote de maquillaje y papada postiza que, hacia el final de la cinta, le encasquetan a una envejecida Sharon Stone. Lástima, repito, pues todo el resto (y a pesar de su sencillez) funciona y encaja a la perfección.

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