31.10.07

Noche de Halloween (La habitación del pánico)

Acabo de despertar bruscamente. Me siento comprimido. El cubículo que me acoge es en exceso pequeño. Sus paredes son como de goma, pero sin la elasticidad de ésta. Apenas puedo moverme. Estoy casi en forma de cuatro. Un fuerte e indeterminado hedor a sangre y defecaciones colapsa mis fosas nasales. La respiración se me hace difícil. Me siento mojado y sucio. Una fuerte sacudida mece al nimio espacio en el que me encuentro encerrado. Oigo el intenso gemido de una voz que me resulta familiar: procede del exterior, aunque retumba en mi cabeza como si se alojara dentro de mí.

Tengo miedo. La oscuridad me envuelve y sigo sin poder moverme. Noto que tengo la cabeza blanda, como si fuera de plastelina. De vez en cuando, abro a duras penas los ojos. Es entonces cuando descubro que me mantienen sumergido en un líquido caliente y viscoso; un líquido que se mezcla con la sangre que recubre mi cuerpo. Otra sacudida violenta me hace mantener alerta. A los pocos minutos, otra más. Luego tres más. Y cuatro; cinco; seis… Llega un momento en que no hay tiempo de espera entre ellas. No sé que coño me está ocurriendo. Todo da vueltas a mí alrededor. No recuerdo nada antes de despertar en esa cueva minúscula. Las paredes de goma me aprisionan. Mi respiración es cada vez más dificultosa. Intento pedir auxilio, pero de mi adolorida garganta no surge ningún sonido.

Los gemidos exteriores suenan ahora muy fuertes y continuos, igual que las vibraciones. Me siento indefenso. Descubro que estoy atado a una larga cuerda de tejido carnoso. Hago esfuerzos por desatarme de ella, aunque mis manos no responden correctamente: están torpes y adormecidas. Los sollozos son ya muy constantes y mucho más sonoros que antes. Alguien ha subido el volumen. Nacen del exterior y revientan en mi interior. El zulo se hace más pequeño. Necesito oxigeno con urgencia.

Inspiro profundamente. Tan sólo una bocanada de sangre entra en mis pulmones. Me siento desfallecer cuando, de pronto, un débil rayo de luz asoma ante mí. Tan fuerte era la oscuridad que, ese tenue esbozo de luminosidad, se convierte en un afilado punzón para mis adormecidos ojos. La claridad empieza a ser más intensa. Alguien está forzando una puerta de salida para que pueda respirar. Las paredes aprietan con fuerza, presionando mi cuerpo y lanzándolo hacia afuera.

Al tiempo que un tranquilizador golpe de aire penetra en mis pulmones, un intenso “¡blup!” revienta en mis oídos. La oscuridad ha desaparecido. Algo presiona mis sienes. A pesar de que mi respiración empieza a ser normal, la cabeza está a punto de estallarme. Un gigantón me secciona a lo bruto la cuerda de carne. Estoy en pelota picada, lleno de mucosidades, sangre y mierda. Una peste hedionda vuelve a dejarme sin oxígeno. Me voy a ir; lo noto. Aquí se acaba todo. Pero no; vuelvo a respirar con una intensidad inusitada. Creo que el muy hijoputa del gigantón me ha soltado un par de fuertes cachetes en las nalgas. La impotencia y la rabia me hacen llorar a lágrima tendida. “¡Mira, Antoniu, és un nen!”. El sonido de esa voz familiar que antes gemía, me tranquiliza por completo... Y aquí me tienen.

Esta madrugada, pasada la medianoche, se cumplirán 48 años de ese suceso que trastornó mi vida por completo. Y créanme cuando les digo que lo recuerdo como si fuera ayer.

29.10.07

Un robo deslucido

Con Un Plan Brillante, el director de origen hindú Michel Radford, recupera una de las viejas tradiciones del cine británico: la de las películas sobre robos perfectos, calibrados al milímetro y llevados hasta las últimas consecuencias. Si tenemos en cuenta que la cinta está ambientada en los años 60 (época en la que más productos de este estilo se estrenaron), es de lo más normal que le hayan añadido un claro toque de sofisticación a los ropajes de su protagonista femenina; una Demi Moore dispuesta a regresar con fuerza a las pantallas de todo el mundo. Es indudable que, para la actriz, un trabajo de gran lucimiento interpretativo y físico como éste, ha significado uno de los motivos principales para recrear, de forma estoica, la figura de una dama norteamericana que, instalada en Londres y tras haber cursado sus estudios en Oxford, termina por adquirir un importante rango en el escalafón laboral de la muy hermética London Diamond Corporation, la principal empresa de diamantes en el mundo durante esa época.

