14.6.07

Exorcizando demonios

Memorias de Queens significa la ópera prima, como director, del músico y escritor Dito Montiel quien, para este debut, ha adaptado su novela autobiográfica A Guide to Recognizing Your Saints. Su entrada en el mundo del cine no podía estar mejor apadrinada pues, entre los productores, figuran nombres tan populares como los de Sting y Robert Downey Jr., este último también con un significativo papel en la película ya que, en ella, interpreta al propio Dito en su edad adulta.

Narrada en dos tiempos y con una muy correcta utilización de la técnica del flash-back, la cinta está ambientada en Astoria, el barrio del distrito neoyorquino de Queens en el que transcurrió la infancia y parte de la adolescencia de su autor. Memorias de Queens arranca en la época actual, justo cuando el escritor está a punto de hacer una lectura pública de su libro en Los Angeles, su lugar habitual de residencia desde que decidió abandonar el hogar paterno. Allí, ante su público, rememorará el día en que -tras haber estado alejado de su familia y amigos durante más de 15 años- tuvo que regresar al lado de ellos debido a una llamada urgente reclamando su presencia.

La película, avanzando y retrocediendo en el tiempo, analiza las memorias de juventud del escritor; una juventud que se vio marcada por la violencia, la rivalidad entre bandas y por las tensas relaciones que mantuvo con su padre, un emigrado nicaragüense que arreglaba máquinas de escribir en su domicilio.

La primera media hora de proyección puede resultar un tanto descabellada pues, aparte de estar rodada con la ayuda de una frenética cámara en mano en constante movimiento, va presentando a todos los personajes que rodearon a Dito Montiel de manera abrupta y sincopada. El film parece no querer centrarse en ningun tema en concreto hasta que, inesperadamente, un hecho brutal le impregna un ritmo mucho más soportable. Es entonces, en ese momento clave y tras haber golpeado las pupilas y la mente del espectador, cuando Memorias de Queens se transforma totalmente y, aparte de otorgarle relevancia a su dispersa introducción, cobra la apariencia de un producto elegante, emotivo y dotado de una dureza poco usual en el cine. Y no se trata precisamente de dureza física ya que, la mayor parte de escenas violentas (que las hay), transcurren fuera de plano. Es la dureza de los sentimientos, del rencor, de no poder gritar a los cuatro vientos aquello que en realidad nos hiere en lo más profundo, de aquella mierda acumulada a lo largo de demasiados años; de la mierda propia y de la ajena; de aquella que uno ha de llevar encima sin haberlo comido ni bebido. De ese tipo de mierda que es necesario echar fuera para poder vivir en paz el resto de los días.

Algunos de los pasajes del film, de la parte que transcurre durante los años 80, recuerdan al estilo visual de Una Historia del Bronx, a pesar de que sus intenciones y décadas sean muy distintas. Estas Memorias de Queens son el claro auto exorcismo de Dito Montiel. Exculpar y reconocer culpas, enfrentarse al pasado y admitir, con la frente bien alta, los errores propios y los de los demás. Saber perdonar e intentar ser perdonado. Una filosifía que, a buen seguro, encantará al cristianismo no confeso de Martin Scorsese, pues entre este personaje arrepentido y el del Jake La Motta de Toro Salvaje hay una distancia mínima.

Un buen trabajo, apoyado de manera genial por sus actores (en especial un espléndido Robert Downey, Jr.) y por una selección de temas musicales que, por sí mismos, son capaces de enmarcar un tiempo concreto como fue el de la década de los 80. Y es que la música, en muchas ocasiones, es la mejor terapia para ayudar a recuperar ciertos pasajes personales del pasado.

Y atención, sobre todo, a una escena inolvidable y única, altamente emotiva: la del reencuentro entre un Dito Montiel adulto y su novia de adolescencia. Su construcción escénica, la manera de mantener físicamente alejados a los personajes que intervienen en ella, los diálogos que éstos se cruzan, la utilización de la banda sonora y las interpretaciones del citado Robert Downey y de una impagable y bellísima Rosario Dawson, la convierten, a mi parecer, en una de las mejores y más atípicas escenas de amor de los últimos tiempos. Sólo por este instante de gran cine, vale la pena darle un vistazo a la película.

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