25.8.07

Asesino de reemplazo

A mediados de los 80, Rutger Hauer recreó a uno de los malvados con más entidad de esa década. Se trataba de John Ryder, un maníaco asesino que iba a la zaga de Roy Batty, su también enigmático e irrepetible replicante de Blade Runner. El principal entretenimiento del tal Ryder era ejercer de autoestopista por las desérticas carreteras californianas, con la malsana intención de eliminar a cuantos conductores le invitaban a acceder a su automóvil. La película se estrenó con el título de Carretera al Infierno y algunas de sus constantes, en cierto modo, la aproximaron a la magistral El Diablo Sobre Ruedas de Steven Spielberg.

La ambigüedad sexual del asesino y la extraña y morbosa relación que establecía con una de sus posibles víctimas –un adolescente que realizaba un viaje, en solitario, de Chicago a San Diego-, dotaron a la cinta de un magnetismo especial. La tensión con la que Robert Harmon, su director, abordó ese trabajo y algun que otro giro sorpresivo a lo largo de su trama (como el desenlace del personaje interpretado por una incipiente Jennifer Jason Leigh), hicieron de este un film ahora considerado de culto.

Se trataba de una serie B, filmada con muy poco presupuesto y que, vista hoy en día, sigue aguantando a la perfección. Algunos paralelismos con el universo del western (su compacto y brutal final), sus tiempos muertos (en la segura espera de cualquier tipo de golpe efectista), la ausencia casí total de música en sus escenas más vibrantes y las numerosas elipsis narrativas que ahorraban momentos innecesarios al espectador, hacen que su visión actual sea mucho más estimulante que la del remake que, con el mismo título, se estrenó ayer mismo en nuestras pantallas. Y ello lo digo con total convencimiento pues, por la noche y tras regresar a casa después de asistir a uno de los pases, revisé en VHS la cinta original.


Dave Meyers, el realizador de Carretera al Infierno de 2007, a pesar de ser un hombre criado en el campo del vídeo-clip musical, ha sabido olvidarse de la estética del mismo y recurrir a un tratamiento más académico, al igual que hiciera Robert Harmon en la versión primitiva. De hecho, no es más que una calca de la original, aunque variando algún que otro aspecto y añadiendo o permutando el rol a algunos de sus protagonistas.

Por ejemplo, en este caso, el joven acosado por John Ryder no viaja solo a bordo de su coche, ya que lo hace en compañía de su joven y apetecible novia (Sophia Bush, todo un tentador descubrimiento), sobre la que además recae un peso específico que no tenía el personaje de la accidental Jennifer Jason Leigh en la producción de 1986.

La fuerte personalidad que otorgó Rutger Hauer a su asesino se ha perdido al ser reemplazado por Sean Bean, un actor de solvencia contrastada que, sin embargo, no ha sabido darle ese toque misterioso, perverso y terrorífico que tanto necesita el personaje. Su autoestopista es más plano y estereotipado, mientras que esa ambigüedad sexual de la que hacía gala Hauer ha sido eliminada completamente por parte de sus dos guionistas (curiosamente, uno de ellos, Eric Bernt, es el autor del guión origional del primer film). En este aspecto, parece que hayan buscado la corrección política a todos los niveles, no fuera que el colectivo gay pusiera el grito en el cielo, tal y como ya ha hecho en otras ocasiones en las que un asesino mostraba claramente su condición homosexual. Y es que, como diría Dylan, los tiempos están cambiando (y de mal en peor, añadiría yo).


Al igual que Harmon, Dave Meyers domina bien la tensión y el suspense. El primer encuentro con el serial-killer de la carretera (de sopetón y en medio de una tormenta nocturna) y el posterior reencuentro con éste en una gasolinera, son pasajes dignos del mejor cine de intriga. Y Carretera al Infierno mantiene bien ese clima enfermizo y oscuro hasta bien entrada la mitad de su metraje. Justo allí es cuando las claras (y malas) influencias de Michael Bay -acreditado como productor- hacen su aparición, convirtiendo a la interesante trama en una historia extremadamente difícil de tragar. Con el desmadre narrativo, salen a escena los peores tics del cine de Bay, los cuales, aparte de romper su angustiosa atmósfera, hacen del film un circo del exceso. El pérfido John Ryder se transforma en una especie de Robocop multidestroyer, mientras que todo el arsenal habitual en las cintas del responsable de La Isla se apodera de la pantalla. La aparatosa e innecesaria resolución de una persecución automovilística, en la que intervienen varios coches patrulla de la policía y un helicóptero, es un claro ejemplo de ello.

Mucho más explícita con la violencia, no deja de ser, a pesar de sus errores e irregularidades, un trabajo funcional para aquellos que desconozcan la Carretera al Infierno de los 80. La espectacularidad visual y las nuevas técnicas de filmación obran parte del milagro. Y es que a este remake le ocurre un poco como al conejillo informático que antecede a sus títulos de crédito: su apariencia es perfecta, casi insuperable, pero el efecto inicial se diluye al poco rato.

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