Una película sobre resentimientos, envídias y venganzas personales que, en el fondo (demasiado en el fondo), deja entrever cierta crítica a la falsedad de la tan cacareada igualdad laboral que, en los sesenta, se aseguraba que ya existía para las mujeres trabajadores. Mujeres como esa Laura Quinn que, de modo modélico, construye una madura aunque aún atractiva Demi Moore: soberbia, amargada por no serle reconocidos jamás sus méritos y siempre destinada a quedar en segunda línea en la casa en la cual presta sus servcios. No es de extrañar que, después de oir varios rumores sobre su inminente cese, decida engancharse a ciegas a una esperenzadora (y alucinante) propuesta, planteada por uno de los personajes más ancionos de la empresa; un empleado del personal de la limpieza del ampuloso edificio en el que ambos trabajan. El hombre atiende por el nombre de Mr. Hobbs; lleva muchos años en el turno de noche y, con su experiencia, asegura tener en mente un brillante plan para extraer del local cuantos diamantes quepan en su viejo termo de café.

Michael Caine es ese hombre mayor, y nada chocho, que última los detalles de un golpe singular; un robo que, una vez cometido, sorprenderá a propios y a extraños y del que, difícilmente, se podría llegar tan lejos con la mínima ayuda de un minúsculo termo. Un Michael Caine en su máxima expresión, demostrando, contra viento y marea, que él, a pesar de los achaques que presenta su personaje, quiere seguir al pie del cañón como si se tratara del primer día.

Él, mediante un singular aspecto de abuelito cojitranco y al límite de la precariedad económica, le da el toque de humor necesario a la cinta para que ésta se soporta un tanto mejor. Un humor socarrón y previsible que, sin embargo, debido a su estandarizado rol, ayuda a digerir mejor un trabajo con demasiados altibajos en su haber y con un sinfín de puntos oscuros (e incluso moralistas) en su resolución final.

Narrada a través de un ritmo bastante cansino, lo mejor de la cinta se localiza en la fuerza otorgada a los chispeantes diálogos de ese atrotinado Hobbs dispuesto a hacer el atraco del siglo, a pesar de que su físico y su perenne cojera, puedan girársele en contra suya. Es innegable que Demi Moore también aguanta a la perfección casi todo el metraje en pantalla pero, a pesar de ello, los momento de Caine en solitario o incluso en compañía de ella, resultan de lo más delicioso y entrañable.

Un Plan Brillante se inicia en nuestros días, justo cuando una joven periodista entrevista a una envejecida Demi Moore para un reportaje dedicado a las "mujeres que dirigieron". Ella, ante el micrófono, narrará sus tensas relaciones con la Londonn Diamond Corporation y, al mismo tiempo, hará referencia a su accidental alianza con Mr. Hobbs. Un largo flash-back se encargará de otorgarle el papel de la invisible maestra de ceremonias de un film que, a pesar de sus buenas intenciones críticas (tanto políticas como sociales), no acaba de convencer al cien por cien.

La falta de credibilidad en muchos de los aspectos que hacen referencia a la realización del golpe, el tufillo moralista que desprende su parte final y todos los forzados detalles que apuntan el desenlace del personaje de Demi Moore, dañan de modo considerable las coordenadas de un trabajo bien planteado que termina por derrumbarse debido a la endeblez de su guión y a la falta de interés en su vacía puesta en escena. Sin un poco más de chicha, de nada sirve que la actriz, en un esfuerzo considerable, se haya acercado estéticamente a la estela glamourosa dejada por Audrey Hepburn o la Tippi Hedren de Marnie.

Un golpe deslucido; de aquellos que sabe mal no hayan podido llegar mucho más lejos, perdiéndose en lujos y tiempos muertos innecesario. Pero menos da una piedra. Y disfrutar viendo la sabiduría interpretativa de Caine o gozar con la exquisita madurez de Moore, bien vale una misa. Además: ¿qué me dicen de ese cartel, tan guapote, sesentero y con un look muy a lo Desayuno con Diamantes?

28.10.07

Ustedes lo han querido: EL EXTRAÑO

El Extraño es el cuarto largometraje como realizador de Orson Welles. Un interesante thriller, lleno de referencias melodramáticas, en el que el suspense y cierto toque de cine negro se aliaban en pos de un tenso guión. Debido a sus puyas políticas y, muy en concreto, a una cita específica sobre la guerra civil española, no llegó a estrenarse en nuestro país en salas comerciales.

La historia de El Extraño está ambientada en Harper, una pequeña y tranquila población de Connecticut, lugar en donde vive, desde hace un largo tiempo y bajo una falsa identidad, Franz Kindler, un nazi buscado por el Comité de Crímenes de Guerra. Adoptando el nombre de Charles Rankin, se ha convertido en el respetable profesor de historia de la prestigiosa escuela de localidad. La promesa a sus conciudadanos de arreglar desinteresadamente el reloj de la iglesia, y su matrimonio con la hija de un reputado juez de la Corte Suprema, son sólo algunas de sus artimañas para mantener alejadas de él todo tipo de sospechas.


