28.2.08

El efecto boomerang

Aaron Sorkin, creador, productor y guionista de El Ala Oeste de la Casa Blanca, vuelve a escribir para la pantalla grande tras haberse distanciado de este medio (en el que debutó con Algunos Hombres Buenos) en 1995. Y lo hace de la mano de Mike Nichols, uno de los directores todoterreno que aún se mueven por el Hollywood actual desde que se convirtiera en todo un mito gracias a dos títulos ya clásicos: ¿Quién teme a Virginia Woolf? y El Graduado. La Guerra de Charlie Wilson es el resultado del trabajo realizado a medias entre dos apellidos tan prometedores como los de Nichols y Sorkin; un producto tras el que se amaga una curiosa pero muy irregular muestra de que la alta política no siempre se cuece desde el centro del huracán.


De hecho, La Guerra de Charlie Wilson es una especie de precuela de lo que fuera la citada El Ala Oeste de la Casa Blanca. Y no precisamente por sus personajes, sino por el ambiente político, de despachos y de largas caminatas por pasillos oficiales en los que éstos se desenvuelven y, ante todo, por el estilo chispeante de los diálogos empleados en la confección de la historia. Una historia que, por otra parte, está basada en un caso real ocurrido a principios de los años 80 y cuyos efectos culminaron con la retirada del ejército ruso de Afganistán y la posterior caída del Muro de Berlín. Una operación encubierta en la que tuvieron un protagonismo especial un congresista de Texas aficionado en exceso al whisky y a las mujeres, una influyente dama de la jet set tejana y un desastrado espía de la CIA de ascendencia griega.

El cinismo que desgrana la película en su primera parte se va desinflando, a marchas forzadas, a medida que el metraje se acerca a su final. No cae jamás en la temible y esperada moralina pero, a pesar de ello, suaviza ciertos temas escabrosos manteniéndose a cierta distancia de ellos. En definitiva, y por mucho que se hayan esforzado en vendérnosla como una de las mejores comedías en el ámbito del cine político, se queda en un simple producto de tintes satíricos y con algún que otro buen apunte destacable (aunque casi siempre demasiado aislado). La verdad es que, en cuanto a acidez, concepto y ritmo, cualquiera de los episodios televisivos de la magnífica serie ideada por el propio Sorkin le da mil vueltas a esta cinta.

Lo mejor de ella se encuentra en el minucioso dibujo que lleva a cabo de los tres personajes anteriormente citados y, ante todo, en las interpretaciones que de ellos hacen Tom Hanks, Julia Roberts y Philip Seymour Hoffman. Ellos son, respectivamente, el congresista Charlie Wilson, la adinerada y sofisticada Joanne Herring y el particularísimo espía Gust Avrakotos, sin lugar a dudas, este último y a pesar de su corto papel, el más brillante de la función: un agente impulsivo, amante de intríngulis rocambolescos y dispuesto a todo por resarcir su mala imagen tras haberse enfrentado directamente con un superior. No hay que perderse, en este aspecto, el primer encuentro entre Wilson y Avrakrotos en la oficina del primero: una escena que, por su nervio y su divertida puesta en escena, se empareja con algunos de los momentos más refulgentes de las grandes comedias clásicas.

No le busquen tres pies al gato pues, en este caso, no los tiene. Una fábula política y un pequeño punto crítico (casi invisible, por no decir velado) que demuestra, claramente, que las maniobras políticas, “armamentistas” y de "entrenamiento" llevadas a cabo esos años acabaron revolviéndose, dos décadas más tarde, contra los propios Estados Unidos en forma de brutal atentado. Y es que, tal y como dicen los más viejos del lugar, "quien con niño se acuesta, cagao se levanta".

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