
No contento con que la crítica dejara por las nubes mediante todo tipo de elogios a
El Caballero Oscuro,
Christopher Nolan se ha propuesto ahora rizar el rizo con
Origen, un título que no dejará indiferente a nadie y que, entre otras cuestiones, intenta revolucionar el cine a través de su narrativa. Una pretensión que sólo esconde lo pagado de sí mismo que está el director.
Origen no es más que un
Ocean’s Eleven planteado de forma rocambolesca para que los más sesudos crean que se encuentran ante la obra magna del siglo. En lugar de asaltar un casino, el grupo protagonista, por encargo de una corporación, ha de conseguir extraer un secreto muy bien guardado de la mente de un heredero millonario. Una
Mision:Impossible de "
ensueño", con un mucho de
Matrix y con el claro referente implantado por clásicos (insufribles hoy en día) como
El Manuscrito Encontrado en Zaragoza o
El Año Pasado en Marienbad. La pedantería, aunque en formato
blockbuster, está servida.
Nolan plantea la acción del film de manera que, en general, resulte difícil distinguir entre realidad y sueño. Nunca se aclara, a ciencia cierta, en cual de los dos niveles se encuentran sus protagonistas, a excepción de la claridad de su última media hora en la que se juntan tres sueños distintos, cada uno de ellos dentro de otro y jugando manipuladoramente con la ecuación tiempo/espacio. Una manera como otra de convertir la empanada en una
Nada totalmente laberíntica y, si venir a cuento, colar un homenaje a las míticas escenas de nieve de la serie
James Bond, uno de los momentos más innecesarios e inacabables de su abultadísimo metraje (casi dos horas y media de tomadura de pelo)

Sueños a la carta, con diseño de decorados y ambientación incluidos. La inducción del sueño. El no va más de la interpretación de los sueños.
Freud, ante tamaña disertación, se la pelaría. Todo parece muy complicado y, por esa razón,
Dom Cobb (el personaje al que da vida
Leonardo DiCaprio), se pasa más de media película dando explicaciones de todo tipo. Aclarar, lo que se dice aclarar, aclara muy poco; en realidad, con sus acotaciones aún complica más el asunto. Entender, se entiende muy poco. La verdad es que, ante tan inmensa
boutade, no hay nada que entender. Es así. Y punto... aunque a los más sabiondos del lugar les va a costar reconocer que se han quedado en Babia.

Cine de acción
gafapastero.
“No hay que conformarse con el clasicismo de un film de género al uso. Cuanto más lo compliques, más te veneran”, debió pensar el
Nolan. Para él, lo lineal ya no mola. Hay que orquestar un espectáculo incomprensible que contenga una infinita (aunque falsa) posibilidad de lecturas en su argumento. El vacío es total, pero siempre se le va a encontrar algún que otro significado... aunque éste ni exista. Lo único interesante es que tenga ritmo (a pesar de que aburra hasta a los moscardones) y que la platea, en bloque, se espatarre ante la espectacularidad visual que genera la tecnología digital actual.
Intriga, acción, un despliegue de efectos especiales del copón y, de propina, una historia de amor traumática para que el
DiCaprio pueda meter cara de oveja degollada como gran proeza interpretativa. Cuatro actores conocidos (aunque no deslumbrantes) haciendo de colchón, la presencia (fugaz) de
Michael Caine en plan fetiche (ese siempre da prestigio) y la utilización de
Marion Cotillard como excusa para un fácil y reiterativo guiño musical a su
Edith Piaf de
La Vida En Rosa.
Los sueños, sueños son. Y Origen, más que un sueño, es un calvario. El típico calvario que, en menos que canta un gallo, se termina convirtiendo en film de culto. Extravagancias de culturetas.
Conclusión: ¡qué gordo se nos ha puesto el Tom Berenger!
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