La cinta bebe directamente de las bases establecidas por Alfred Hitchcock en La Sombra de una Duda, film realizado en 1943 y curiosamente protagonizado por un amigo íntimo de Orson Welles: Joseph Cotten. En él, el llamado Mago del Suspense, colocó a una pérfida bestia negra en el corazón de un apacible pueblecito norteamericano; un peligroso asesino de viudas que, con su presencia, acabaría por romper la paz y la monotonía reinantes en el lugar. Welles, tres años después que Hitchcock, adoptó la misma idea que éste al situar al Mal en un enclave idílico en el que la vida transcurría de manera monótona, aunque magnificando a su particular malvado al convertirlo en uno de los máximos responsables del holocausto judío: el mismísimo demonio en persona.

Muchos, erróneamente, han considerado El Extraño como un título menor dentro de la filmografía de su director. A mí parecer, poco tiene de menor un trabajo en el que Welles volcó toda su inventiva imaginaria y narrativa al cien por cien. Quizás, en esta ocasión, se le fue un tanto la mano al jugar con demasiados planos rocambolescos y con la exagerada apertura de campos visuales. Tanto se alabó su innovadora puesta en escena en Ciudadano Kane que, en el fondo, hasta resulta normal que aprovechara para dejar bien clara su autoría. Y es que, no hay que negarlo, al hombre le quedaban la mar de majos esos planos secuencia, iniciados desde lo más alto y con la ayuda de una grúa, que terminaba, en forma de picado, sobre sus protagonistas o destacando algún que otro objeto muy determinado.

En la memoria de todo aquel que vea El Extraño, quedarán grabadas un par de escenas magistrales. Una de ellas es la del primer asesinato que comete Franz Kindler para preservar su identidad, mientras que la otra se localiza durante el apoteósico final que transcurre en lo alto de la iglesia, justo entre las tripas del gigantesco reloj que está reparando Kindler. Todo un festival para los sentidos al que, de manera muy sutil, rindió homenaje Robert Zemeckis desde Regreso al Futuro.


A mí parecer, el único defecto de este thriller estriba en la interpretación del propio Orson Welles quien, a través de una teatralidad excesiva, da vida a ese genocida que acaba delatando su verdadera personalidad por culpa de Karl Marx. Una labor radicalmente opuesta a las de Edward G. Robinson o Loretta Young, ambos espléndidos en sus respectivos cometidos: el primero como Mr. Wilson, un culto e incansable cazador de nazis y ella, la Young, como la sufrida recién casada que se niega a aceptar la realidad que envuelve a su matrimonio. Y allí, comiéndose el trabajo de todos ellos, un secundario como la copa de un pino y, sin embargo, con una muy corta filmografía en su haber: un tal Billy House recreando, a la perfección, un papel exquisito: el de Mr. Potter, el orondo propietario y dependiente del bar y, al mismo tiempo, principal tienda comercial de la localidad; un tipo chafardero, un poco gandul, experto jugador de damas y secretario del Ayuntamiento. Todo un personaje al que, tanto Wilson como Kindler y de manera muy sibilina, tirarán de la lengua para llevar a cabo su peculiar juego del gato y el ratón.

Cine en estado puro; en blanco y negro; de diálogos inteligentes; situaciones irrepetibles y dotado de una banda sonora aplastante, totalmente acorde con las imágenes (Bronislau Kaper era el nombre del culpable). Una nueva vuelta de tuerca a uno de los temas más agradecidos del Séptimo Arte: el de la doble identidad. Una brillante manera (aunque fuera tras los pasos de Hitchcock) de introducir la maldad en un rincón virginal. Una joyita, vaya.

26.10.07

¿A la cuarta va la vencida?

En 1956, Don Siegel adaptó para la pantalla grande, y por primera vez, la novela de ciencia-ficción The Body Snatchers de Jack Finner bajo el título de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos; una obra maestra de la serie B de la que, entre líneas, se podía entresacar una clara referencia a la caza de brujas del senador McCarthy y que, en nuestro país, no llegó a estrenarse hasta varias décadas después (a pesar de haber sido emitida antes por televisión). Una joya indiscutible del fantástico que, a finales de los 70 y de la mano de Philip Kaufman, conoció su primer remake a través de La Invasión de los Ultracuerpos: una correcta revisitación, totalmente respetuosa con la cinta original, que contó con el apoyo del propio Siegel y del protagonista de la misma, Kevin McCarthy, gracias a un par de celebrados cameos y que además, en su propuesta, incidía referencialmente en el desencanto que la guerra del Vietnam había provocado entre la población norteamericana. Más tarde, en el 93, un alucinado Abel Ferrara se atrevió a recuperar el tema con Secuestradores de Cuerpos, un producto olvidable, lleno de citas encubiertas sobre el SIDA y que, hasta el momento, se alza como la peor de las actualizaciones cinematográficas de la obra de Finner.

