13.12.08

Radiografía de un vampiro

Il Divo, título que da nombre a la película del napolitano Paolo Sorrentini, es uno de los numerosos motes con el que se conoce a Giulio Andreotti, uno de los máximos exponentes de la Democracia Cristiana en Italia y, al mismo tiempo, presidente del Consejo de Ministros en tres ocasiones. De un modo u otro y durante la friolera de 40 años (pues incluso, antes de ejercer como presidente, fue ministro en varias ocasiones), su figura y sus actos marcaron una política en la que los abusos de poder y la corrupción a todos los niveles se significaron como el pan nuestro de cada día.

Sorrentini, más que un análisis en profundidad de los tejemanejes urdidos por Andreotti durante sus años al frente del Gobierno (entre los que se cuentan varios asesinatos y claros contactos con la Mafia), ha entrado a fondo en el milimétrico dibujo del personaje. La política y sus “fechorías” también constan, aunque de un modo más superficial y no muy bien plasmado. Al realizador, lo que de verdad le interesa es el dibujo de ese Andreotti más íntimo y pletórico a la hora de soltar frases lapidarias. Es por ello que, dejando a un lado los intríngulis políticos, entra a saco en ese perfil vampírico (y con claros rasgos a lo Nosferatu) que definieron su enfermiza, misteriosa y carismática personalidad.

Un tipo solitario, inalterable, extremadamente cínico y de pocas palabras. Siempre al margen de los demás, regodeándose de las desgracias de quienes le rodeaban y creciéndose con las muertes inesperadas de aquellos que, teóricamente, gozaban de una salud mejor que la suya. Un tipo que pasaba las noches en vela, dando largos y acelerados paseos por los angostos pasillos de su domicilio y que incluso, en un alarde de lo más mortuorio, fue capaz de declararse a su esposa por vez primera justo en medio de un cementerio. Un vampiro en toda regla.

Y es que Il Divo no sería nada sin Toni Servillo, el actor que le da vida y por cuya interpretación se ha alzado como el ganador del galardón al mejor actor en la última edición de los Premios del Cine Europeo. Un Servillo magnífico, moviéndose a través de su silenciosa (y, a veces, terrorífica) presencia y de ese devaneo arriesgado entre la sobreactuación y el surrealismo físico.

Detrás de la construcción y la radiografía de Andreotti, Sorrentini echa algo más de leña al fuego y, con un sentido del humor ciertamente sutil, se atreve con algún que otro guiño (cinéfilo y no cinéfilo) sin devanarse el coco en aclaraciones políticas, tal y como sucede con la brillante comparación que hace de los hombres más directos del mandatario italiano con el icono tarantiniano que supuso el grupo de atracadores protagonista de Reservoir Dogs. A veces, como en este caso, hay sutilizas que ponen la carne de gallina.

Un film interesante y diferente. Huye del thriller político para, amparándose en la figura de un conflictivo político, orquestar un brillante retrato sobre un ser repugnante y vanidoso. Lástima que, en su envoltorio visual, haya optado en demasía por la búsqueda del plano rocambolesco, moderniqui y plagado de simetrías en su fotografía lo cual, en definitiva y teniendo en cuenta su arriesgada aproximación al vídeo-clip, rompe un tanto su fuerza dramática.

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