14.3.11

La canción de Ctuhlhu (Chulú, Chulú, Chulú) - Una crónica de El Señor Lechero

Hace poco más de un año, el bueno del señor Spaulding me cedió su privilegiada tribuna para que hiciera la crónica de una película que, casi de rondón, se había colado en la cartelera: La Herencia Valdemar. La opera prima del director, guionista y productor José Luis Alemán había llegado a mi conocimiento a través de la visita de esas amistades tan poco recomendables que devoran con pasión todo lo relativo al séptimo arte (algo así como el Crítico Maldito y el señor Calígula, para entendernos) y que me habló bastante bien del proyecto de un cineasta novato que había tomado la decisión de empezar su periplo por esto del cinematógrafo adaptando a H. P. Lovecraft.

La Herencia Valdemar contaba una historia mediante el socorrido (y complejo) sistema de cambiar la cronología del relato explicando el pasado dentro del presente. En ella, Luisa Lorente (Silvia Abascal) ejercía el clásico papel de urbanita metida en caserón abandonado con bicho dentro y desaparecía sin dejar rastro, lo que motivaba que sus jefes pusieran sobre su pista al detective Nicolás Trémell (un cada vez más acantinflado Óscar Jaenada) al cual la misteriosa Doctora Cerviá (Ana Risueño) ponía en antecedentes en torno al misterio de la mansión Valdemar y a la historia de sus dueños, Leonor y Lázaro Valdemar (Laia Marull y Daniele Liotti). Los bruscos saltos espacio-temporales jugaron en contra de una cinta cuyo final anunciaba, por sorpresa y con premeditación, que el desenlace de la historia se narraría en una segunda parte que se estrenó a finales del pasado mes de enero y que lleva por título La Sombra Prohibida.

La película en cuestión cumple, consecuentemente, con la misión establecida de dar un fin a la historia que narra el legado de la familia Valdemar. Sensiblemente más corta que su predecesora, arranca justo donde ésta se había quedado. Así, si un año antes habíamos visto cómo Ana y Eduardo (Norma Ruiz y Rodolfo Sancho), compañeros de inmobiliaria de Luisa, habían partido en su busca, ahora los encontramos transitando por una carretera secundaria en plena noche, camino de la mansión. Todavía hay tiempo para poder disfrutar de otro salto temporal, pues Trémell y Risueño siguen aún disfrutando de los placeres del Transcantábrico, ocasión perfecta para que la segunda siga aleccionando al primero sobre el pasado de la familia Valdemar. Aquí vuelve a quedar patente el primoroso cuidado que se ha dado a la ambientación de las escenas de época y vuelve a brillar con luz propia un actor secundario, en esta ocasión Luis Zahera, que demuestra que lo mismo vale para chorizo drogadicto en Celda 211 que para ser (oportunamente doblado) H. P. Lovecraft. Su diálogo con Daniele Liotti es de lo mejor de una cinta donde vuelve a darse la paradoja de que los protagonistas no parecen estar a la altura de sus compañeros de escena. El actor italiano es físicamente una buena elección para dar vida al atormentado Lázaro Valdemar, pero su acento evoca con demasiada facilidad a otros intérpretes en otros papeles. Siendo honestos, es un problema que aqueja a casi toda la producción española y que hace que Jorge Sanz sea uruguayo con acento peninsular en El regreso de Curro Jiménez o que Juanjo Ballesta sea un íbero con acento de Vallecas en Hispania, la leyenda… aunque me estoy saliendo del camino.

Después del último salto temporal volvemos a un presente, donde los distintos personajes se reúnen por fin en la mansión. Allí se sucede una atropellada lista de revelaciones que intentan aclarar buena parte de los misterios que han ido trufando el desarrollo de las dos cintas. Sin embargo, el torrente de información es tal que requiere del uso de nuevas rememoraciones ubicadas temporalmente al inicio de la primera parte. Con todo, la intriga no solamente no queda resuelta, sino que se abren demasiadas preguntas, casi todas vinculadas a la misteriosa Fundación Valdemar y a sus dirigentes.

