2.6.08

La gran tienda de los horrores

No es la primera vez que me refiero a ello, pero vuelvo a insistir en que hay películas, como ocurre con la recién estrenada La Niebla, que deben ser digeridas con posterioridad a su visionado. Y es que el nuevo trabajo de Frank Darabont puede dejar, a más de uno, en situación de fuera de juego. En realidad se trata un título atípico dentro del fantástico actual, tanto por su arriesgado (y excelente) final, como por el valiente estilo visual y narrativo empleado. Un film distinto del que hay que seguir disfrutándo una vez se inicie su consiguiente asimilación.

Tras Cadena Perpetua y La Milla Verde, Darabont regresa al universo literario de Stephen King adaptando uno de sus cuentos cortos menos conocidos. Para ello, maquina un producto de bajo presupuesto y se aloja, claramente, en las coordenadas que imperaban en la sci-fi de serie B de los años 50 y 60, recurriendo, casi por defecto, a las bases establecidas por ese genio del género (y del ahorro económico) que atiende por el nombre de Roger Corman. De hecho, para emparentarse más directamente con ese cine, el realizador intentó rodarlo en blanco y negro, detalle al que se opuso taxativamente la productora.

La historia, a pesar de su aparente (sólo aparente) simpleza argumental, resulta altamente funcional y visceralmente cruda con sus múltiples personajes. Todo se inicia durante una noche de tormenta con huracán devastador incluido. A la mañana siguiente, una espesa niebla cubre los alrededores y la totalidad de un pequeño pueblo de Maine. Justo allí, en el interior de un hipermercado del lugar, quedarán sitiados todos los clientes y empleados del local, pues salir a la calle es sinónimo de exponerse a una muerte horrible. Algo inexplicable y procedente de otras dimensiones habita entre la densa bruma.


Ajustándose a un presupuesto mínimo, al igual que hacían las viejas cintas a las que rinde homenaje, opta por un sencillo (aunque amplio y sobrio) despliegue de efectos especiales y, al mismo tiempo, por un plantel de actores de segundo fila, de aquellos cuyos rostros asoman más por la pequeña que por la gran pantalla (a excepción del de Marcia Gray Harden); unos actores que, sin embargo, cumplen a la perfección con sus distintos roles y que sirven al realizador de origen francés para conducir a buen término uno de sus principales propósitos: reflejar que, pese al infierno en el que se encuentran inmersos sus protagonistas, el principal enemigo del hombre es el propio hombre. Colocados en medio del inmenso supermercado en el que han quedado aislados, les enfrentará, mediante dos grupos antagónicas, en un combate dialéctico e incluso físico. A un lado, y amparándose en la religión y el Apocalipsis Final, se sitúan los partidarios de la resignación ante los designios divinos; al otro, alejados de cualquier influencia mística o religiosa, los que se inclinan por el más puro y natural instinto de supervivencia.

El gran desfile de monstruos ya está preparado. Un desfile que tendrá lugar dentro y fuera de esa gran tienda de los horrores que ejerce de escenario central y casi único. Los del exterior son tridimensionales, de todo tipo y tamaño, aunque de origen indeterminado; los de adentro, son seres humanos, de carne y hueso. Una inmensa mampara de cristal es la única protección para evitar que se mezclen ambas especies. Y allí, en ese espacio acotado, entre diálogos, discusiones y luchas con insectos gigantescos y tentáculos viscosos, Darabont empieza su versátil e inteligente sarta de guiños cinéfilos; unos más sutiles que otros, de todas las épocas y géneros, para todos los gustos y colores, pero siempre perfectamente insertados: desde La Aventura del Poseidón a Alien, pasando por Stargate y La Jauría Humana y terminando, entre otros muchos, con La Guerra de los Mundos y la otra Niebla, la de Carpenter.

Un film sorprendente y original que brilla, ante todo, por la nula previsibilidad de cuanto pueda ir sucediendo y que cuenta, en su haber, con uno de los finales más redondos del panorama actual. Dénle una oportunidad. Y si salen del cine decepcionados, digiéranlo durante sus pesadillas nocturnas y con la ayuda de Lovecraft.

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