15.12.08

Ustedes lo han querido: GRUPO SALVAJE

A la escueta voz de “¡Vamos!”, lanzada por Pike a sus hombres, se inicia uno de los finales más épicos de la historia del western. Un canto al compañerismo y al compromiso, sumados a un largo paseo hacia la muerte, fue más que suficiente para que Sam Peckinpah definiera a la perfección la mítica escondida en los últimos minutos de Grupo Salvaje, su obra maestra indiscutible.


Tres años llevaba el hombre sin filmar cuando se lió la manta a la cabeza y se entregó por completo a la planificación de Grupo Salvaje. Los problemas que tuvo con la productora, durante la post-producción de Mayor Dundee, ya habían quedado en el olvido... pero no el resentimiento de un creador al que habían mutilado su trabajo. Y, a través de su nuevo film, estaba dispuesto a dejar huella en cineastas futuros. De hecho, revisando el otro día las andanzas de la panda de forajidos comandada por Pike Bishop, la película aún se conserva igual de fresca que en el día de su estreno. Es más, incluso me atrevería a afirmar que es de esas que mejoran con el paso de los años.

El modo de tratar la violencia (seca y contundente) y el enternecedor dibujo que hace de sus (en teoría) desalmados protagonistas, ha influido claramente en el modo de hacer cine en la actualidad. No es de extrañar que, viéndola de nuevo, descubramos un montón de paralelismos entre ese paseo final y la presentación de los miembros de la banda de Reservoir Dogs; un icono, este último, que en definitiva es hijo de otro icono que sigue engendrando nuevos iconos.


Un atraco a una agencia de correos; una carnicería plagada de víctimas inocentes en un pequeño pueblo; el asalto a un tren del ejército; la voladura de un puente sobre un río o la masacre final, forman ya parte de la antología del Séptimo Arte. Pero no sólo es un film de acción y violencia. En Grupo Salvaje hay más, mucho más; empezando por una historia de amistad truncada y de la fidelidad que sus protagonistas aún se profesan, a pesar de la distancia y de sus forzados (y distintos) puntos de vista. Uno, Deke Thornton, está al lado de la ley (aunque sea por narices); el otro, Pike Bishop, sigue fuera de ella. Y, a pesar de ello, aún respetan las opciones que cada uno de ellos ha elegido. Robert Ryan y William Holden, dos actorazos como la copa de un pino al servicio de dos personajes únicos e irrepetibles.

Una cinta visceral, en donde las emociones surgen espontáneamente de las acciones más inesperadas. Y es que Peckinpah, por mucha sangre y violencia ralentizada que usara en la construcción de su film, le otorgó un toque de humanidad a sus desarraigados personajes que queda totalmente patente en el fugaz “encuentro” final de esos dos colegas que vieron rota su relación o, simplemente, en la despedida que, de la banda, hacen los habitantes de una aldea mejicana que acaba de salir de un percance sangriento con las huestes exterminadoras del enloquecido general Mapache (brillante Emilio Fernández).

Desde su trono de provocador innato, el desaparecido director californiano acentuó la honorabilidad y honradez de su grupo de bandidos frente a las malas artes usadas por aquellos que representan a la ley y el orden quienes, en el fondo, aún son más pervertidos y salvajes que los hombres del buscado Pike Bishop. Tras los "buenos" de la peli se esconden unos tipejos capaces de torturar a su enemigo al igual que esos niños que, al abrirse la cinta, martirizan a un escorpión con la ayuda de una legión de hormigas hambrientas. Pero los "malos" de Bishop no llegan a tales extremos; jamás maltratarían a un escorpión indefenso. Ellos pueden meterse en el rol de mercenarios a la hora de favorecer los intereses de un mejicano a la contra de Villa pero, a la mínima de cambio, hasta le pueden plantar cara al mismísimo diablo que les contrató. Y es que, con gente como el gran Ernest Borgnine, Warren Oates o Ben Johnson no se juega pues, por muy duros que sean, también tienen su corazoncito.

Acción por un tubo, milimetrada y perfectamente filmada, a lo bestia, tal cual; contando únicamente con dobles de acción y efectos especiales de los de antes, de los de verdad, sin mariconadas virtuales ni tonterías por el estilo. Diálogos contundentes, bien escritos, de los que ya no se estilan y que, por su fuerza, siguen haciendo mella en el espectador. Y, ante todo, una envidiable pasión por el sentido de la aventura que el cine de género actual parece haber olvidado. ¿Qué más se puede pedir?

Grupo Salvaje: una genialidad que hay que recuperar, al menos, una vez por año. Un buen truco, éste, para reencontrarse y reconciliarse con el gran cine. A Peckinpah sí que le tendrían que canonizar. San Peckinpah.

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