José Luis Alemán ha comentado que La Sombra Prohibida iba a tener un ritmo distinto, aproximándose a las películas de acción de los años ochenta. Prueba de ello es que una parte importante del metraje tiene a los personajes de Ruiz, Sancho, Jaenada y Abascal huyendo del lovecraftiano engendro que aparecía al final de la primera parte, para desembocar en un clímax donde hace su aparición ni más ni menos que Ctulhu, que ha decidido parar su milenaria siestecita en R´yleh y darse un garbeo por la España profunda. El epílogo queda para remarcar que don José Luis nos ha tomado un poco el pelo, pues La Herencia Valdemar tiene poco de terror gótico y mucho de historia romántica de amor.

Personalmente, creo que La Sombra Prohibida tiene las mismas virtudes y los mismos defectos que su predecesora. Así, creo que hay un defecto importante a la hora de trabajar con la estructura narrativa de la película: hay demasiados saltos hacia atrás y demasiada recreación en detalles muy bonitos pero poco importantes para el desarrollo de la historia. Luego se produce un “corre corre” para que todo quede más o menos cerrado, pero acaba cerrado en falso. Por otra parte, la cuidada ambientación de las partes de la película que se desarrollan en el pasado choca y chirría al encajarse con la trama central, ambientada en la actualidad. El tono de realismo mágico-fantasmagórico resulta demasiado exagerado, como lo demuestra el hecho de que nos encontremos en pleno siglo dieci… veinte… veintiuno con una zíngara y un carromato más propios de cualquier adaptación hammeriana de Drácula. Homenaje o no, la película (las dos en su conjunto) deja con esa comezón de querer saber más acerca de la Fundación Valdemar, de los inquietantes cuidadores del viejuno caserón que pertenece a aquélla, de los manejos que los personajes de Poncela, Risueño y Jaenada se traían entre manos, de las aventuras de Lázaro Valdemar a lo largo y ancho del mundo… Alemán ha sabido hacer interesantes, atractivos y hasta entrañables a unos personajes que merecerían mucho más metraje, pero que por la escasez de éste acaban tropezando unos con otros.

En el aspecto técnico, la cinta vuelve a puntuar con nota sobresaliente, habiendo que llamar la atención sobre la espectacular aparición de Cthulhu. Detalles como éste demuestran que el cine español puede, sabe y debe sacudirse los tópicos que le han caído encima por obra y gracia de su sector más institucionalizado.

Hace un año concluía mi crítica indicando que La Herencia Valdemar no era, en definitiva, una buena película, pero sí un producto digno. Hoy repito mi conclusión, haciendo además el necesario hincapié en el hecho de que se trata del primer trabajo de José Luis Alemán, al que hay que reconocerle el valor (rayano en la temeridad) de haberse lanzado con un proyecto tan ambicioso, el detalle de reivindicar a un ilustre olvidado como Paul Naschy y la osada honradez de haber hecho su trabajo sin echar mano de las socorridas subvenciones. Su ejemplo es necesario en un ámbito del entretenimiento como es el cine español, donde buena parte de sus integrantes parecen más ocupados en perpetrar leyes de corte fascista jaleados en la sombra por la todopoderosa industria hollywoodiense que en intentar ganarse a un público que cada vez es más hostil por sistema a todo lo que huela a cinematógrafo celtibérico. La Herencia Valdemar es una historia curiosa, que combina romance y misterio, terror y drama, con más agujeros en su trama que un queso suizo, pero bien acabada, ambientada y con una banda sonora apropiada. Ahora que La Cruzada Entertainment anuncia la salida de una edición especial en DVD con más metraje y las dos cintas como una sola, hay una buena ocasión para ver qué ha ofrecido y qué puede ofrecer José Luis Alemán al cine español. Como dije en su momento, habrá que seguirle la pista.

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