6.7.11

EN RESUMIDAS CUENTAS: Más vale tarde que nunca

Durante este y sucesivos posts, me dedicaré a recuperar un buen número de películas de las que, por un motivo u otro, nunca se ha hablado en este blog y que siguen en pie de guerra en la cartelera barcelonesa, tal y como sucede con Amor y Otras Drogas, una comedia sentimental al uso, muy del gusto del cine de Hollywood, que se acerca con destreza y respeto a los afectados por la enfermedad de Parkinson.

Edward Zick, cuenta con el aliciente de estar protagonizada por dos de los actores en alza dentro del panorama del cine norteamericano actual, como son Jack Gyllenhaal y Anne Hathaway. Él encarna a Jamie, un representante de la industria farmacéutica un tanto crápula y mujeriego, mientras que ella, en un rol más atrevido y completamente distinto a lo que había hecho hasta ahora, da vida a Maggie, una mujer libre, joven y sin ataduras que, tocada por el Parkinson, caerá en las redes del primero.

La química que se establece entre los dos y la compacta interpretación de Hathaway (y sus ojazos), son las principales bazas de una efectiva y emotiva comedia que, aparte de los variados (e inesperados) desnudos de ella y de sus numerosas escenas de cama, funciona de forma correcta aunque sin muchas sorpresas en su haber. Hoy en día, tal y como está el género en el cine made in USA, ya hay más que suficiente. No le vamos a pedir peras al olmo.

Cartas a Dios, (espeluznante bautizo español de Oscar et la Dame Rose), una conmovedora fábula con niño tocado por enfermedad terminal, es otro de los títulos que parecen eternizarse en la cartelera presente. La ternura y el singular sentido del humor utilizados en su construcción por el francés Eric-Emmanuel Schmitt, su realizador, son las claves para hacer totalmente llevadero un tema que, a priori, podría resultar farragoso en incluso angustiante.

Ambientada en un hospital para niños, narra la estrecha relación creada entre una vendedora ambulante de pizzas y el pequeño Óscar, un chiquillo de diez años al que se le han diagnosticado muy pocos días de vida. Ella, Rose, con su desbordante imaginación, será la única persona que podrá sacar al exterior todos los callados sentimientos de Óscar y, a través de un ingenioso juego, hacerle mucho más llevadera su etapa final.

La excelente labor interpretativa del joven Amir Ben Abdelmoumen y la perfecta simbiosis que se establece entre él y Michèle Laroque, la actriz que da vida a Rose, sumados a la presencia del siempre eficaz Max Von Sydow, a la maravillosa banda sonora del gran Michel Legrand y a la fantasía vertida en su narración, hacen de éste un film divertido y enternecedor al mismo tiempo. Lástima de su exagerado toque de “cristiandad bien entendida”, el mismo defecto del que pecaba Odettte, Una Comedia Sobre la Felicidad, el anterior largometraje del director. Sin éste, Cartas A Dios habría sido un título redondo... por no decir ejemplar.

De Dioses y Hombres se aproxima a un suceso real acaecido en las montañas del Magreb en 1996: el secuestro y posterior asesinato, en manos de un grupo de fundamentalistas islámicos, de siete monjes franceses cistercienses que vivían en perfecta armonía con la población musulmana cercana a su convento. La historia, en un principio, promete. El resultado final, por desgracia, ya es harina de otro costal.

El modo con el que Xavier Beauvois, su director, plasma los hechos históricos, resulta de lo más frío y distante. Aunque de cuidada fotografía, la cinta, con más de dos (innecesarias) horas de metraje, aburre al más pintado. Su desmesurada pasión por reflejar las (interminables y repetitivas) sesiones de cánticos religiosos y de reflexión de los monjes, en lugar de centrarse en los aspectos más viscerales de la historia, acaba alejando a la platea del (teóricamente más interesante) tejemaneje político que desembocó en la muerte de los religiosos.

Un film difícil, cuyo guión, en exceso confuso, acaba convirtiéndose en una espesa losa de cemento sobre la cabeza del espectador, y en el que lo más sabroso se localiza en el amaneramiento con el que Lambert Wilson y Michel Lonsdale afrontan a los frailes que les ha tocado representar. A pesar de su resistencia inalterable en una sala barcelonesa, huyan de la propuesta marmórea del tal Beauvois.

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