17.10.09

SITGES 2009: MÉLIÈS D'ARGENT (primera parte)

La irlandesa The Eclipse, una película pequeña pero encantadora, fue la ganadora del Méliès de Plata. De hecho, debido a su sencillez y a pesar de sus mínimos matices fantásticos, destacaba muy por encima de las otras 21 cintas a concurso. Ambientada en un pequeño pueblecito de la costa en el que se desarrolla un festival literario, el título de Conor McPherson se centra en la figura de un vecino de la localidad que, tras haberse quedado viudo, empieza a verse atormentado por una serie de apariciones fantasmagóricos. Su sutileza narrativa, el academicismo formal de su realización, la emotividad con la que se acerca a sus tres personajes principales y, ante todo, la brillante interpretación del todoterreno Ciarán Hinds, hacen de este un trabajo imprescindible. A pesar de su poca relevancia dentro de la programación de este Sigtes 2009, ha sido, sin lugar a dudas, una de las mejores (y menos divulgadas) propuestas del certamen.

10 DE LAS OTRAS 21 PELÍCULAS A CONCURSO:

Dirigida e interpretada por una ególatra Julie Delpy, The Countess aborda, de modo alarmantemente plano, un nuevo repaso sobre la vida de la condesa Erzebet Bathory, una mujer altiva y déspota de quien se sospechaba, a principios del siglo XVII, que bebía la sangre de sus doncellas vírgenes para conservarse joven y lozana. Un mucho de biografía y un nada de cine fantástico, marcan un producto igual de descafeinado que la sosa actuación de Daniel Brühl. Suerte que por ahí, en un pequeño papel, pulula el siempre efectivo William Hurt.

La ópera prima del madrileño Gabe Ibáñez, Hierro, apunta por una de las constantes del festival de este año: el de las madres abnegadas y sufridoras. En ella, una imponente Elena Anaya (con un look sorprendente a lo Hilary Swank y a través de su mejor papel hasta el momento), remueve cielo y tierra para encontrar a su hijo de cinco años, desaparecido durante unas vacaciones en la isla de El Hierro. Una cuidada realización y una excelente fotografía no impiden que, en su segunda mitad, al director se le vaya la bola y caiga de lleno en un bucle tan repetitivo como previsible. Eso sí, la Anaya, en este ocasión, vale un Potosí.

Malice in Wonderland, del británico Simon Fellows, supone una nueva vuelta de tuerca a la inmortal Alicia en el País de las Maravillas. Su visión, un tanto vídeo-clipera, apunta por una estética moderna y un Londres de luces de neón, barrios bajos, tráfico de drogas y trata de blancas. La lástima es que la historia sólo se queda en la idea de trasladar la obra de Lewis Carroll al siglo XXI, pues su desarrollo, dejando a un lado su patético final en plan made in Hollywood, resulta de lo más acomodaticio y blando.


El prometedor duelo interpretativo que plantea Ne Te Retourne Pas, entre dos damas de armas tomar como Sophie Marceau y Monica Bellucci, no pasa del loable proyecto de reunir en un mismo título a dos actrices como ellas La historia de una mujer que, a pasos agigantados, se va convirtiendo en otra, no es más que una empanada mental de aquí te espero. Aburrida, pretenciosa y pésimamente explicada. La Marceau salva a la perfección su papel, mientras la Bellucci, a pesar de su indiscutible belleza, demuestra que lo de la interpretación es un arte que no ha asumido del todo. Su realizadora, la francesa Marina de Van, se ha quedado descansada con tal tomadura de pelo.

Otra empanada mental, de lo más esotérico y pedantillo, es lo que nos ofrece el húngaro Pater Sparrow en 1, su ópera prima, un título de connotaciones filosóficas que no hay por dónde pillarlo. A pesar de sus pretensiones de cine de autor, su realización es de lo más plano que uno pueda tirarse en cara. La historia, casi imposible de comprender, apunta por la aparición de centenares de volúmenes de un libro único, capaz de desestabilizar a la Humanidad, en una librería especializada. Algunos han calificado esta cosa como de ciencia-ficción abstracta. Y no van faltos de razón: no hay quien la aguante ni la entienda. Y menos visionándola en una sesión golfa a las doce de la madrugada.

