20.7.08

Estados alterados

En el horizonte se define un cielo extremadamente azulado, de un azul mucho más intenso de lo normal. Las nubes parecen de otra dimensión, profundas y acolchadas, de un blanco inmaculado. Mis pasos, acelerados en un inicio, van bajando su ritmo. Las calles, a medida que avanzo, van cambiando de aspecto. Las proporciones nunca son las mismas. Varían en amplitud y largura, cerrándose sobre mi cabeza cuantos edificios me rodean. La angustia se intensifica. Algo no identificable ocurre a mí alrededor.

Una pareja se aproxima. A lo lejos, sus siluetas quedan definidas por una áurea azulada perfectamente delimitada, una especie de línea que los recorta en el firmamento, otorgándoles un relieve nunca visto. Cuanto más se acercan a mí se desenfocan totalmente, no sin antes pasar por un proceso similar al de la doble imagen que causa un televisor mal sintonizado. Quiero huir de su deforme presencia, casi monstruosa. Con la intención de evitarlos, dirijo mi mirada hacia el suelo; un suelo gigantesco y borroso que va abriendo huecos y baches a medida que acelero el paso.

Una paloma gigantesca, de miembros desencajados, vuela ante mí. He de refugiarme en casa. El ascensor nunca había sido tan pequeño y claustrofóbico. Salgo raudo de él y me dirijo a la puerta de mi piso. Atinar la llave en la cerradura es un trabajo harto complicado. Al fin, logro esconderme en lugar conocido. El espejo del recibidor delata a un Spaulding mucho más delgado y alto que yo pero, en una segunda comprobación, éste se transforma en un ser chaparro y de formas oblicuas.

Me acomodo ante el ordenador. Necesito narrales esta experiencia psicodélica digna de un viaje lisérgico. Las letras y signos del teclado son de un tamaño descomunal. La pantalla se acerca y se aleja de mí vista sin parar. Las paredes han cobrado vida propia; están en continuo movimiento. Incluso juraría que respiran mientras, de manera perseverante, intentan abalanzarse sobre mí...

Hace tan sólo un par de jornadas estrené unas lentes progresivas. La vista cansada ya empieza a delatar mi edad y, de cerca, no veía a tres en un burro. A pesar de que el óptico intentó maliciosamente encasquetarme una moldura de pasta, opté por unas gafas metálicas y más discretas. Ahora estoy en pleno proceso de adaptación y, en el fondo, hasta resulta divertido por lo psicotrónico. Nuevas formas, colores y desenfoques pueblan un universo que me era ajeno. No se extrañen que, durante unos días, no se haya actualizado el blog. Espero salir con vida de ésta.

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