22.12.08

Keanu Barada Nikto

En 1951, Robert Wise estrenó Ultimátum a la Tierra, uno de los pilares del fantástico actual y padre putativo del E.T. de Spielberg. Klaatu era el nombre del alienígena que, recién llegado a nuestro planeta y con su sola presencia, se convertía en la principal preocupación de las fuerzas vivas terrícolas. Por Gort atendía el robot que viajaba a su lado, un autómata programado para defender al sistema espacial de posibles atentados nucleares. El primero tenía el rostro de Michael Rennie, mientras que un tal Lock Martin se introdujo en el interior de un inocente disfraz de robot "metálico" para dar vida al segundo.

Su mensaje pacifista era claro y contundente. Los humanos estaban como una cabra, y alguien con dos dedos de frente debía frenar sus impulsos de destrucción masiva. Sólo una joven pizpireta y un científico galardonado creyeron en el toque de atención del forastero. Como la historia no pintaba muy bien para éste, le dejó un mensaje de alarma a la muchacha para recitarlo ante Gort en caso de peligro extremo: “Klaatu Barada Nikto”; tres palabras que, casi al instante, ingresaron en el iconográfico del Séptimo Arte.

Un “Klaatu Barada Nikto” que ha desaparecido, como por arte de birlibirloque, del innecesario remake que con idéntico título ha orquestado Scott Derrickson, el mismo individuo que hace tres temporadas y con El Exorcismo de Emily Rose ya nos hizo comulgar con ruedas de molino. Ahora, como quién no quiere la cosa, pretende demostrar que, con sólo cuatro efectos especiales y muchos colorines, se puede mejorar un clasicazo como el de Wise. En realidad, aparte de borrar del guión la frase mítica, lo único que consigue es matar de un plumazo la sencillez y la inocencia que aún desgrana la cinta original. Y es que hay gente que se atreve con todo.

Reconvertir al entrañable Gort en un autómata gigantón y tridimensional (ante todo, ¡qué no faltan los efectos digitales!) o centrarse más en aspectos ecológicos que en el terror nuclear imperante durante los años de guerra fría (los tiempos tampoco han cambiado tanto, ¿no?), son algunos de los aspectos que el tal Derrickson ha variado para distanciarse del título de 1951. Y aún así, a pesar de la espectacularidad añadida, se queda en nada: en un producto vacío, ñoño y empalagoso (tal y como se demuestra a través de la relación establecida entre una esforzada Jennifer Connelly y su hijastro de color).

Una pequeñísima colaboración (un verdadero visto y no visto) de un envejecido John Cleese o la visión de una Kathy Bates perdida totalmente en la piel de la Secretaria de Defensa norteamericana, destacan sobremanera (¡qué ya es decir!) por encima de la inexpresividad de un Keanu Reeves cada día más bizco y amarcianado. Él, ¡cómo no!, es ese Klaatu que viene a calmarnos, pues los terrícolas, al igual que en los 50, seguimos locos de atar; un Klaatu que, por sus formas y maneras, se acerca más a una mezcla entre su Neo de Matrix y el agente Smith que al calibrado rol que interpretara en su época Michael Rennie.

Con un par de (casi obligadas) referencias simplonas (y forzadas) a la guerra de Irak y cierto aire (en su inicio) a lo Encuentros en la Tercera Fase, el Derrickson ya tiene más que suficiente para cerrar el expediente y fusilar definitivamente el guión original de Edmund H. North. El resto es pura imagen, sin contenido ni continente. Meras ganas de dejar al personal boquiabierto y poca cosa más.

Pretender actualizar un clásico como el de Robert Wise es una tremenda gilipollez ¡Con lo majote que era ese robotijo gomaespumoso!

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