15.5.08

Algo pasa con Cameron Diaz


Cameron Diaz hace tiempo que está de capa caída. Como siga metiéndose en productos como el infumable Algo Pasa en Las Vegas, le veo muy poco porvenir a una actriz que empezó a errar su carrera, ahora hace 8 años, al intervenir en esa cosa llamada Los Ángeles de Charlie. En su nuevo film, y bajo las órdenes de un tal Tom Vaughan, sigue explotando el rol de rubita tonta aunque emprendedora; una rubita que ya ha perdido ese frescor que desprendía al inicio de su carrera y que empieza a esconder el desgaste físico, de treinta y seis años, a golpe de bisturí. Una rubita que, en definitiva, sólo sigue conservando, de forma espléndida, sus tentadoras nalgas, pues las dotes interpretativas las ha perdido por el camino.

La historia de Algo Pasa en Las Vegas es la de siempre, ni más ni menos. Típica y tópica hasta los topes, de esas de las de “chico conoce a chica”, pasan una noche loca en Las Vegas y al despertar al día siguiente, con la resaca a cuestas, descubren que contrajeron matrimonio durante su borrachera nocturna. Él acaba de ser despedido de la fábrica de muebles propiedad de su propio padre; ella es una agente de bolsa estresada con ganas de renovar su vida. Un cuantioso premio obtenido en un casino, les obligará a convivir juntos durante seis meses, sin recurrir al divorcio, para repartirse con posterioridad las ganancias económicas de tan olvidable velada.

Lo peor que le puede ocurrir a una comedia es que no haya ni un solo gag divertido. Y ello es precisamente lo que le ocurre a ésta: el ingenio no brilla por ninguna parte. Sus chistes son manidos, casi sacados de una sit com barata. La previsibilidad es rotunda. Todo cuanto expone se desarrolla bajo cánones manidos y estúpidos. Y mientras, el espectador, por enésima vez, sentado en la butaca y sufriendo una película que ha visto, con mínimas variaciones, una y mil veces.

Al menos, en ésta, si no quieren aburrirse demasiado ante la propuesta, pueden fijar su atención en el culo de la Cameron;: ellas, para envidiarlo; ellos, para disfrutarlo. Y cómo la señora tiene muy asumido que sus posaderas son su mejor arma, opta por lucirlas continuamente. Así, con tal exhibición, apacigua sus nulas dotes interpretativas. Tanto da que el público ría o no. La cuestión es que su nalgatorio ocupe una buena parte del metraje. Y si es gracias a unas ceñidas minifaldas, mejor que mejor: una manera como otra de anular por completo la ya de por sí sosísima actuación de su partenaire, un inexpresivo Ashton Kutcher que mete la misma cara de imbécil en todo momento, ya sea haciendo de borrachuzo o de (valga la redundancia) imbécil.

Las Vegas, una localización de moda de la que no han sabido sacar ningún rendimiento visual, al igual que ocurre con la parte del film rodada en Nueva York. Dos ciudades emblemáticas, aunque de distinto signo, cuya presencia es totalmente insignificante. Podría haber sido filmada en Hospitalet y en Fuenteovejuna y sería exactamente lo mismo. Una película cuya nula identidad queda incluso reflejada en sus desaprovechados escenarios geográficos. Lo que digo: una sit com total (y de las malas).

Ciertamente, no vale la pena malgastar más tinta y neuronas en un engendro de tal tamaño. Una cinta que no hay por donde pillarla... Bueno, sí, por el trasero de la Diaz. Y punto pelota.

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