2.3.10

A la vejez, viruelas

Mel Gibson ya peina canas y, a pesar de ello y tras 8 años de inactividad como actor, regresa a la pantalla grande con un personaje de esos que le molan: un veterano detective del departamento de policía de la ciudad de Boston al que asesinan a su hija. Al Límite es el título de la película, Martín Campbell su director y la venganza su lema principal.

Desquite y corrupción. La cinta es una mezcla de cine negro del de toda la vida con esa variante del género que, en los 70, potenciara Charles Bronson a través de sus justicieros urbanos. La justicia por su mano. Aquí te pillo, aquí te mato. Violencia seca y contundente, tal y como le gusta mostrar al cine protagonizado por Gibson.

Sicarios con un mínimo de conciencia, polis duros (de los de gabardina perenne), senadores corruptos, empresas oscuras y un pequeño toque de ecologismo de estar por casa. Toda una amalgama de personajes y referencias, más o menos funcionales, sacadas directamente de Edge of Darkness, una teleserie británica de los años 80, de seis episodios y dirigida por el propio Campbell, que nunca fue estrenada en España.

La cinta, a pesar de querer aparentar un halo de progresismo y de denuncia política, no deja de ser una más a la sombra de Harry Callahan y sus variopintos herederos. El del poli tocado por el asesinato de su hija es el rol ideal para un Mel Gibson que, pese a sus arrugas, aún parece tener cuerda para rato: un tipo de métodos expeditivos, dispuesto a vengar a su niña y que se muestra altamente protector con las mujeres que se cruzan en su camino. Todo un caballero como los de antaño.

No hay que buscar nada nuevo en Al Límite. Un déjà vu que, sin embargo y gracias a la profesionalidad de su realizador, funciona al cien por cien. Tiene ritmo, su historia está bien perfilada, entretiene y salva la papeleta con dignidad. No hay que pedirle peras al olmo. Cine de consumo con cierto sabor a rancio. A mí me gusta.

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