Invasión, la recién estrenada película de Oliver Hirschbiegel, no es que vaya a la zaga de la Ferrara, pero poco le falta para quedar a su mismo nivel. Su director, el responsable de interesantes títulos como El Experimento o El Hundimiento, ha dejado provisionalmente su Alemania natal para probar fortuna en Hollywood. Posiblemente, cediendo a los deseos de la productora, se haya mostrado demasiado sumiso y servil a la hora de adaptar el codiciado libro de Finner. No sólo tiene un mensaje final que se me antoja políticamente peligroso, sino que incluso se saca de la manga a algún que otro personaje nuevo, tal y como ocurre con el hijo del personaje interpretado por Nicole Kidman, una psiquiatra que poco tiene que ver con el relato original. Y es que, un niño en peligro, siempre ha resultado tentador para las ambiciones (y las arcas) de la Meca del Cine; y mucho más si el pequeñajo se convierte en uno de los elementos claves del producto.

Malas lenguas aseguran que James McTeigue, el realizador de V de Vendetta, y los matrixianos hermanos Wachowski, han metido mano a la cinta por encargo de la Warner la cual, no contenta con el montaje final de Hirschbiegel, confió en ellos para retocar el guión y añadirle nuevas escenas. No es de extrañar, por ello, que el resultado definitivo dé la impresión de tratarse de un film realizado torpemente y de brusca correlación narrativa.

La historia parte del mismo tema que ya plasmara Siegel en los 50 y en la que, una intrusión de células alienígenas, tras mezclarse entre la especie humana, secuestraba sus cuerpos para transformarlos en una nueva raza exenta de sentimientos. En este caso, aparte de la susodicha invasión extraterrestre, también se insinúa la probabilidad de un atentado con armas biológicas; un apunte mucho más acorde con la moral de una sociedad que vive bajo la presión de la política del terror aunque, sin embargo, acabe apostando por un the end demasiado resbaladizo y conformista. De hecho, en este aspecto, liga más directamente con el original literario, ya que éste también rezumaba cierto tufillo conservador (por no decir fascistoide).

Y, en medio de ese excusa argumental, nos cuela una subtrama que, en el fondo, acaba tomando más presencia que la trama principal: el caso de una psiquiatra que, tras empezar a notar un poco perdidos a algunos de sus pacientes, tendrá que disfrazarse de heroína para salvar a su hijo de las garras de un grupo de facinerosos recién contaminados.

Un producto enfocado para el lucimiento absoluto de una Nicole Kidman dispuesta a chupar cámara a lo largo de todo el metraje, robándole descaradamente el protagonismo a un Daniel Craig bastante desaborido. Y es que ella, para hacerse notar, hace un poco de todo: ríe, llora, sufre, se queda en ropa interior (¡cómo no!) y corre. Sobre todo, corre; patizamba, pero corre mucho. Y lo hace para escapar de unos congéneres contaminados que, más que marcianos, parecen zombis escapados de una película del Romero.

A pesar de los pesares, la cinta cumple medianamente con su cometido, pues hay que tener en cuenta que Invasión está planteada más como un entretenimiento que otra cosa. Y aburrir, no aburre; o al menos, por su ritmo, no da tiempo a ello. Se trata de una película que hay que pillarla tal y como viene, sin plantearse muchas de las absurdidades de un guión mal escrito, previsible, lleno de lagunas y de escenas resueltas de manera abrupta y poco creíble. Hay que verla un poco cómo aquel que se dispone a disfrutar de un producto de bajo presupuesto (aunque no sea éste el caso) y cercano a las coordenadas más básicas del llamado cine basura.

25.10.07

Literatura, pasión y prejuicios

En varias ocasiones, algunos cineastas han recurrido a la obra de Jane Austen para plasmar en imágenes los pensamientos de la autora. Sentido y Sensibilidad u Orgullo y Prejuicio, por ejemplo, son dos de las películas basadas en sus novelas. La literatura de la escritora, a través de un estilo irónico y muy detallista, solía retratar el mundo romántico de mujeres jóvenes e idealistas. Ahora, tras esa cosita que llevaba por título Kynky Boots (Pisando Fuerte), el director Julian Jarrod ha recurrido a la juventud de la literata para contar una historia de amor muy en la línea de las que se narraban en sus propios trabajos. La Joven Jane Austen es su título español, película que, al mismo tiempo, resalta el apasionamiento perfeccionista de ésta por la escritura.

La cinta recurre al único romance que se le conoce a Jane Austen, una mujer que murió soltera, en 1817, a la temprana edad de 42 años. Y ello lo hace a través de una ficción que fantasea con el pasional acercamiento entre ella y Tom Lefroy, un joven abogado, de dudable extracción social, que pasó una temporada en casa de unos familiares residentes en Southampton, la misma localidad en la que vivía la familia Austen.