Con Metropia, una coproducción entre Suecia, Dinamarca, Noruega y Finlandia, el festival nos adentró a un futuro no muy lejano en donde una conspiración de tintes kafkianos llevará por el camino de la amargura a su protagonista, un hombre que oye voces en su mente cada vez que entra en el metro. Su espléndida animación, de tintes oscuros y grisáceos, y la colaboración en el doblaje de sus personajes principales de gente como Vincent Gallo, Juliette Lewis o Stellan Skarsgard, es lo más destacable de una cinta que, por su exceso imparable de diálogos, acaba resultando farragosa e insoportable. Una pena, pues su look visual y el tema de las conspiranoias, en un principio, se me antojan de lo más atractivo.


Les Derniers Jours du Monde, film francés de los hermanos Jean-Marie y Arnaud Larrie, viaja hasta el fin de nuestros días centrándose en los avatares de un hombre que se recorrerá media Europa (montañas de Montserrat incluidas) en busca de la mujer (sin tetas y con pinta de chico) que le llevó a divorciarse de su esposa. Más de dos interminables horas es el tiempo que invierten los Larrie para definir, a golpe de postalitas turísticas, el vacío más absoluto. Al menos, si de algo sirve la película de marras, es para descubrir que Sergi López no es más que un bluff al que le encanta mostrar, constantemente, sus atributos masculinos. Teniendo en cuenta que los hermanitos nacieron en Lourdes, lo milagroso, en este caso, es que hayan podido situarse tras una cámara. Si el Día del Juicio Final es tan folklórico como parece, les aseguro que vale la pena apearse de él unas cuantas horas antes.

Otro título dirigido en comandita ha sido el suizo Cargo. Sus responsables, Ivan Engler y Ralph Etter, han sabido sacarle el máximo partido a un presupuesto mínimo para llevar a flote una historia de ciencia-ficción muy en la línea de Alien y similares. Tensa (aunque un poco lenta) y perfectamente ambientada, la cinta sitúa al espectador en medio de una nave espacial, la Kassandra, en cuyo interior empiezan a suceder fenómenos inexplicables. La resolución tiene mucho que ver con los contenedores que transporta. Su dosificado suspense y la excelente dirección artística destacan sobre un guión que no acaba de resultar redondo. Las buenas intenciones también cuentan.

Valhalla Rising, del danés Nicolas Winding Refn, nos coló un soporífero guiño al cine de Ingmar Bergman a través de una de vikingos sin ritmo alguno. A pesar de contar con un inicio ultraviolento (con cráneo reventado incluido), de aventuras hay poquitas. En cambio, de religión y filosofía barata, un montón. El malo de Casino Royale, Mads Mikkelsen, con un ojo tuerto, es su salvaje guerrero protagonista. Por suerte y para salvaguardar mi salud mental, en menos de una hora abandonaba la sala de proyección. A ciertas alturas del festival, uno no está para pajas mentales. ¡Con lo majos que estaban Los Vikingos de Fleischer!

Mr. Nobody, visualmente hablando, ha sido la película con más empaque de las 21 a concurso. Su director, el belga Jaco van Dormael, se adentra en un film futurista en el que un anciano centenario, con la memoria borrada, intenta rememorar su pasado. Una primera hora original y excelente, marcada por el tiempo y las diferentes posibilidades que ofrecen las decisiones tomadas durante una vida, sumada a la interpretación de Jared Leto y su maquillaje, son su mejor baza. Después, sobrepasada su mitad, la película se encalla y no avanza hacia ningún lado. Su pobre guión (falto de ideas y fusilando, por momentos, títulos como El Show de Truman y similares) y un montón de finales alternativos acumulados en menos de veinte minutos, dan al traste con el producto. Como curiosidad, citar que esta era la cinta preferida de Antje Monning, el único miembro femenino del jurado de los premios Méliès.

En el próximo post, los 11 films restantes a concurso para el Méliès de Plata.

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