27.12.07

Ustedes lo han querido: PLAN 9 FROM OUTER SPACE


A pesar de que muchos ya conocíamos de antemano la existencia de Plan 9 From Outer Space, es innegable que el film Ed Wood de Tim Burton supuso el empujón definitivo para convertir al título de Edward D. Wood Jr. en uno de los iconos por excelencia del llamado cine basura.

Plan 9 From Outer Space tendría que ser un crédito obligatorio en cualquier Facultad de Ciencias de la Imagen. Con la cantidad de despropósitos que se acumulan en menos de 80 minutos de metraje, uno aprende más cine que visionando los grandes clásicos del Séptimo Arte. Cualquier espectador medio, y mínimamente familiarizado con el lenguaje cinematográfico, ante un producto bien acabado no suele plantearse, de forma consciente, los mil y un recursos utilizados por el realizar para llevar a cabo su trabajo. En cambio, ante un desaguisado tan evidente como el que se observa (en todos los aspectos) en la película de Ed Wood, uno acaba meditando, en silencio y con cierta vergüenza ajena, sobre aquello que jamás debería hacer un director al situarse tras la cámara.

Empezando por su imbécil argumento, Plan 9 abriga un catálogo magistral sobre el error cinematográfico y la sinrazón más surrealista. En él, tres ovnis, en forma de tapas de ollas metálicas y sujetados por un hilo, van y vienen desde su planeta a la Tierra en varias ocasiones, tanteando la posibilidad de enviar una avanzadilla para frenar la obsesión de los terrícolas por una carrera armamentística que, con sus desmanes, podría destrozar el Universo al completo. Unos alienígenas, en extremo ecologistas y que, para sus loables intenciones, han trazado un descabellado proyecto en el que la resurrección de los muertos ocupa una posición destacada. Los (dos) vecinos y los (cuatro) policías de una pequeña población norteamericana, serán los principales testigos (y víctimas) de los morbosos tejemanejes que, en un cementerio cercano, se llevan entre manos los seres recién llegados.


La cinta se abre y se cierra con la presencia de un tal Criswell, un tipo que, a modo de maestro de ceremonias, al finalizar, asegura al espectador que todo cuanto ha presenciado en pantalla se basa en las declaraciones reales de un grupo de testimonios directos. Un puro delirio en el que incluso tiene su pequeño papel el mítico (y patético) Bela Lugosi. Un Lugosi que tan sólo llegó a rodar un par de planos antes de morir en la vida real. El imaginativo Ed Wood, para paliar tal ausencia, echó mano de otro actor. Como el elegido no poseía ningún rasgo físico que le emparentase mínimamente con el difunto Lugosi, en cada una de las escenas en las que aparece se vió obligado a cubrirse parte del rostro con la capa que llevaba.


Un desvarío total, al igual que la risible imagen (igualmente inexplicable) de una tal Vampira que se pasa toda la película paseando, sin rumbo fijo, entre tumbas de cartón piedra y luciendo, al mismo tiempo, una estrechísima cadera (una cintura de abeja, vaya) que, por su exagerada delgadez, contrastaba de manera brutal con el ancho grosor de sus brazos. Y, acompañando a ésta en sus correrías, está el inmenso Tor Johnson, un profesional de la lucha libre que se convirtió en un asiduo del absurdo microcosmos del realizador y que, en este film, dio vida a un inspector de policía muy cazurro que, por sus infantiles métodos y la poca prevención en su trabajo, acabaría siendo una presa ideal para las pérfidos intenciones de los marcianos; unos marcianos que, aparte de demostrar cierto machismo en su ideología, denotan una marcada tendencia por la acera de enfrente.

Las sombras de los actores proyectándose sobre el decorado (un fondo que simula el cielo oscuro de la negra noche); una cortina cutre sustituyendo la puerta de entrada a la cabina de pilotaje de un avión comercial; planos idénticos repetidos en cantidad de ocasiones y la patatera escenografía del cementerio o del interior del ovni (con la misma cortina del avión incluida), son detalles difíciles de olvidar para cuantos hayan sufrido Plan 9.

Diálogos para besugos, un sinfín de situaciones absurdas e innumerables escenas de pésima planificación (por no hablar del chapucero montaje, obra del propio Ed Wood), conforman uno de los peores productos de la historia del cine. Hay algunos que aún hablan con cariño de esta arcaica e infumable pieza de museo. Hay incluso quien se atreve a defenderla debido a las buenas intenciones y a la fantasía con la que sustituyeron la más que evidente falta de presupuesto. Pero no se dejen engañar y tengan claro que se trata de una muy mala película. Sólo indispensable para futuros directores.

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