Lo mejor del film se encuentra en su tratamiento ya que, para desarrollar su argumento, criba todo el proceso narrativo por el mismo filtro sentimental e ideológico con el que la propia Jane Austen describía el entorno y los sucesos que vivían las protagonistas femeninas de sus libros. Por otra parte, la imagen y el estilo emparientan, directamente, con el academicismo formal del más puro James Ivory de los 80 y, ante todo, con ese citado Sentido y Sensibilidad que puso en imágenes Ang Lee hace más de una década.

La detallista descripción que hace de la decadencia de la burguesía rural de la Irlanda del siglo XVIII, y los falsos convencionalismo sociales existentes por aquel entonces, son dos de los puntos fundamentales para entender el posicionamiento crítico de una mujer que, ya en su adolescencia, inició una particular lucha en contra de la sociedad establecida. Su estatus como hija menor del reverendo de una pequeña aldea en la campiña, no le impidió –ni a ella ni a sus hermanos- intentar romper con ciertas normas de arcaico contenido. O, al menos, eso es lo que muestra la película de manera modélica.


Una envejecidísima Maggie Smith, dando vida a una venenosa aristócrata empecinada en casar a su sobrino al precio que sea, o un soberbio James Cromwell, en el rol del conciliador padre de Jane, son tan sólo dos de los numerosos y espléndidos actores que secundan, de modo brillante, la controlada interpretación de una guapísima Anne Hathaway, modelando a la perfección el tierno y vibrante personaje de la escritora y otorgándole, incluso, un muy sensible, sutil y femenino sentido del humor a su carácter. A todo ello hay que añadirle la excelente química que se establece en pantalla entre la actriz y James McAvoy, este último en el papel de Tom Lefroy. La resolución de la escena del baile, en la que ambos contactan sentimentalmente por vez primera, supone un aplaudible dechado de sabiduría cinéfila.

La Joven Jane Austin ha significado una agradable sorpresa para mí. Su capacidad descriptiva, su buen pulso narrativo y la refinada delicadeza de su exposición, hacen de éste un film que nada tiene que envidiar a otros de similares características. Un trabajo que, a pesar de su innegable emotividad, se muestra digno y honrado al no recurrir a trampas de ningún tipo a la hora de robarle alguna que otra lagrimilla al espectador.

Por cierto, y al margen de la pelícila, he leído por ahí que Anne Hathaway suele mostrarse adusta y antipática en sus relaciones con la prensa. Si alguien me da la oportunidad, me ofrezco para domesticarla y limarle asperezas. Y que conste que lo digo de todo corazón.

24.10.07

El Señor del Anillo

A mediados de los 60, The Beatles estaban en plena efervescencia. Un fenómeno mediático difícil de repetir en el mundo de la música. El filón se tenía que aprovechar con una película protagonizada por los cuatro ídolos. ¡Qué noche la de aquel día! fue la primera. Richard Lester tras la cámara y los músicos melenudos delante de ella. Una docena de canciones, un toque de slapstick, un montón de guiños al corrosivo universo de los hermanos Marx y una astracanada muestra de la locura que denotaba el público femenino en sus actuaciones en directo, fueron los principales ingredientes de su debut en pantalla grande.

Debido al éxito obtenido y justo al año siguiente, en 1965, llegaría Helph!, su segunda incursión cinematográfica como grupo. En la realización repetía Lester, un director norteamericano que demostró una fuerte sintonía con el peculiar humor demostrado por el cuarteto de Liverpool. Con este producto, llegaba el color a la aventura cinematográfica de The Beatles. Y, al igual que en su film anterior, el disparate y el surrealismo se convertirían en los compañeros de viaje ideales para sus nuevos temas musicales. Una maniobra de marketing perfecta: dio alas al mito e hizo subir como la espuma la venta de sus ábumes. Los muchachos acababan de convertirse en leyenda. Ya podían hacer lo que les viniera en gana.


Help! es una tontería simpática; un divertimento en estado puro que, de modo curioso y gracias a la reivindicación actual del estilo y la estética pop de los años 60, vuelve a estar vigente. Mad doctors de tres al cuarto, artefactos metálicos dignos de los enmascarados mejicanos o vestimentas a lo Mao Tse-Tung, son un buen ejemplo de ello. De todos modos y argumentalmente hablando, la cinta cojea por muchas partes ya que, ante todo, denota una falta de guión más que ostensible. Un hecho éste perdonable, ya que se trata de un trabajo orquestado para potenciar esa imagen transgresora y políticamente incorrecta que The Beatles ofrecían.

Referencias satíricas a Scotland Yard o a la Guardia del Palacio de Buckingham, se alternan con ese divertido aplomo de los músicos por transmutarse en los Marx británicos de la década; un claro paso de gigante hacia el tipo de humor que, cuatro años después, desgranarían The Monty Python en su televisivo Monty Python’s Flying Circus. No es de extrañar, en este sentido, que George Harrison, ya entrados los 80, decidiera producir un título como La Vida de Brian e hiciera incluso un cameo en el mismo.


