9.8.07

¿Dónde han ido a parar los gallineros?

Robert Rodriguez nunca me ha parecido un buen director. Y ello, a mi gusto, le ha ido al pelo para realizar, a conciencia, una película mala como Planet Terror; una gamberrada de mucho cuidado tras la que se abriga un gigantesco homenaje cinéfilo a aquellos productos de baratijo y que antaño, animando las plateas a golpes de violencia y acción, se proyectaban como relleno en las desaparecidas (y añoradas) dobles sesiones en los cines de barrio. Títulos zetosos, cortados casi todos ellos por el mismo patrón y de entre los que algunos, con el paso del tiempo, han adquirido una solera especial para los coleccionistas de rarezas en deuvedé o uvehacheese.

No es de extrañar, por todo ello, que Planet Terror forme, en realidad. parte de esa broma doble orquestada al alimón por Quentin Tarantino y Rodriguez y que, bajo el epígrafe genérico de Grindhouse (nombre que se daba a las salas de los EE.UU. en las que se exhibían dos películas de terror), ensambla dos títulos en una misma cinta, tal y como se ha estrenado en su país de origen. O sea: el film de Rodriguez y el de Tarantino, Death Proof, juntos en un mismo pack y rememorando, precisamente, esos deliciosos pases temáticos.

En Europa, se ha optado por distribuirlos por separado, pues Death Proof no llegará a nuestras pantallas hasta finales de este mes. Ello ha sido debido, posiblemente, al cierto fracaso de taquilla que ha sufrido en Yanquilandia. Un fracaso que sus responsables achacan al excesivo metraje (más de tres horas) que suponía su proyección conjunta.

A modo de adelanto, Planet Terror ya está en nuestros cines. Y les puedo asegurar que su visionado resulta toda una delicia. En la sala, tenía la impresión de haber iniciado un viaje en el tiempo hacia el pasado. El mal estado de su fotografía (machacada a propósito, llena de rayas y con diversos saltos de imagen), ese sonido que no acaba de estar perfilado y la caótica estructura y montaje de la película en sí misma, logran remitir al espectador a aquellos centenares de films que dominaban las estanterías de los vídeo-clubs a principios de los 80, cuando en España se inició la fiebre del VHS. Si a ello se le añaden un montón de zooms a lo bruto –tanto de acercamiento como de alejamiento-, cierto regusto gore y una trama simplísima con montones de cabos sueltos, se habrá obtenido el milagro: Robert Rodríguez, fingiendo hacer una película mala, ha demostrado que, algún día, podrá ser un director excelente. Para ser sincero, he de decir que ya dio muestras de su valía en Sin City aunque, tal y como cité en la época, aparte de pretenciosa, me aburrió de manera soberana.

Siguiendo la tónica habitual en su mentor, recupera actores de serie B olvidados o caídos en desgracia (Josh Brolin, en el papel de médico cínico, está inmenso), brinda una oportunidad a Freddy Rodriguez (el televisivo embalsamador de Seis Metros Bajo Tierra) convirtiéndole en el protagonista heroico por excelencia, y potencia la figura de una tentadora Rose McGowan -recién pillada de la serie Embrujadas-, no sin antes amputarle una pierna y sustituyéndosela por una pata palo para, a su vez y con posterioridad, permutarla por una potente arma de fuego. Un frenesí visual e ingenioso al que dan soporte, con breves intervenciones, el propio Tarantino y un malicioso Bruce Willis.

No busquen en su trama nada fuera de serie. Tan poca relevancia tiene su continuidad argumental que si, en un momento dado, desapareciese alguna bobina (como ocurría en esos añejos aunque entrañables cines de barrio), Planet Terror se podría seguir igualmente con total facilidad. La cuestión es pasarlo bien y disfrutar con sus cinco únicos ingredientes, aunque sean típicos, tópicos y manidos. Un héroe bajito y karateka, una heoina guapa y cojitranca, un montón de chicas macizorras, un grupo de militares sin escrúpulos y, por último y como gran leitmotiv, contando con una buena parte de la población civil infectada y convertida en zombi por culpa del uso de armas bioquímicas.


Déjense llevar por el juego propuesto por Robert Rodríguez y celebren la ironía con la que, en ocasiones, plasma su sentido del humor. La escena de amor entre Freddy Rodriguez y Rose McGowan es totalmente explícita en sutilezas... En la sala en donde la vi, sólo eché en falta al desaparecido gallinero; ese anfiteatro desde el que, con la excitación, se lanzaba al público de platea todo tipo de objetos y sustancias: desde cáscaras de pipas a escupitajos. Lo que les digo: todo un regreso al pasado.

Y atención: no lleguen tarde a la sesión pues, como normativa, un film de estas características ha de ir acompañado siempre del trailer de un futuro estreno de coordenadas similares. Machete es su título. No tiene desperdicio.

A ver si con la de Tarantino me tiran algo (no contundente ni viscoso) sobre la cabeza. Para estar más en situación, vaya... y aunque sea desde la cabina de proyección.

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