20.1.08

Niño y niña


Resulta difícil hablar de una película como XXY sin caer en el spoiler; un spoiler perdonable e inevitable ya que, de hecho, éste se desvela a través de la frase que refuerza sus carteles publicitarios: “el sexo nos hace hombres o mujeres; o las dos cosas”. Más claro, el agua. La escritora argentina Lucía Puenzo, tras una larga temporada ejerciendo de guionista para otros realizadores, abarca su primer trabajo como directora, entrando de lleno en un tema tabú del que existen muy pocas referencias y que, por su controversia, apenas se esgrime públicamente: el hermafroditismo (o estados intersexuales, tal y como manda el termino acuñado actualmente desde la más artificiosa de las correciones políticas) . Y lo hace a través de Álex, una adolescente quinceañera que nació con ambos sexos y a la que Inés Efron, la prometedora actriz que la interpreta, le otorga un halo de ternura y misterio que convierte a su personaje en un ser cautivador e hipnótico a la vez.

La rebeldía (con causa) de Álex es una de las bazas fundamentales sobre las que gira la historia de XXY. A sus tiernos 15 años de edad, sufriendo un considerable número de cambios biológicos en su cuerpo y tras haber abandonando conscientemente la medicación que ingería a diario desde muy temprana edad, tendrá que decantarse por una identidad sexual u otra. Con la aparición del hijo de unos conocidos de su madre -invitados a pasar un fin de semana en su hogar-, sentirá en carne propia los primeros síntomas de sus posibles instintos sexuales.

De hecho, la condición de hermafrodita se va desvelando, para el espectador, a medida que avanza la película. Lucía Puenzo, en este aspecto, nos muestra a su protagonista como a una chica conflictiva a la que muchos ven como a un mostruo de feria en toda regla. Hace fuerte hincapié en la (criticable aunque lógica) vergüenza de unos padres que siempre han tenido a su “hija” escondida de los demás y profundiza, ante todo, en la tensa (pero también emotiva) relación que se establece, a lo largo de los años, entre su padre y ella; una relación marcada por la frustración y los (falsos) sentimientos de culpabilidad.

Al mismo tiempo, el film se muestra seguro al construir un amargo (aunque muy real) retrato sobre el racismo y la hipocresía imperante en la sociedad actual; una sociedad que no sólo repudia al individuo por el color de su piel o país de nacimiento, sino que también lo desprecia por sus taras físicas o psíquicas. Álex, para muchos, es un ser deforme al que hay que dejar al margen; rehuirlo lo máximo posible.

XXY trata el tema con una delicadeza sorprendente. Jamás busca el lado malsano del asunto, aunque si denuncia (con contundencia) el morbo enfermizo y dañino de algunos por conocer de cerca la dualidad genital de Álex, sin tener en cuenta los sentimientos traumáticos que puedan provocar en ella.

Un trabajo interesante, diferente y necesario que, sin embargo, peca de una lentitud excesiva y muestra cierta dificultad narrativa a la hora de entrar definitivamente en materia. Por suerte, ahí están la excelente Inés Efron y el todoterreno Ricardo Darín (igual de eficaz que de costumbre), compensando la sobriedad asfixiante (y por momentos cansina) con la que Lucía Puenzo ha planteado su bautizo como realizadora.

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