10.4.08

El rock del cocodrilo


Con la estimable Wolf Creek, Greg Mclean demostró de sobras su dominio para crear atmósferas tensas y embrutecidas. Ahora regresa con el mismo género, igualmente bajo el amparo de la serie B, aunque cambiando al sádico asesino del citado film por un voraz cocodrilo de considerables proporciones; un animal pendenciero que pulula por las aguas de un río del Norte de Australia. Rogue (o sea, Granuja) es su título original. Aquí, siguiendo la habitual teoría del caos y el desorden, se le ha bautizado como El Territorio de la Bestia.

El calor, las moscas y la sordidez de los oriundos del lugar, supondrán la primera toma de contacto, con la tierra de los canguros, para un reducido grupo de turistas norteamericanos dispuestos a vivir su primera aventura en el país. Un angosto río, rodeado de terrenos selváticos, será la única visita que realicen, pues la brutal arremetida de un cocodrilo gigantesco dejará encallado, en un islote, al pequeño barco que los transportaba. Cae la noche. Las moscas continúan, y el saurio lleva días sin probar bocado. Los recién llegados, aislados en la diminuta isla, se convierten en apetitosas tapitas al olfato de la alimaña.

Con una premisa tan acotada, resulta magnífico lo que llega a orquestar Greg Mclean. No necesita caer en truculencias baratas para tener al espectador enganchado a la pantalla. Cuatro trazos con los que definir a sus personajes y un crescendo narrativo constante, son los elementos básicos con los que mantiene el suspense propuesto; una tensión acumulativa en la que entran en juego, al mismo tiempo, la destreza de los supervivientes y las mandíbulas del cocodrilo. Cruzar el río y pisar tierra firme es la única manera de dejar atrás el inseguro islote... pero el río es propiedad de la bestia.

Una hora y media brillante y efectiva; no hay tiempo para el aburrimiento. Una lección de economía cinematográfica, a todos los niveles, que se salda con una puntuación elevada. Atemoriza sin caer en el facil recurso de recrearse en las comilonas del animalucho; el gore macarrónico lo deja para otros directores menos inspirados. Lástima que, en sus últimos minutos, justo después de un angustioso y claustrofóbico episodio, apueste por un final demasiado típico (aunque perdonable) dentro de las coordenadas de este tipo de productos.

Un film recomendable a los amantes del cine con monstruos incluidos. Y es que éste, además de contar con un engendro anfibio que hace bailar a sus montaditos al son que más le apetece, posee en su haber a centenares de moscas, una cucaracha, un perrito y ¡por si fuera poco! a la Radha Mitchell..., la única (y potente) bella al lado de tanta bestia. ¡Quién fuera cocodrilo echarle un mordisco!

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