14.11.11

Tintín Jones en busca del tesoro perdido

Soy de los que se consideran tintineros de toda la vida. Crecí devorando los álbumes de Tintín. Es más, aún conservo en una de mis estanterías toda la colección de Hergé, la original, la del lomo de tela. Y aún hoy en día, en mis momentos más melancólicos, acudo a repasar alguna que otra de las aventuras del avezado periodista belga. Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio, vía Steven Spielberg (director) y Peter Jackson (productor), no ha hecho más que reavivar mi pasión por uno de los mayores héroes de mi niñez junto con Astérix.

En su adaptación, Steven Spielberg ha sido fiel al espíritu del cómic y del personaje, aunque no tanto a ese trazo simple que caracterizaron las viñetas dibujadas por Hergé. Eso es debido a que Spielberg, para la traslación del personaje a la pantalla grande, ha optado por el mismo sistema virtual y de animación usado anteriormente por Zemeckis en Polar Express: o sea, filmar con actores reales, de carne y hueso, pero dotándolos, a través de la informática, de las mismas características físicas que los protagonistas ideados por Hergé. Mejora la técnica utilizada por Zemeckis aunque, en su afán por hacer totalmente realista el resultado, sobrecarga la imagen hasta extremos ciertamente exagerados. Un abuso visual, en el fondo perdonable, para realzar el método empleado así como para darle más fuerza a la opción del 3D.

Al margen de esa pequeña desavenencia con el universo de Hergé, Spielberg y Jackson han seguido perfectamente los cánones que dominan el mundo de Tintín y sus colegas. Han partido de tres libros en concreto (El Cangrejo de las Pinzas de Oro, El Secreto del Unicornio y unas mínimas pinceladas de El Tesoro de Rakham El Rojo), alterando el orden de ciertos pasajes con la finalidad de otorgarle continuidad y uniformidad a la historia (como sucede con el primer encuentro con el capitán Haddock) y, a través de un toque inevitable a lo Indiana Jones europeizado, se han enfrentado a la primera hazaña made in USA del joven aventurero. No faltan momentos de cosecha propia, como el concierto de la Castafiore en medio de un exótico escenario moruno, aunque siempre apegados a la quintaesencia del personaje original. En definitiva: una forma como otra de enriquecer las andanzas del intrépido personaje, aunque con ello, y sólo de vez en cuando, se les haya ido un poco la bola, tal y como sucede con la lucha de grúas entre Haddock y Shakarine, el villano de la cinta.

Unos títulos de crédito iniciales -muy a lo Saul Bass y en claro auto homenaje a Atrápame Si Puedes-, abren El Secreto del Unicornio. A partir de aquí, sólo se trata de viajar hasta nuestra infancia y volver a reencontrarnos con un Tintín renovado, puesto al día, aunque conservando la misma estela de simplicidad con la que se planteaban todos los misterios a resolver; un Tintín que, al igual que en las páginas de Hergé, se ve un tanto desplazado por la fuerza del personaje del capitán Haddock, ese inolvidable, bravucón y borrachín marinero que de pequeños nos enseñó a despotricar a grito pelado y de forma poco elegante y que, en esta ocasión, se ha colado sobre la piel de Andy Serkis, un inmenso actor, de rostro casi desconocido, especializado en dar vida a los seres más extraños del Séptimo Arte durante la última década (Gollum y King Kong incluidos).

La aventura, sin matices ha regresado de nuevo al cine de la mano de Spielberg y de Tintín. Una aventura que honra la obra de Hergé y que nos hace olvidar por completo el par de patéticos intentos francófilos, en los años 60, de acercar al personaje (en carne y hueso) a la gran pantalla con El Misterio del Toisón de Oro y El Misterio de las Naranjas Azules. Ansioso estoy por ver el tratamiento que dispensa Peter Jackson, en el próximo capítulo, a uno de los personajes más olvidados de esta entrega: el inefable y despistado profesor Tornasol. Por el momento, con Tintín, su perro Milú, Haddock y con la pareja de tontorrones policías gemelos Hernández y Fernández, (Thompson and Thomson en la versión original americana) han aprobado con nota alta. Es más, diría que altísima.

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