27.2.08

Un afeitado apurado

La adaptación a la pantalla grande del musical Sweeney Todd de Stephen Sondheim, ha supuesto el vehículo ideal para que Tim Burton vuelque, de nuevo, todo su universo gótico y visual consiguiendo, con ello, una de las joyas cinematográficas más compactas en lo que va de año. Una película redonda que, a excepción del Oscar a su magistral escenografía, ha sido bastante ignorada por los miembros de la Academia.

Un film oscuro, plagado de almas perdidas y vengativas que, al mismo tiempo, ha servido de lucimiento a un Johnny Depp en plena forma y sin ningún atisbo de exageración interpretativa en su papel. Él es ese Sweeney Tood del título, el nombre falso que utiliza su personaje para regresar a Londres tras varios años vagando por el mundo, añorando a la mujer y a la hija de las que fue separado por un juez pérfido y malsano. Lo único que desea es recuperar su viejo oficio de barbero y, con el apreciado juego de navajas de afeitar que aún atesora en su viejo local, saldar la cuenta pendiente con el magistrado.

La de Depp es una actuación sublime y llena de matices; la de un tipo amargado por culpa de una jugarreta diabólica. Ha perdido la capacidad de amar y, con ello, ha aumentado la de odiar. Su alianza con una solitaria pastelera provocará el nacimiento de una nueva sociedad comercial, en la que ambos se beneficiarán de los actos realizados por Sweeney en su tenebrosa barbería; esa barbería infernal situada en la calle Fleet, justo en el piso superior al del cochambroso negocio que mantiene su socia accidental, una mujer enamorada del recién llegado y que, en momento alguno, llega a sentirse deseada por éste. El desprecio de Todd por la humanidad no tiene límites.


Ella, la mujer especializada en cocinar "sabrosos" pasteles de carne, es la señorita Lovett, una exquisita Helena Bonham Carter capaz de no desentonar en absoluto al lado de un deslumbrante Johnny Depp. Hermanados por una estética y un maquillaje similar, forman la pareja ideal para llevar a cabo los ensueños de Sondheim y de Tim Burton. La fantástica composición musical del primero, aunada al microcosmos visual del segundo, ha obrado el milagro de la magia en el cine pues, Sweeney Todd, a pesar de esas cantidades ingentes de sangre que bañan la pantalla (y que ha molestado a cierto público sin razón alguna), es un film mágico que atrapa en su historia desde los primeros minutos de proyección. Ya sus títulos de crédito iniciales son, por sí mismos, toda una maravilla.

Tim Burton aúna los efectos digitales con los decorados de manera insuperable. Siendo fiel a la escenografía teatral y a la obra original (de la que, por cierto, ha eliminado algún número para aligerar metraje), huye de cualquier exceso teatral buscando, siempre y en todo momento, un aspecto más cinematográfico. Su tono sombrío y macabro conjuga, a la perfección, con las continuas gotas de humor negro que ha sabido impregnarle a la narración, mientras que, tratándose de un musical, ha pasado (inteligentemente) de coreografías ampulosas. Con las espléndidas melodías de Sondheim y las sorprendentes y atinadas voces de Depp y Bonham Carter ha tenido más que suficiente.

Pócimas venenosas, calderas ardiendo, sótanos dantescos, navajas afiladas, cuellos degollados, amores prohibidos, amores imposibles, sanatorios mentales, picadillos de carne humana y, ante todo, la fuerza de una cámara en continuo movimiento. Siempre el mejor ángulo, la mejor toma, para expresar el odio y la rabia de un ser enloquecido, y cuya cumbre narrativa se localiza en las dos escenas en las que el barbero y el juez se encuentran, cara a cara, en el interior del negocio del primero. Johnny Depp vs. Alan Rickman: un duelo interpretativo a ritmo de dueto musical. La bestia y la bestia en el mismo plano, en la misma escena y entonando la misma canción. Y resplandeciendo, entre ambos, el acero de la navaja en manos de Sweeney Todd.

Un musical distinto, sin referentes anteriores y que, como mucho, debido a su ambientación, puede recordar a los pasajes más tétricos de esa otra obra maestra que, dirigida por Carol Redd en 1968, llevaba por título Oliver!.

Hace ya unos cuantos años pude disfrutar de la versión orquestada en los escenarios de Barcelona por Mario Gas, y con Constantino Romero y Vicky Peña como protagonistas principales. Ahora, a pesar de la diferencia de medios, he vuelto a revivir las mismas sensaciones que tuve en el teatro. Y es que Sweeney Todd, cuando está adaptada con inteligencia y savoir faire, da mucho de sí.

Por favor: aquellos que nunca se hayan sentido atraídos por el género, no le hagan ascos a esta película y corran raudos a por su pertinente loción y masaje tras el afeitado. Puede suponer su reconciliación con el musical. Pocas veces el cine desprende tanta energía como en esta ocasión.

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