12.4.07

Wolfgang Amadeus Branagh

En primer lugar, he de reconocer que nunca me ha gustado la ópera. Siempre me ha parecido un género musical ampuloso y sobrecargado. Quizás sea por ello que, ante la adaptación de La Flauta Mágica realizada por Kenneth Branagh, me aburriese de manera soberana en el cine.

Les puedo asegurar que no es culpa ni del guión, ni de los actores y, mucho menos, del trabajo del director británico, pues éste último, en concreto, se muestra sumamente espléndido. Su capacidad visual y el virtuosismo con el que conduce la cámara son de una calidad y un tecnicismo exquisitos. El larguísimo y meticuloso plano secuencia con el que abre la cinta, por ejemplo, es digno de figurar en toda antología del Séptimo Arte que se precie. Está claro que el problema es enteramente mío. Y es que la ópera y yo no estamos hechos el uno para el otro.

Rodada enteramente en estudios y ambientada entre Francia y Alemania durante la Primera Guerra Mundial, a través de ese impagable plano secuencia inicial ya citado, Branagh hace un amplio recorrido entre trincheras francesas, por dentro y por sobre de ellas; sigue el vuelo de varios pájaros; tropieza con un numeroso escuadrón aéreo; baja de nuevo a tierra para mostrar las tropas del enemigo y, tras varias y asombrosas virguerías más, finaliza ese paseo visual -a modo de overtura- en la misma trinchera en la que lo inició. Para sacarse el sombrero. Una maravilla para cuya realización ha tenido que echar mano de la tecnología digital; el único modo de poder orquestar una planificación tan cautivadora como ésta.

El resto de su metraje -cinematográficamente hablando- ya no es tan espectacular, a pesar de poseer una atractiva escenografía cuidada hasta el más mínimo detalle. Evita conscientemente convertir a su cámara en el principal centro de atención de La Flauta Mágica, otorgándole todo el protagonismo a la música que Mozart compuso en 1971 junto al libreto de Emanuel Schikaneder, y, cómo no, al espléndido lucimiento (según los entendidos en el género) de los cantantes elegidos para la ocasión.

De todos modos, los operísticos más puristas, han criticado la decisión de haber sido cantada en inglés en lugar de optar por el alemán original. Ignoro si ocurrió lo mismo cuando, en 1975, el reputado e intocable Ingmar Bergman (sin acreditar) realizó una adaptación, destinada a la pantalla televisiva, de la misma obra.

Un cuento de amor, mágico y musical, que combina a la perfección los pasajes más coloridos y festivos con un buen número de destellos macabros y oscuros. Un trabajo que se aleja radicalmente de la visión habitual que del cine tiene el shakesperiano director, y en él que éste -al situar la acción en medio de una contienda bélica- aprovecha para lanzar un esperanzador canto de armonía y paz, muy acorde con el agitado panorama político y mundial actual.

A pesar del innegable oficio invertido en su realización (para mí lo más destacable de la película), La Flauta Mágica está destinada a un público muy concreto. Difícilmente puedan conectar y disfrutar con ella los que, al igual que un servidor, tengan ciertos problemas con la ópera,. Yo lo intenté. Y, a trancas y barrancas, superé con creces las más de dos horas de duración. ¡Suerte del embrujo visual de Branagh!

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