7.4.08

Los Albóndigas en remojo

El australiano Bruce Feresford, afincado desde hace muchos años en el star system norteamericano, es uno de esos llamados artesanos dedicados, casi por completo, al cine por encargo. Un artesano de los que sabe colocar la cámara en el sitio y momento adecuado pero que, a pesar de su corrección, se ha labrado una carrera ciertamente irregular. Capaz de lo peor y de lo mejor, llega ahora y con dos años de retraso, su último producto, The Contract, una cinta que pasará a formar parte de la estantería en la que, por orden alfabético, el director tiene archivados sus títulos más olvidables.

El mayor (por no decir único) aliciente de The Contract se encuentra en su pareja protagonista: un correcto John Cusack y el inconmensurable Morgan Freeman, un tipo, este último, capaz de lograr una memorable interpretación a pesar de estar metido en un film tan manido e ineficaz como éste. En él, el actor de color encarna a un militar, separado ya del ejército y encargado de la ejecución de misiones soterradas bajo encargo de altos cargos gubernamentales; en definitiva, un experto sicario de la alta política que, por azares del destino, se cruzará en el camino del personaje de John Cusack, un hombre viudo, profesor de educación física, que decide pasar un fin de semana de acampada, al lado de su conflictivo hijo, en los salvajes bosques que circundan Spokane (Washington). Lo que tenía que ser una terapia reconcialiadora con el adolescente, se transformará en una aventura infernal al lado de un profesional de la muerte. Los cuatro sanguinarios colegas de Freeman, la policía local, un buen número de hombres del FBI y algún que otro personajillo relacionado con las altas esferas del poder, intentarán dar caza al criminal y, por extensión, a sus accidentales compañeros de excursión.

A pesar de contar con una historia sobada y de coordenadas geográficas y escénicas similares a las que utilizó Roger Spottiswoode en la estimulante Dispara a Matar, la cinta de Beresford posee un prometedor inicio. Un hombre frío y cínico y dos teóricos pardillos, enfrentados cara a cara y con un decorado, al aire libre, en el que puede ocurrir cualquier cosa. La caza del hombre (o, mejor dicho, de los hombres) acaba de empezar. El espíritu de aquella serie B en la que primaba, ante todo, el entretenimiento y la acción se deja entrever, pero jamás abre la puerta de par en par. Sólo se queda en un esbozo de gran aventura, pues rápido pierde su ingenio y se adentra en una serie de lances a cual menos creíble. Para evitar el spoiler, no citaré la ingente cantidad de detalles imposibles de cuadrar en el devenir de los sucesos que enmarcan The Contract, pero sí que les puedo avanzar que el realizador y, ante todo, sus dos guionistas (Stephen Katz y John Darrouzet), se han quedado lucidos (que no lúcidos...)

Siendo la chicha tan escasa (y en muchas ocasiones hasta ridícula), de nada sirven las hirientes, graciosas y bien colocadas réplicas de Morgan Freeman a John Cusack para levantar el interés del espectador. Ni siquiera llega a motivar la trabajada y brillante fotografía de un clásico como Dante Spinotti. Y es que el gran problema estriba en que se trata de una película sin ángel, más cercana a un telefilm barato que a un buen producto de acción en el que, para más INRI y a pequeñas dosis, se cuelan retazos de cursilería en pos de la unidad familiar y de la gente de buen corazón.

Una sencilla suma de títulos define, a la perfección, las intenciones y los despropósitos del film de Beresford: Dispara a Matar + Los Albóndigas En Remojo + Shooter = The Contract.

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