Y en medio del caótico desorden, conscientemente organizado, que supone Help!, Ringo Starr se convierte en la víctima elegida por un grupo de hindúes desmadrados. La culpa de ello se localiza en el particular anillo que el batería luce en uno de sus dedos; un anillo único que, según reza la religión de sus perseguidores, obliga a sacrificar a todo aquel que lo porte. Como dato curioso, cuando la película se estrenó en el 65, se vendieron en el mundo entero miles de réplicas (de baratijo) de la buscada joya beatleriana, siendo atesorada por sus más fieles seguidores como oro en paño.

Para volver a disfrutar con (y de) Help! es indispensable estar pillado por la mitología del cuarteto y todo cuanto haga referencia a cualquiera de sus integrantes, tal y como personalmente me ocurre desde muy temprana edad. No hay que exigir una historia brillante, pues no la tiene; tampoco hay que fijarse demasiado en las caóticas interpretaciones de John, Paul, George y Ringo; ellos hacen simplemente de Beatles; no hay más. Cantan, bailan, esquían, van en bicicleta y se dan unos cuantos viajes turísticos que ya querría para sí el agente 007. La cuestión es huir y salvarle el pellejo a una gran nariz pegada a un batería. Ante ello, lo mejor que pueden hacer es dejarse llevar por ese aire a lo cartoon de los Autos Locos que destila la dirección de Lester, descubrir que la película fue una de las precursoras de la fiebre por los vídeo-clips y ser seducido, al cien por cien, por ese delicioso arreglo musical que transforma a la popular y rockera A Hard Day's Night en una impagable versión, con variaciones, del The James Bond Theme de Monty Norman: sencillamente impecable.

Muy pronto sale a la venta en una edición especial de 2 deuvedés. Y antes, el dia 5 de noviembre, tanto en Madrid como en Barcelona, tienen la posibilidad, única e irrepetible, de verla en una gran pantala. Aunque sólo sea por los viejos tiempos, vale la pena.

23.10.07

Alerta máxima

Barcelona está sumida en el caos. La degradación de los servicios públicos, la falta de inversión en ciertos sectores y una nula previsión de riesgos, la están abandonando. Primero fue el apagón eléctrico del pasado verano y después el incendio de la central eléctrica que dejó a oscuras al Hospital Vall d'Hebron. Ahora le toca el turno al desaguisado orquestado por culpa de las obras del trazado del AVE. Justo desde ayer, RENFE ha cerrado varias de las estaciones de algunas poblaciones cercanas a Barcelona obligando, con ello y diariamente, a más de 160.000 usuarios a utilizar una red provisional de autocares en lugar del ferrocarril.

Según lo que anunciaron responsables de RENFE y la Generalitat de Catalunya, lo que en un principio tenía que durar una semana, se alargará hasta la friolera de 15 días, sin tener en cuenta los problemas causados a la población de a pié. La mayoría de usuarios (trabajadores en su gran parte), debido a esta provisionalidad de pacotilla, han de invertir una hora más en el trayecto de su domicilio al lugar de trabajo. O sea: aparte de perder dos horas y pico al día durante dos semanas –pues tienen que ir y regresar por la noche a casa-, hay que añadir las molestias de realizar, en muchos casos, hasta casi tres transbordos -entre autocar, autobuses y metro- para llegar a su destino. Y ello con mucha suerte y si no ocurre como en la jornada de ayer, en la que varios autocares se perdieron al tomar rutas equivocados, alargando el trayecto bastante más de lo previsto.

Desde aquí hago un llamamiento a la Generalitat y a los responsables de la red de cercanías de RENFE en Barcelona para que, una vez finalizado tal circo, puedan compensar de algún modo a los usuarios afectados. Para ello propongo la donación de 160.000 lotes de películas en deuvedé integrados por títulos que hagan alusión a los alucinantes viajes que habrán sufrido durante una larga temporada. Si a los altos cargos de ambas instituciones les sirve de referencia, les dejo una muestra, en forma gráfica, de los films que podrían incluir en el lote.




21.10.07

Hannibal Lecter a régimen

Ya empiezo a estar cansado de oír que Anthony Hopkins es un buen actor. Hace mucho tiempo que pienso todo lo contrario de él. No negaré que se trata de un hombre con una magnífica interpretación debida a un inmenso papel; un rol de esos que a todo profesional le hubiera gustado representar. Como muy bien han podido intuir, me estoy refiriendo al mítico y retorcido Hannibal Lecter; un personaje que, a pesar de su poca presencia en pantalla, acabó comiéndose (y nunca mejor dicho) al resto del elenco de la espléndida El Silencio de los Corderos. Un Hannibal Lecter al que, oficialmente, volvió a encarnar en un par de ocasiones más. Además, creo que se trata de un actor de mínimos recusos y muy dado a mostrar su faceta más histriónica.

