13.5.07

EN RESUMIDAS CUENTAS: planicies narrativas en ciudades deshumanizadas

Con tres largos años de retraso llega a España Keane, un film independiente que viene avalado por la producción de Steven Soderbergh y por una excelente reputación de la crítica internacional. Su director es un tal Lodge Kerrigan, un neoyorquino que, con ésta, firma su segunda película; uno más de esos experimentos con los que tanto disfruta su productor: una introspección al interior de la mente de un hombre que acaba de perder a su hija en una terminal de autobuses.

Sin apenas diálogos y filmada cámara en mano, el objetivo de ésta sigue constantemente a su protagonista en la búsqueda esquizofrénica de su pequeña. El deambular sin rumbo por las calles de Nueva York y la plasmación de la locura que va apoderándose de un padre desesperado, son los dos primordiales (o, mejor dicho, únicos) focos de atención de Kerrigan. La alegría de la huerta, vaya.

Aparte de la perfecta actuación de Damian Lewis –quien lleva, casi en solitario, toda la carga interpretativa del film- y de las buenas intenciones volcadas en mostrar el dolor que provoca la pérdida de un hijo, Keane acaba convirtiéndose en un trabajo repetitivo y aburrido. La falta de diálogos y el mínimo apoyo de un guión prácticamente inexistente, hacen de éste un título difícil de digerir.


Con muchos puntos de contacto con Keane -sobre todo estéticos y narrativos-, el vasco José María de Orbe se estrena tras la cámara con La Línea Recta, una película filmada en Barcelona y cuyo único interés reside en la magnífica interpretación de Aina Calpe, una joven promesa mallorquina que, procedente del mundo del teatro catalán, hace también sus pintos en la pantalla grande. Y, la verdad, es que esta chica se merecía un debut cinematográfico mucho más estimulante que éste.

Al igual que el film de Kerrigan, está filmado cámara en mano, aunque (lógicamente) cambiando el escenario neoyorquino por el de las calles y alrededores de la ciudad condal (y siempre buscando exteriores desoladores). Dotado de una aspereza visual y narrativa un tanto tediosas, el producto hace honor a su título, pues esa línea recta a la que se refiere es similar, por su nimio y reiterativo tratamiento conceptual, a un encefalograma plano. O sea: 95 minutos de pura aridez -llenos de planos muertos e inacabables-, en los que únicamente se muestra el devenir diario de Noelia, una chica solitaria y un tanto autista que, encerrada en su particular y vacío universo -y ante un futuro incierto-, irá saltando de un empleo a otro.

La práctica constante del bostezo está garantizada para el espectador.

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