9.5.08

Ustedes lo han querido: EL GRAN SILENCIO

El Gran Silencio es uno de esos extraños spaguetti-westerns que nunca se estrenaron en España a través de circuitos comerciales. Es de suponer que el film de Sergio Corbucci, rodado a finales de los 60, no llegó aquí debido a su valiente y explícito episodio final; un final trágico y tremebundo que se saltaba todas las normas éticas habituales en el género. Un producto diferente y fallido (por no decir directamente malo) que, debido a la tentadora y tenebrista concepción de la historia planteada, bien podría haberse convertido en una obra maestra dentro de su estilo pero que, por culpa de una desastrosa realización y un pésimo guión, se ha quedado tan sólo en un lastimoso quiero y no puedo. Seguramente, en manos de un maestro como Sergio Leone, hubiera salido mejor parado; un Leone al que, por cierto, no se le para de rendir homenaje a base de insertar, en la narración, primerísimos primeros planos (innecesarios y forzados) de los ojos de sus protagonistas.

El film se ampara, principalmente, en el enfrentamiento entre un agresivo cazador de recompensas con la cara de Klaus Kinski y (valga la redundancia) un empecinado cazador de cazadores de recompensas; personaje, este último, interpretado por un sobrio Jean-Luis Trintignant quien, sin lugar a dudas, se convertía (dejando a un lado su atrevido y magnífico the end) en lo mejor del trabajo de Corbucci.

Kinski, mediante un amaneramiento un tanto pasado de rosca, da vida a un tipo malvado que atiende por el nombre de Triguero. Su gran pasión es hacer dinero a costa de aquellos forajidos a los que han puesto precio a su cabeza. El problema, como diría Dylan, es que los tiempos están cambiando y faltan escasos días para que su sanguinario negocio se vaya al traste. En menos que canta un gallo, caerá una amnistía gubernamental anulando cuantas órdenes de búsqueda y captura existan. Ni corto ni perezoso, con esa cara de malo viciosillo que me pone y avalado por la solvencia de un banquero aún más perverso que él, intentará acelerar su proceso de destrucción para mantener a flote su empresa.

Trintingnant es Silencio, un mote que le viene otorgado por su mutismo. De él dicen que, aparte de su sibilina prudencia, va siempre acompañado de la muerte. En realidad, es mudo. A muy temprana edad, tras ver morir a sus padres a manos de un grupo de cazarrecompensas, le pegaron un tajo en la garganta. Desde ese momento, su única ambición ha sido la de eliminar de la faz de la Tierra a cuantos asesinos profesionales -al amparo de la ley- se crucen en su camino. Y Triguero, como era de esperar, se convertirá en su principal objetivo.

Paisajes nevados; un pueblo gélido, en medio de la nada y en el que se refugian criminales y prostitutas; un sheriff novato, con buenas intenciones y un poco tontolculo; una viuda de color (negro), desolada y en busca de cariño, y un grupo de forajidos hambrientos que pulula, como escapado de La Noche de los Muertos Vivientes, por entre las heladas montañas, conforman, junto con la presencia de Triguero y Silencio, las claves de un spaguetti western al que se le pasó en demasía la pasta italiana durante su exagerada cocción. Una cocción que, por culpa de sus ridículos diálogos, el delirio risible de alguno de sus pasajes, sus pésimas interpretaciones y la caótica realización, apunta más hacia el cine basura que a un producto bien acabado. Añádanle un chirriante toque de tragedia griega, en medio de tanto despropósito, y obtendrán el resultado final.

No es de extrañar que, visual y técnicamente hablando, la película no funcione en absoluto ya que, Corbucci, un director excesivamente sobrevalorado, a duras penas supo colocar la cámara con un mínimo de dignidad, y se dedicó a resolver la mayor parte de sus planos a golpe de zooms. El Gran Silencio, entre otros detalles patéticos, se convierte en un sobresaliente ejemplo de lo que significa un montaje caótico. En él, sus escenas casan entre ellas de forma brusca y se suceden, al mismo tiempo y sin descanso alguno, centenares de errores de raccord de lo más cantarín; unos errores que hacen suponer que, o bien el script llevaba encima una cogorza como un piano, o éste ya empezaba a denotar los primeros síntomas de un Alzheimer galopante... En definitiva: una clara muestra de cómo cargarse una prometedora historia con una horripilante puesta en escena.

Con su restauración hace un par de años, la Filmoteca italiana se ha empeñado en otorgarle la calificación de film de culto. E inexplicablemente lo ha conseguido. Aunque también, de modo surrealista, Corbucci llegó a dirigir más de 60 películas. Pero todo hay que decirlo: en sus últimos años de profesión, el hombre terminaría metido en innombrables productos para el lucimiento absoluto de la casposísima pareja compuesta por Terence Hill y Bud Spencer. Y ello, ya es mucho más comprensible.

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