Y digo lo de “oficialmente” ya que Hopkins, desde que se vió marcado por el genial personaje que le ofreció en bandeja de plata Jonathan Demme, ha repetido los tics y maneras del asesino caníbal cada vez que le ha tocado representar a un tipo perverso e inteligente. Una buena muestra de lo expuesto es la manera con la que el intérprete británico ha afrontado al oscuro Theodore Crawford en Fracture, el nuevo film de Gregory Hoblit, un realizador que en su día sorprendió con Las Dos Caras de la Verdad; un título de características similares al de ahora y que supuso su interesante bautismo de fuego en el mundo del largometraje. Pero los años no pasan en balde y las ideas terminan por diluirse.

El tal Theo Crawford es un ingeniero multimillonario de cierta edad que, tras descubrir la infidelidad de su esposa, maquina un rocambolesco plan para asesinarla y salir absuelto del crimen. Un prototipo de villano totalmente intercambiable por las características del amigo Lecter y que, aunque no le vaya en nada la carne humana, denota un especial interés por merendarse con patatas fritas al fiscal encargado de su caso. Y es que, el muy pérfido, después de pegarle un balazo en la cara a su mujer e ingresar en prisión, decidirá defenderse a sí mismo a sabiendas de que la fiscalía no cuenta con ninguna prueba para imputarle el homicidio.

Dejando ya a un lado la repetitiva y nada sorprendente labor de Hopkins, Fracture, como película, no ofrece nada nuevo al espectador. Se trata de un thriller judicial, tan previsible como aburrido, en el que ni siquiera funciona el duelo actoral planteado entre el susodicho y un nada inspirado Ryan Gosling, el letrado que se verá pillado en medio del juego psicológico perpetrada por su maquiavélico oponente. Un aburrido y simplista juego que no se ha sabido exprimir a fondo por sus guionistas, quedando tan sólo en un tímido ensayo sobre la prepotencia de uno y las debilidades del otro. Un montón de innecesarios planos picados y contrapicados, un McGuffin de pacotilla y un giro de guión de lo más esperado, son tres de las truculencias, visuales y narrativas, orquestadas para otorgar una mayor apariencia a un simple producto del montón.

Pillen cualquier telefilm de tintes judiciales; despójenlo del ritmo que en general denotan las series televisivas; alarguen hasta dos horas los 40 minutos habituales de su metraje y, por último, agarren a Hannibal Lecter y sométanlo a un estricto régimen dietético sin nada de carne. Fracture será el resultado final.

19.10.07

Buenos días, tristeza

Me lo dijo ayer don Calígula, desde los comments y con toda la razón del mundo: Spa, es usted un cenizo”. Y es que, justo después de colgar en el blog la crítica sobre Té y Simpatía, saltó a los titulares la triste noticia de la muerte de su protagonista femenina, Deborah Kerr; una dama culta y elegante que, procedente del Viejo Continente, se instaló en Hollywood para convertirse en una de las actrices más cotizadas de la industria e icono, indiscutible, del cine de los años 50 y 60.

Escocesa de nacimiento, a principios de los 40 inició su carrera en Gran Bretaña, lugar desde el que ya se hizo notar gracias a su espléndida labor en dos productos irrepetibles, Coronel Blimp y Narciso Negro, ambos dirigidos por un tándem excepcional; el formado por Michael Powell y Emeric Pressbrurger. Un año antes de acabar la década, dio sus primeros pasos en Norteamérica emparejándose, en la pantalla grande, con actores de la talla de Clark Gable (Mercaderes de Ilusiones), Robert Taylor (Quo Vadis?) y Stewart Granger (Las Minas del Rey Salomón y El Prisionero de Zenda). En general, éstos fueron papeles de adorno, vistosos, pero muy de chica florero, de cumparsita del héroe masculino y que, en parte, la alejaron de la fuerza con la que había interpretado a la estoica y sobria Hermana Clodagh de la citada Narciso Negro.

El reconocimiento no tardaría en llegarle, pues pronto tendría un papel destacado en el Julio César de Shakespeare que adaptara, en 1954, Joseph L. Mankiewicz. Ese mismo año formó parte del elenco de una de las películas que la lanzaron definitivamente a la fama: De Aquí a la Eternidad. Una playa, la presencia de Burt Lancaster y un largo y pronunciado beso tumbados en la arena, obraron el milagro; Deborah Kerr, esa pelirroja que a veces se transformaba en rubia, acababa de instalarse en la cima del estrellato. El florero por fin se había roto. Una gran señora de la escena ocupaba ahora su lugar.

Amante del calvorotas y danzarín Rey de Siam en El Rey y Yo; religiosa, colgada de un soldado con la cara de Robert Mitchum, en Sólo Dios lo Sabe; mujer enamorada de un elegante playboy en Tu y Yo; propietaria de un pequeño y acogedor hotelito inglés en Mesas Separadas; institutriz a cargo de dos niños perversos y maquiavélicos en Suspense; solterona y fanática religiosa en La Noche de la Iguana o, entre otros muchos caracteres, chica Bond en el Casino más estrambótico de la historia del cine. Todos los roles le iban como anillo al dedo.

