29.4.11

Teología de baratillo

El Rito, dirigida por el sueco Mikael Hafström, es una película más enclavada dentro del sempiterno (y ya pesadísimo) género sobre exorcismos varios. Ésta, al igual que El Exorcismo de Emily Rose, pretende estar inspirada en un (nada creíble) caso real que narra las vivencias de un seminarista norteamericano, Michael Kovak, cuando es llamado al Vaticano para formar parte de un grupo de sacerdotes educados en la ceremonia del exorcismo.

Su introducción es francamente atractiva. Las dudas sobre la fe del protagonista y el planteamiento que le llevará hasta Roma parecen prometer un giro en el género que, por desgracia, nunca aparece. Al contrario, pasada media hora de proyección, El Rito se desvía y entra a saco con todos los tópicos habidos y por haber, con niña poseída incluida en el lote.

En la relación que se establece entre el tal Kovak y el padre Lucas Trevant, un experimentado sacerdote con miles de exorcismos practicados, se encuentra la clave del desmelene del film. Un histriónico e insoportable Anthony Hopkins es el encargado de dar vida al padre Lucas a través de una interpretación sin ningún tipo de límites. Hopkins, con este papel, aprovecha para montar su propio festival mediante un sinfín de guiños y piruetas a cual peor. El no va más del bufón, en el que grita, canta y solloza a su antojo.

Por si no hubiera suficiente con tal alarde de desmadre (interpretativo y de guión), El Rito se apunta a esa cansina corriente religiosa que aboga descaradamente por la existencia de Dios. Las dudas iniciales del protagonista se van totalmente al carajo en su parte final y filosoféa con ese dicho tan manido de que “si Satán existe, Dios también”. De una profundidad pasmosa, si señor.

A buen seguro, dentro de unos años, las cadenas de televisión más carcas contarán con este título en su programación de Semana Santa, compitiendo con joyas como Ben-Hur o Los Diez Mandamientos. Donde esté el padre Karras que se quiten todos los padres Lucas y sus posibles émulos. Al menos a Friedkin, en El Exorcista (pese a sus irregularidades), no le dio por esa vena religiosa tan retrógrada optando directamente por la visceralidad de la imagen y de la historia.

Por cierto, ¿quién se atrevería, al igual que Mikael Hafström, a contratar a un cacho mujer como la Cuccinota para utilizarla únicamente como un extra más?

No hay comentarios: