16.5.08

Mutismo

Justo estos días, en la cartelera actual, pueden descubrir el sinónimo cinematográfico de la palabra pedantería en la película La Antena, una producción argentina, realizada por un tal Esteban Sapir quien, apoyándose en su larga experiencia anterior como director de fotografía, ha urdido un inaguantable homenaje al cine mudo y, por extensión, al universo expresionista de gente como Murnau y Fritz Lang, entre otros.

Filmado en blanco y negro, se trata de un film acartonado y con ínfulas de mega autor cuya visión, en su primer cuarto de hora, puede incluso llegar a sorprender. Pero, una vez sobrepasado el impacto inicial, el trabajo de Sapir entra en un bucle difícil de soportar. Y es que resulta muy difícil suplir la falta de un buen guión y de dignas interpretaciones apoyándose, tan sólo, en un interminable y cansino festival de guiños cinéfilos, tan forzados como esperables.

Referencias a títulos clásicos como Metrópolis, M., El Vampiro de Düsseldorf, El Gabinete del Dr. Caligari o, ya entrando en el cine sonoro, a El Tercer Hombre y a la influencia de Orson Welles, componen la espina dorsal que intenta sostener un ejercicio de fatuidad cinéfaga que en el fondo, y aparte de su (más o menos) cuidada imagen y de su brillante idea argumental inicial, no conduce a ninguna parte.

La cinta parte de una prometedora premisa que, lastimosamente, no llega a cuajar debido a su parco y amodorrante desarrollo posterior. Durante éste, se muestran las aventuras y desventuras de los habitantes de una gran ciudad a los que robaron la voz hace muchos años. Una ciudad en la que sólo hay dos personas con la facultad del habla: la estrella del show musical del único canal televisivo que existe y el hijo de ésta, un niño sin ojos del cual las autoridades ignoran su existencia y que, con su presencia, podría arruinar las malignas intenciones del Sr. Tv., el propietario de la citada emisora de televisión con la que controla a toda la urbe; un complot que anularía por completo el pensamiento de sus conciudadanos.

La Antena, con su aspecto de fábula fantástica, repleta de simbolismos y de segundas y terceras lecturas de baratillo, no deja de ser la versión para gafapastas de las hazañas que protagonizaron Los Chiripitifláuticos en la tele española de los años 60 y 70. Y es que en realidad, a pesar de la vanidad y pomposidad intelectual que pretende vendernos su director, de su minimalismo estético, argumental y musical y de las constantes (aunque bienintencionadas) alusiones a la persecución del pueblo judío por parte de un nazismo incipiente, se trata de un producto altamente infantil; de un infantilismo tal que denota la vacuidad de una cinta pretenciosa y que no avanza en ningún sentido.

Un peñazo de mucho cuidado, de aquellos que algunos asegurarán (de forma falsa y para guardar las apariencias) que se ha de visionar obligatoriamente, que es poesía hecha imagen, que si patatín que si patatán... ¡Chorradas!: La Antena no es más que el típico título soporífero y cargante que, con el tiempo, pasará a formar parte de esa insostenible lista de cults movies que nunca debieron realizarse. Y es que, por mucha pleitesía que demuestre hacia los padres del Séptimo Arte, es una de las mayores broncas que ha parido el cine argentino en años.

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