Su última gran intervención cinematográfica fue en 1969, bajo las órdenes de Elia Kaza y al lado de Kirk Douglas y Faye Dunaway. El Compromiso era su título; una historia triangular, sobre matrimonios frustrados y yuppies al borde del suicidio. Tras dedicarse una temporada al teatro y colaborar, como guest star, en algunas series televisivas, se retiró del mundo del espectáculo en 1986.

Fue nominada al Oscar en 6 ocasiones, sin conseguirlo. La Academia no se acordó de ella hasta 1994, cuando le otorgó un Oscar honorífico en reconocimiento a toda su trayectoria. Deborah Kerr, por aquel entonces, ya llevaba más de una larga década luchando contra el Parkinson.

Justo ayer nos dejó, a los 86 años de edad y con más de 50 películas en su haber.

18.10.07

Ustedes lo han querido: TÉ Y SIMPATÍA

Tom Lee es un joven norteamericano de 17 años que cursa sus estudios, como interno, en una escuela privada de alta alcurnia. Corren los años cuarenta y sus posturas amaneradas, su afición a las costuritas y su carácter solitario y esquivo, hacen que sus compañeros de clase le bauticen como la damisela. El pimpollo sólo encontrará la paz y el sosiego al lado de su casera, Laura Reynolds, una mujer mayor que él y esposa del maestro de educación física del centro, un hombre que no ve con buenos ojos la feminidad aparente de Tom y que se decanta por la masculinidad de sus otros alumnos.

Éste es el punto de partida de Té y Simpatía, el film que Vincente Minnelli adaptó para la pantalla grande partiendo de la obra teatral de Robert Anderson. Teniendo en cuenta que su estreno fue en 1956, hay que decir que, a pesar de sus errores, se trata de una película valiente y atípica en esa época. El tema de la homosexualidad, por aquel entonces, no se trataba en el cine con la asiduidad de ahora y, cuando lo hacía, era de una manera bastante velada que obligaba al espectador a leer entre líneas. En este aspecto, Minnelli se acercó, de modo mucho más claro, a una materia que parecía el gran tabú insalvable de la industria cinematográfica.

La presentación de personajes y la forma de ir desgranando, poco a poco, la relación entre la señora Reynolds y Tom, es lo mejor, sin lugar a dudas, de un producto que, a pesar de sus buenas intenciones, acaba cayendo en el mayor de los tópicos. Y ello le ocurre a medida que va acercándose a su resolución final y en la que, tanto Minnelli como su guionista (el propio Robert Anderson), optaron por dar un gigantesco paso de cobarde hacia atrás respecto a su prometedora exposición inicial. Posiblemente (y ello es un suponer personal), las presiones de la censura y de la propia productora, la Metro Goldwyn Mayer, les obligaran a ceder a través de un the end más acomodaticio y al uso para todos los públicos y la moral imperante.


Sea como fuere, todo el esfuerzo interpretativo de Deborah Kerr y del incipiente John Kerr han quedado para siempre grabados en el celuloide. Lástima, de todos modos, que en los últimos minutos (justo cuando su guión empieza a desvariar), ambos actores se dejan llevar por una teatralidad excesiva que, hasta ese momento, no habían mostrado.

Ella, la gran Deborah, es Laura, esa mujer frustrada en su matrimonio que cree encontrar, en el retraído muchacho, ese vacío incapaz de llenar en su vida por su marido. Él es Tom, ese chico que, cuestionado por compañeros y profesores, busca en su atenta casera una figura maternal bajo la que cobijarse. Mientras, Minnelli, tras la cámara, parece estar en pleno debate mental. Viendo hoy en día Té y Simpatía, da la impresión que el cineasta no supiera si decantarse por volcar todo su afán colorista en la escenografía o, por el contrario, ayudar a abrir la puerta del armario a su protagonista. Al final, (y a pesar de sus colores chillones) ni fotografió el film como a él le hubiera gustado, ni siquiera llegó a entornarle la puerta al desvalido mozalbete, con lo cual, la propuesta, aparte de poco seria, acaba por convertirse en uno más de tantos melodramas del montón en los que la cursilería campaba a sus anchas.

Un producto fallido y con una resolución final confusa y no muy bien narrada. Resulta difícil (por no decir imposible) comprender los motivos que inducen al personaje de Deborah Kerr a actuar de una manera concreta, al igual que ocurre con las decisiones emprendidas por el inseguro Tom. Y ello sin tener en cuenta lo básico y caricaturesco del retrato que hace del resto de indivíduos envueltos en la trama, tal y como ocurre con el padre machista del alumno cuestionado, el profesor de educación física y marido de Laura (todo un gladiador que recita proezas sobre sus machotes y hercúleos discípulos) o el grupo musculado de estudiantes burlescos… Bien pensado, es muy posible que don Vincente estuviera indicando al espectador que, todos ellos y del primero al último, aún estaban por liberar del interior del armario.